Vanguardia interior
Esa sensación de confort se acrecienta por las buenas condiciones del habitáculo. Bien acabado y elaborado en materiales más que correctos, el interior del Mégane sorprende por la limpieza de sus líneas y su elegancia formal. Tampoco está exento de buenas dosis de diseño vanguardista y de toques futuristas, como la tarjeta electrónica que lo pone en marcha.
La instrumentación es abundante, pero no satura con su presencia, y la distribución de los mandos es muy buena. Sólo el botón de las luces de emergencia está mal colocado: la palanca de cambios está justo delante y, para oprimirlo, es necesario contorsionar la mano. Tampoco son brillantes los mandos del aire acondicionado, demasiado amontonados en una única rueda giratoria. Los anclajes para los cinturones también están algo escondidos y son difíciles de alcanzar. Todo lo contrario sucede con el freno de mano, que, por su configuración, se maneja con un movimiento del brazo anatómicamente más cómodo.La postura al volante, salvo por los detalles ya reseñados, es realmente buena, muy estudiada y mejor conseguida. El conductor prácticamente tiene todo al alcance de la mano y se sitúa frente al volante con todas las garantías. Los asientos ponen también su granito de arena, pues son cómodos y sujetan muy bien en los giros. Hay varias soluciones que denotan el cuidado trabajo de los ingenieros en el interior: una de las que más llaman la atención es la cuidada física que se ha establecido entre el espejo retrovisor interior y la luneta trasera. Esta luneta es muy pequeña y uno piensa que muy poca visibilidad va a permitir. Sin embargo, el espejo se ha pensado para que el campo de visión que refleja coincida exactamente con la curvatura del cristal trasero, con lo que no se nota que éste es muy pequeño. Ni siquiera el casi testimonial limpiaparabrisas trasero cumple mal su misión: limpia justo el tramo de cristal que “encaja" en el campo de visión que cabe en el espejo.Otra buena idea se ha desarrollado para facilitar el acceso a las plazas traseras. Hay que tener en cuenta que este tipo de carrocería es siempre un obstáculo para entrar; primero, porque las puertas pesan como si fueran de plomo, un defecto que ya tenía el Avantime y que no entendemos por qué hereda el Mégane. Después, porque el paso a la banqueta trasera siempre es difícil. Sin embargo, en Renault lo han resuelto bien gracias a los tiradores de gran tamaño, que permiten desanclar los asientos delanteros y hacerlos correr muy adelante, lo suficiente como para despejar totalmente el acceso. Una ingeniosa memoria de posición los devuelve sin problemas al punto de partida.Una vez atrás, nos encontramos con mucho más espacio del esperado en este formato. Como el techo es muy plano, hay 97 centímetros libres hasta él, suficiente para personas de casi cualquier talla. La anchura también es respetable, no así el hueco para las piernas, que no es de lo mejor de la categoría. En cambio, el maletero sí que lo es, con un hueco muy grande al que se accede a través de una boca de carga que, aunque podía ser mayor, no está nada mal.Hay otros muchos destellos de ingenio en este habitáculo, como los cajoncitos integrados en el piso, los muchos huecos para objetos camuflados por las puertas, el propio freno de mano, el botón de arranque, la boca del depósito de combustible, que se abre presionando sobre ella con el boquerel, sin sucios tapones que desenroscar… Por el equipamiento tampoco hay que preocuparse: seis airbags, llantas de aleación, ordenador de a bordo, equipo de sonido con CD, volante regulable en altura y profundidad, control de tracción, ABS… Todo por menos de 16.000 euros.Con todo lo visto, el Mégane es un coche muy interesante. Un producto atractivo y bien resuelto que se mueve con cierta agilidad y ofrece un habitáculo de primera línea lleno de hallazgos de la ergonomía. Es verdad que el motor de 80 CV no es gran cosa para este coche, pero, si no necesitamos, o no queremos, correr, estamos ante una opción que no se puede olvidar. El Mégane es el primer producto de ventas masivas derivado de la rupturista estética Avantime. Con su padre estético archivado en el cajón de las peores ideas, el Mégane se aventura a caminar solo en un mercado que no suele reaccionar demasiado bien ante los ejercicios estilísticos de riesgo. El Vel Satis viene por el mismo camino, pero su objetivo es la élite del segmento de lujo, no los records de ventas.
Esta solitaria posición hace del Mégane una encrucijada para Renault, sobre todo después de anunciar hace unos días el fin de la producción del Avantime, calificado de “fracaso comercial".
Personalmente, el Mégane II me parece un vehículo de gran belleza, con un perfil dominado por la llamativa curva del parabrisas trasero, contrapunto exacto para esa zaga en forma de cola de pato. Hay algo evocador en ese parabrisas: recuerda a las curvas de una locomotora de vapor. Y quizá tenga mucho que ver con ellas, porque algo de pionero y de esperanzador emparenta a este destello del futuro con aquellas máquinas milagrosas que pusieron ruedas y motores al mundo.
Sería una lástima que la estética lastrara el futuro de este coche. En un mercado dominado por la monotonía formal de Golf, Astra, Xsara, Stilo y León, es de agradecer el esfuerzo de los diseñadores de coches como el Mégane, el Alfa 147 y el Peugeot 307, máquinas que no se contentan sólo con ser brillantes en su trabajo, sino que reconcilian la ingeniería con el arte
Renault Mégane II 1.5 dCi
En Renault están convencidos de que esta versión del Mégane, la motorizada con el 1.5 dCi, va a ser, con mucho, la más vendida. La experiencia de este motor los avala, lo mismo que el mercado, cada vez más invadido por el Diesel. Sin embargo, con esta mecánica, el Mégane está lejos de las cotas de eficacia que consigue con otras. Por decirlo rápido y duro, el motor se queda pequeño.
