La autonomía del coche eléctrico con Murphy de acompañante

La autonomía eléctrica del Nissan Leaf me da para ir a casa y volver a la oficina, pero ese día no contaba con que ya era de noche, llovía, hacía mucho frío y habría el gran atasco.

Lorenzo Alcocer

La autonomía del coche eléctrico con Murphy de acompañante
La autonomía del coche eléctrico con Murphy de acompañante

Vaya por delante que sería todo un orgulloso propietario de un Nissan LEAF, Renault ZOE o BMW i3, aun con los condicionantes de todo coche eléctrico (autonomía y puestos y tiempos de recarga). Con todos he tenido convincentes experiencias, pero sólo con el Nissan he pasado por todas las situaciones de uso por esa capacidad de rendir en todos los aspectos casi como un compacto familiar convencional. Conozco al Nissan LEAF desde su primera versión. Fue el primer coche eléctrico con el que salí de la ciudad. Y con el que conduje con 4 pasajeros más. Ya en su momento subí a mi casa en la Sierra de Madrid y bajé a la oficina en el centro de la capital con aquel primer Nissan LEAF que te anunciaba 143 kilómetros de autonomía con la batería cargada a tope. Acepté el reto y qué solvencia, no sin poner yo de mí parte conduciendo de forma "modélica". Vaya experiencia. Definitivamente, el Nissan LEAF era un coche eléctrico plenamente apto para mis circunstancias. Y eso que seguramente no sea yo el usuario tipo más adecuado para un coche eléctrico. Pero desde ese día, el Nissan LEAF se convirtió en otro de mis coches favoritos para subir a casa y volver al trabajo. Pero no era invierno.

Hace un año, en enero de 2015, fue la última vez que me subí a un LEAF. En la redacción había un Nissan Leaf de segunda generación. Y qué mejor excusa para llevármelo a casa. Recuerdo aquel saludo sicodélico a base de sonidos propios del rock de Pink Floyd en "Wellcome to the machine". Pero no me dejé sorprender por ese ambiente especial y espacial. Buscaba lo que buscaba, cuánta autonomía prometía: ¡186 kilómetros! ¡Buff, iba sobrado!

Nissan Leaf

Entonces me acomodé en el Nissan LEAF satisfecho y seguro, muy seguro, como esas veces que reposto un eficiente Diesel de gran depósito y me veo con 1.500 kilómetros de autonomía para hacer 600 en mi gran desplazamiento veraniego. Sé de antemano que tengo poco más de 100 km entre la ida a casa y la vuelta a la oficina. Y con tanta autonomía, no reparé esta vez con el acelerador del Nissan LEAF. Y por supuesto, no tenía intención de repostar en casa. Algo tan, a priori, simple como sacar un cable y enchufarlo a una toma doméstica, qué pereza da. Por mi experiencia, además, sé que puedo gastar mucha más autonomía de subida, que consumiré mucho menos de bajada. Lo dicho, nunca me sentí en un coche eléctrico tan despreocupado con el consumo y la autonomía.

55 kilómetros por delante en un Nissan LEAF

Y entonces, arranqué. Y de inmediato entendí que ese era un día diferente a esos otros en los que conduje un Nissan LEAF. Es de noche, está lloviendo y hace mucho frío. Luces, limpiaparabrisas, calefacción... empiezo mi recorrido y en un kilómetro urbano me fundo 10 kilómetros de autonomía. ¿Quién dijo que nunca me sentí en un eléctrico tan despreocupado con el consumo y la autonomía? Al segundo kilómetro urbano recorrido resto 18 kilómetros de autonomía. Me miro a través del retrovisor para verme mi propia cara. Qué poema. Estoy parado en un semáforo y mis cálculos mentales confirman mis sospechas. Fuera calefacción y el limpiaparabrisas paso a accionarlo yo cuando el agua me dificulte ver.

Semáforo en verde. No quiero sentirme lento y ya en el extrarradio me muevo entre 80 y 90 km/h. Pero no bajo la guardia. Sigo sin calefacción y el limpia lo activo solo cuando lo veo estrictamente necesario. Poco a poco todo empieza a normalizarse. Avanzo y consumo asegurándome que conservo autonomía plena. Al poco tiempo, el tráfico empieza a ralentizarse. La lluvia es la responsable y también del accidente que mucho después sabré que ha sucedido justo en mi camino. Y entonces, sufro mi primer gran atasco en un coche eléctrico. Y como ya sabes, es de noche, está lloviendo y hace mucho frío. Por muchos minutos no avanzo y es cierto que el consumo no es alarmante (luces), pero tengo frío y el parabrisas se empaña. Pongo la calefacción y la autonomía se resiente de nuevo exponencialmente sin apenas avanzar. Fuera calefacción. Los cristales se empañan y bajo levemente la ventanilla. Entonces tengo más frío y me mojo con alguna gota de agua que entra por la ranura que he dejado. Me doy cuenta que creía estar experimentando el futuro y lo que estoy viviendo es el pasado automovilístico. El atasco es importante, inhabitual en la zona y por la hora, pero tan real como que estoy yo allí en mi Nissan LEAF pasando frío y continuamente mirando de reojo la autonomía restante.

