Opel Omega Elegance 2.2 16V

Interesante acceso a la gama Omega. Si dejamos a un lado los Mercedes y BMW, además de otras berlinas aún más elitistas, el Opel Omega es el único que permanece fiel a la tracción trasera. Criticada o alabada, la propulsión y el nuevo motor de 2,2 litros de 144 CV imprimen un fuerte carácter a la berlina grande de Opel.

Opel Omega Elegance 2.2 16V
Opel Omega Elegance 2.2 16V

La berlina grande de Opel recupera actualidad gracias a una remodelación que afecta tanto a su diseño exterior como interior, con pequeños detalles que, más o menos, consiguen ponerle al día. En el exterior, el nuevo frontal es posiblemente el cambio más llamativo y, en especial, los tan de moda faros de gas xenon con su luz azulada. Una opción que hasta la fecha tenía precios elevados en otras gamas de constructores de automóviles de gran lujo, en los Omega se ofrecía por 61.000 pesetas y en el nuevo Opel se incluyen de serie. Ésta, en líneas generales, ha sido la estrategia de Opel para relanzar su Omega. Incluir un equipamiento de primer nivel en el que prácticamente todo es de serie, desde el modelo más básico, como el que nos ocupa, en el que, salvo por detalles de máximo lujo, se incluye el cartel de "full equipe". Los cuatro airbags, delanteros y laterales, son de serie, lo mismo que el ABS y un rápido y eficaz climatizador completamente electrónico. También el cierre centralizado, con mando a distancia para las puertas y el maletero de forma independiente. Los más cibernéticos y amantes de las comunicaciones disfrutarán a lo grande del sistema de audio, que dispone del teléfono de Phillips CAR 2007 integrado y con mandos en el volante también de serie. Pero esto no es todo. El Omega aún se puede completar con elementos de máximo refinamiento, con los cuales la factura a pagar puede subir incluso un par de "kilos" extras. Todo va en gustos y necesidades. La tapicería de cuero es opcional (275.000 pesetas), también la regulación electrónica de los asientos con diez memorias (159.000), el sofisticado techo solar con mando electrónico y múltiples posiciones de apertura (179.000), la alarma para ahuyentar a los amigos de lo ajeno (63.000) e, incluso, dispone de una caja de cambios automática de cuatro velocidades con tres programas diferentes (221.000 pesetas) que harán las delicias de los conductores más comodones.Además del completo y lujoso equipamiento, la principal novedad de la gama Opel Omega reside en el nuevo motor de cuatro cilindros en línea con 2,2 litros de capacidad y culata multiválvula. Un moderno propulsor procedente de la familia Ecotec que, sobre el papel, desarrolla 144 CV a 5.400 rpm con un par motor de 205 Nm a 4.000 rpm. Su funcionamiento es suave y progresivo, pero no podemos decir que nos haya convencido plenamente. Al menos sobre una berlina del tamaño y peso del Omega, porque, tanto en nuestras pruebas dinámicas, como en las mediciones efectuadas en banco, el rendimiento y las prestaciones de esta versión fueron más bien modestas. La unidad que probamos podría mejorar con los kilómetros y superar los 144 CV anunciados (se quedó en 142 CV). En cambio, el par motor mejora las cifras del fabricante, con 206 Nm a 3.960 rpm. Además, el par está disponible en un 90 por ciento casi desde las 2.000 vueltas y se mantiene en valores semejantes hasta superar las 5.500, consiguiendo una curva muy plana y un funcionamiento lineal e uniforme. El motor no es malo, pero la potencia tarda en llegar, los desarrollos de cambio son más bien largos y el peso del coche (1.597 kilos) no le ponen las cosas fáciles. Todo esto queda reflejado en las prestaciones. Le cuesta alcanzar los 210 km/h de velocidad máxima y sólo se consiguen en condiciones favorables. En el 0 a 100 km/h emplea casi trece segundos. Treinta y cuatro en los 1.000 metros con salida parada y, en la recuperación de 80 a 120 km/h en cuarta velocidad, requiere algo más de catorce segundos. No es que sea decepcionante, pero, si el comprador busca unas prestaciones con reacciones brillantes, su modelo es el V6, porque el 2,2 litros resulta algo más tranquilo, digamos, reacio a los sobresaltos.