Mazda CX-5 2.2D 2WD

¿Estamos ante otro Ziritione? Parece que no. Mazda ha dado nombre a su propia modernización y el primer producto es este CX-5, un turismo con aires de SUV muy bien rematado.

Mazda CX-5 2.2D 2WD
Mazda CX-5 2.2D 2WD

Probablemente cuando vayas a un concesionario Mazda o veas su publicidad, te hablen del Skyactiv, con independencia de la versión o modelo que bus­ques. Antes ya lo hicieron con el Zoom-Zoom y ahora en Mazda se firman to­dos los coches con el apellido Skyactiv. No bus­ques nada físico referente al techo –por aquello de Sky–, el motor o el habitáculo, puesto que esto no responde a un elemento en concreto, sino a darle nombre desde el departamento de márketing a una forma interna de hacer las co­sas. No es aquel Ziritione de Volkswagen, que no era nada más que un reclamo publicitario, si bien el Skyactiv, aun con muy buen resultado final, tampoco es algo radicalmente diferencia­dor que te exija tener un coche con él.

Como primera prueba del Mazda CX-5 apostamos por la versión que consideramos debería ser la más vendida. Se trata del Diesel "pequeño" de 150 caballos equipado con tracción delantera, cambio manual, acabado básico y los extras re­comendables, dejando para próximos ocasiones las pruebas de versiones de tracción total o con los otros dos motores, un gasolina de 165 CV, el otro Diesel con 175 CV o el cambio automático.

Skyactiv o como quieran de­nominarlo, en el fondo no nos importa mucho, el caso es que han hecho un buen coche. La sensa­ción general que te queda después de conducirlo es de calidad. Si lo comparas con la competencia mantiene un nivel de espacio muy alto, con la mayor anchura interior del segmento y, por capacidad, el segundo mejor maletero de entre la competencia. La ergonomía interior es buena y la calidad de acabado de la versión básica está en un nivel alto. Es un cinco plazas en el que, como es habitual en el segmento, el quinto pasa­jero no va tan cómodo como el resto de ocupan­tes, pero al menos puede viajar sin sensación de tortura.

Me ha gustado mucho el sistema para abatir con una mano los asientos, con tres pa­lancas en el maletero, una para cada respaldo, y que la bandeja trasera esté siempre enganchada al portón –puede desmontarse–, con lo que no hay que andar colocándola cada vez que abrimos o cerramos el maletero. No hay rueda de repues­to ni espacio para ella. Ya sé que es algo habitual hoy en día, pero en nuestra redacción al año pin­chamos más de una vez y no siempre se resuelve con el equipo reparapinchazos.

Se viaja cómodo y todo está a mano. Tiene buena disposición de mandos, enseguida en­cuentras la postura de conducción, más de tu­rismo convencional que de SUV, y no acusas mucho el paso de los kilómetros. Los retrovi­sores exteriores vibran algo más de lo normal en movimiento, no por su carcasa, pero sí por el propio espejo; no es cosa del motor Diesel, esto no pasa al ralentí o al acelerar en vacío, sino por el sistema de sujeción del espejo. Se distingue bien el tráfico con ellos pero claramente es un detalle a mejorar. 

Cuenta con un motor Diesel nuevo. A pesar de tener similar cilindrada que su ante­rior Diesel que todavía montan los modelos más veteranos, es nuevo. Mientras la competencia apuesta por el bendito/terrible 'downsizing', aquí se decantan por un cuatro cilindros de 2,2 litros hecho en aluminio, con dos turbos de geometría fija en cascada, alimentación por raíl común y culata multiválvulas. Estoy deseando comparar este propulsor con los de la competencia o verlo en un 6, puesto que ofrece un magnífico rendimiento con un consumo digno de motores más peque­ños; entre que el CX-5 no es un coche muy pesa­do a pesar de su volumen –1.544 kg–, que lleva Stop/Start y que su poderío le permite tirar bien desde bajas vueltas, logra un gasto medio real de 6,0 l/100 km, el mejor que hemos encontrado entre sus rivales. Es un motor muy bueno.

El bastidor del CX-5 tiene una afinación, al me­nos en esta versión de tracción delantera, que piensa cien por cien en el asfalto. La altura libre al suelo del coche le permite ciertos escarceos por caminos en buen estado, pero no mucho más que una berlina convencional; es un coche de as­falto. Se comporta bien. Le cuesta un poco digerir el bache corto y a baja velocidad, como los reductores de velocidad, pero trabaja bien en apoyos fuer­tes. Estabiliza correctamente la carrocería sin grandes balanceos a pesar del volumen o la altura y apenas permite descolocar la zaga. Tiene un buen tren delan­tero, aunque el generoso par del motor puede hacer acto de pre­sencia con subviraje si nos pasa­mos con el acelerador. No es de­portivo ni se excede en el confort, quedándose en un inteligente punto medio que puede satisfacer a más conductores. En ciudad se mueve bien. Hay que esperar unas décimas de segundo más con el embrague pisado para que el Stop/Start arranque el motor si no queremos calarlo, ope­ración algo lenta pero no mucho más que en un BMW, por ejemplo. 

Mazda ha hecho un buen trabajo con este co­che. Es amplio, anda bien, gasta poco y está bien equipado de serie. Lo más recomendable es pe­dirlo con el acabado Style –que trae de todo– y agregarle el Pack Comfort, que por 900 euros añade el asistente de cambio de carril y los im­prescindibles sensores de párking, necesarios especialmente para los urbanitas dados el ta­maño y altura del coche.

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