¿El avance tecnológico ha convertido a mi coche en un chivato?

El coche inteligente no es ciencia ficción, como tampoco lo es la conducción autónoma. Es un escenario cada vez más real y que genera todo tipo de dudas. Una máquina puede ser nuestro copiloto o asistente perfecto, pero también puede convertirse, sin quererlo, en el peor enemigo de nuestra privacidad.

Alejandra Otero

¿El avance tecnológico ha convertido a mi coche en un chivato?
¿El avance tecnológico ha convertido a mi coche en un chivato?

Los fabricantes hace tiempo que pusieron la sexta marcha en materia de tecnología y conectividad. Impulsados por la propia idiosincrasia del mundo globalizado con el smartphone o la tablet como nuevo centro de comunicaciones, entretenimiento e, incluso, forma de vida, el automóvil comienza a convertirse en una extensión de los mismos. ¿Cómo afecta o puede afectar esto a nuestra vida diaria? Más allá de las muchas ventajas que ofrecen estos nuevos sistemas, la otra cara de la moneda pisa un terreno muy turbio y muy en boga los últimos tiempos: la intimidad. ¿Puede mi coche pasar de ser el mejor de los copilotos al peor de los chivatos?

Land Rover y Jaguar están trabajando en lo que ellos denominan el coche inteligente. Bautizado como Smart Assist, se trata de un software que se basa en un algoritmo de aprendizaje para reconocer al conductor y es capaz de recordar rutinas, preferencias, estilos de conducción… Esta tecnología identifica al conductor a través de su smartphone; de esta manera, si dos personas son usuarias del mismo automóvil, dependiendo de quién conduzca, se adaptará a cada una de ellas. Si todos los miércoles por la tarde el conductor A va al gimnasio y tiende a poner una temperatura en el climatizador para ir y otra distinta para volver, el coche lo hará de forma automática. Si los jueves la conductora B lleva a su hijo al entrenamiento, su Jaguar o Land Rover le recordará si ha cogido su equipamiento deportivo. En definitiva, el Smart Assist pone al automóvil a la altura de Hal-9000. Y ya sabemos cómo acaba esa odisea en el espacio aunque 2001 quede ya muy lejos.

Entre muchas de las asombrosas funciones del Smart Assist está la de hacer asociaciones entre un lugar determinado y una acción que realizas habitualmente. Por ejemplo, si sueles llamar a tu madre todos los días a cierta hora o al pasar por un sitio concreto, el coche, a esa hora o al estar cerca de ese lugar, te sugerirá si quieres llamarla. También recuerda, con el uso del GPS, lugares recurrentes a los que acudes. Pongámonos en el supuesto de una pareja con un coche con Smart Assist. Él en cuestión se lleva por error el teléfono de ella, se monta en el coche –por lo que el perfil activado es el de ella- y, al pasar por cierto sitio, su perfecto asistente virtual e inteligente le sugiere llamar a ‘Menganito’. Resultado: descubierto el ‘affair’ y rota la pareja. Mientras el impasible y servil secretario seguirá haciendo acopio de nuestras pautas de comportamiento y rutinas. Si le interrogan, como soplón no tendría precio… El móvil es en sí puede ser un verdadero ‘acusica’ -¿cuántas parejas habrán roto ya por culpa del WhatsApp?- y el coche puede ser una extensión, mucho más peligrosa, del mismo.

¿Dónde queda mi privacidad?

Las nuevas tecnologías integradas en los automóviles controlan y registran absolutamente todo lo que ocurre a bordo. Desde qué cantidad de combustible gastamos, hasta con qué fuerza pisamos el acelerador o a qué hora estuvimos en cierto lugar. En EE.UU., donde ya desde hace varios años los coches llevan una caja negra que registra todo lo que hacemos, se ha generado un duro debate con tecnologías como el Sync de Ford o el ConnectedDrive de BMW. Y es que el cliente paga un buen dinero por un servicio y una tecnología que puede, en un momento determinado, vulnerar su intimidad. ¿Se guardan de forma segura todos los datos que registran estos sistemas? ¿Cómo se recupera esta información? ¿Puede falsearse, o robarse, por un ataque informático? ¿Hasta qué punto es fiable como prueba ante un delito?

Las marcas aseguran que todo lo registrado en este tipo de sistemas está sujeto a una completa y total confidencialidad. No obstante, en EE.UU., en caso de verse envuelto el dueño de un vehículo en un juicio o delito, las autoridades pueden exigir a los fabricantes que les faciliten dichos datos a modo de prueba. Ocurre tanto con Sync como con el sistema OnStar de General Motors. Las leyes europeas son mucho más estrictas en lo que toca a privacidad, pero el miedo a que llevamos a ‘Gran Hermano’ en nuestro coche y puede volverse contra nosotros no deja de estar ahí… 

La tecnología gana la carrera a la ley

El casi vertiginoso avance de la tecnología está dejando obsoleta a la ley. Estamos asistiendo diariamente a situaciones generadas por nuevos escenarios que se topan con vacíos legales. Las redes sociales, los ‘selfies’ privados robados de la ‘nube’… En el caso de la tecnología aplicada a los coches está ocurriendo exactamente lo mismo. La privacidad anteriormente mencionada es uno de los ejemplos, pero no el único.

La conducción autónoma se ha convertido en la nueva panacea de la industria automovilística. Con inversiones millonarias, muchas son las marcas que están trabajando en esta asombrosa tecnología que dejará las labores de conducción en manos de nuestro coche. Dejando de lado el debate de ‘es que a mí me gusta conducir’, lo cierto es que la conducción autónoma tiene múltiples ventajas pensando, por ejemplo, en personas discapacitadas. Lo que parece que aún no han contemplado los fabricantes y, ni mucho menos los gobiernos, es en quién recae la responsabilidad de la conducción desde un punto de vista legal. Por ejemplo, si por un error de software mi coche no frena cuando debe y atropella a varios peatones, ¿quién debe responder ante la ley? ¿Yo? ¿El fabricante? ¿La máquina?

¿Y qué ocurriría si un pirata informático hace uso de mi coche autónomo para cometer un delito o un crimen yendo yo dentro? ¿Me ampara la ley ante el anonimato de un hacker? Todo esto nos hace pensar que quizá estamos yendo demasiado rápido y muchas preguntas se quedan sin respuesta. Las administraciones se tienen que poner las pilas.