4x4

BMW X5 4.4 i

Ahora que BMW ya ultima los planes de fabricación de su nuevo X3, un todo terreno ligero, es buen momento para volver a probar el X5, su única aportación al segmento de los coches de campo. Tras dos años en el mercado, este gigante sigue siendo una apuesta ganadora para los que buscan un vehículo igual de solvente en el campo que en la carretera. Una bestia que enamora.

BMW X5 4.4 i
BMW X5 4.4 i

Tacto y vista han descubierto ya que estamos en un BMW de raza. Queda ahora confirmarlo con el sonido, el sabor y el olor de la competición, de la deportividad que es el marchamo de la casa. Y de eso da cuenta el motor. Palabras mayores. Estamos ante una bestia agazapada que, con una robusta arquitectura de ocho cilindros en V, 32 válvulas y 4,4 litros de cubicaje, arroja la impresionante cifra de 286 CV. Un par incontestable de 440 Nm a 3.600 rpm nos asegura que nunca va a faltarnos fuerza. La llave de contacto nos despeja la incógnita final. El rugido que emite tan colosal máquina no deja lugar a dudas: correrá como un demonio. Y lo hace. La respuesta de este coche es fulgurante. Uno se olvida de inmediato de que pesa la friolera de 2,2 toneladas. Tampoco parecen importar nada los 171 centímetros de alzada. Con la fuerza de un percherón y la elegancia y rapidez de un pura sangre, este mastodonte se coloca de cero a cien en sólo, y subrayamos sólo, 8,75 segundos. Los deportivos lo hacen en menos, claro, pero pesan una tonelada menos. Aún así, algunos tardan más. Eso por no hablar de cualquier otro segmento, sea berlina, compacto o utilitario. Un empujón al acelerador del X5 y los demás son un signo de admiración que brilla al final del retrovisor. Los 400 metros en 16,27 segundos y los 1.000 en 29,73... Un misil. Lanzado a la carrera por la sobrada fuerza de su propulsor, el X5 da entonces lo mejor de sí mismo. En carreteras en buen estado y curvas fáciles, uno tiene la sensación de viajar en un helicóptero. El motor zumba como el rotor de una de estas aeronaves y los viajeros parecen flotar a ras de suelo. La pegada del 4.4 es tanta que los kilómetros pasan sin aparente esfuerzo. Sólo si miramos a los consumos se deshace el hechizo. Con promedios de 20 litros sin despeinarse, el X5 pierde mucho de su encanto. Hay que pensárselo bien antes de exprimir a fondo su motor, porque el depósito parece estar agujerado. Con un motor tan potente, uno piensa que conducir este coche debe ser algo así como sujetar vientos. Nada más lejos de la realidad. Para empezar, la descomunal potencia que ofrece el motor se apuntala en el sistema de admisión variable Vanos. Esto ya es garantía de suavidad y eficacia. Después, BMW ha querido que este coche sólo monte el cambio Steptronic. Esto, que a muchos puede disgustar, es un acierto total. El sistema electrónico gestiona con toda solvencia el enorme caudal de potencia y permite conducir el X5 con suma comodidad. En el ciclo de funcionamiento completamente automático, el cambio es una delicia. Realmente se nota la mejoría que ha experimentado en dos años. El software de gestión está más pulido y las transiciones entre las marchas son inapreciables. El “quick-down" funciona muy bien y el chorro de fuerza que brota del motor se puede dosificar con facilidad. Así, la entrega de potencia es progresiva y contundente, pero no nos hace juguetes de la inercia. Cuando se pasa a modo secuencial, se nota algo más de rudeza. También se aprecia un avance importante, pues es más suave y permite reducir con más facilidad que antes. Sin embargo, todavía queda trabajo para desbastar del todo su funcionamiento. Los saltos entre piñones deberían notarse menos. Muchos pedirían también que el cambio no engranase una marcha superior al acercarse al corte. BMW mantiene este dispositivo de control por seguridad. A nadie le haría gracia romper un motor como este.