Nissan Leaf

Empiezo a calcular cuánta autonomía puedo dejarme en el atasco y si la cosa va a peor, por primera vez asumo que por seguridad, a lo mejor debería cargar algo cuando llegue a casa. Me falta el tramo más severo, autovía en ligero ascenso continuado por la que viajaré a no menos de 80 km/h. Pero volvamos al atasco. Pasan los minutos, avanzo solo metro a metro. Voy abrigado hasta las cejas. Qué frío tengo en el coche. Me siento ridículo. Mientras estoy detenido, apago faros de cruce y dejo solo los pilotos de posición. No activo el limpiparabrisas más de lo estrictamente necesario. Pienso en qué dirán los coches de mí alrededor. Y también pienso, helado de frío y mirando continuamente la autonomía restante, que debo revisar mi opinión sobre los coches eléctricos.

Mientras tanto, por fin el atasco parece desatascarse. Empiezo a rodar a 20/30 km/h con pocas interrupciones. El Nissan LEAF se toma un respiro y yo unos cuantos más. Avanzo metros... y ya kilómetros ininterrumpidamente. Recalculo de nuevo (me conozco de memoria mi camino) y pienso que puedo evitar cargar en casa. El tráfico empieza a volver a la normalidad. Me ha llevado 45 minutos recorrer unos 3 kilómetros. Me pongo de nuevo a 80/90 km/h. La autonomía ya está por debajo del 50 por ciento y con esta progresión teóricamente no tendría suficiente carga para volver mañana al trabajo, pero tengo en cuenta que los últimos kilómetros y todo el recorrido de mañana lo tengo a mi favor y me hace ganar autonomía. De hecho, los últimos 15 kilómetros de hoy son favorables, en ligero descenso y pongo momentáneamente la calefacción porque ahora sí, "no siento las piernas". Llego finalmente a casa con 64 kilómetros de autonomía. Nunca antes había consumido en el Leaf ni en otro eléctrico 122 kilómetros de autonomía para recorrer los 55 que me separan del trabajo a casa. En fin.

Nissan Leaf

Así que algo me dice que cargue, que estoy en el límite. Pero llueve, tengo el garaje ocupado y me da aún más pereza. No sé que hubiera pasado si lo hubiera puesto a cargar. El día con el LEAF no había terminado. De sopetón, se va la luz de mi casa y el alumbrado público. Si hubiera coincidido con la puesta en carga del LEAF, seguro que todas mis sospechas hubieran ido hacia el coche. Vuelve la luz pública, pero no la de mi casa. Compruebo que también saltó mi automático. Lo llevo a su posición y ahora sí, acaba mi calvario... de hoy.

Buenos y gélidos días, Nissan LEAF

Siguen ahí los 64 kilómetros de autonomía. Y aunque no he olvidado el día de ayer, respiro con cierta tranquilidad, que no comodidad. Por seguridad renuncio inicialmente a la calefacción, más cuando no ha amanecido todavía y estoy obligado a encender las luces. Arranco y todo transcurre con normalidad, salvo que mis pies vuelven a estar helados y para que no se empañe el parabrisas, voy abriendo de vez en cuando una de las ventanillas. De bajada a Madrid avanzo más kilómetros que autonomía consumo durante muchos tramos. Por primera vez empiezo a prestar más atención a las noticias mañaneras de la radio que al ordenador de abordo del LEAF.

Pero entonces me recuerda Murphy que siempre puede ir a todo peor. Contaba con las retenciones de hora punta a la entrada a Madrid, pero no con el atasco de hoy. Parecida situación, pero el estrés es muy superior al de ayer. Hoy ya no es una cuestión de recargar en casa o no, es de poder llegar a la oficina y no quedarme tirado. Y empiezo con mis recálculos mentales y cierta angustia se apodera de mí. El tráfico no avanza, empieza a llover y los números no me salen. Cruzo los dedos. Asumo lo peor. Ya no depende solo de mí. Espero acontecimientos.

Parece que pasa lo peor. El tráfico empieza a fluir. Ya en una despejada M-30 madrileña, compruebo que tengo 20 km de autonomía y parecida distancia para llegar a mi destino. Alto riesgo. La batería ya solo tiene un nivel de carga y un mensaje de advertencia me lo recuerda. Resulta mucho más cruel y estresante que la luz de una reserva agotada de cualquier coche convencional. Decido salirme de la M-30 y quedarme tirado dentro de la ciudad. La autonomía no da para mucho más y en mis cálculos la distancia es mayor. Por un momento decido aparcar el coche en un hueco libre. Llamo a la redacción y cuento mi historia. Me explican que prosiga hasta que el Nissan LEAF entre en un modo de funcionamiento "tortuga" que desconocía, momento en el que restringe sus prestaciones a un mínimo para estacionarlo. Respiro momentáneamente. No veo ningún aviso de modo tortuga en el cuadro de relojes y el Nissan Leaf todavía conserva las prestaciones iniciales. Afronto la calle de la redacción con 2 kilómetros de autonomía, no siento frío ni dolor. He llegado y he comprendido que los coches eléctricos son, como dice mi compañero y amigo Luismi Vitoria, para gente muy disciplinada con vidas muy ordenadas. Tomo nota.

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