Si en algo parece que todos los científicos están de acuerdo es que el universo es inmensamente grande. Puede que discrepen con el sabio británico Stephen Hawking en cuanto a si es o no finito, a si tiene o no tiene límites, pero todos coinciden en que es enorme. Solo recientemente hemos sabido que en nuestra galaxia, la Vía Láctea, hay más del doble de estrellas de las que pensábamos. Y de ellas, tan solo mil millones de ellas están siendo cartografiadas, el 1 % del total estimado.
Aún así, a pesar de esta inmensidad, somos incapaces de afirmar que exista vida ahí fuera. Es lo que los científicos conocen como la paradoja de Fermi. Es decir, que a pesar de existir miles de millones de estrellas en nuestra galaxia, no hemos logrado encontrar ni el más leve vestigio de una civilización avanzada. ¿Por qué?
La pregunta es pertinente. Tanto que científicos de todo el mundo llevan años haciéndosela. Al menos tantos como desde que esta paradoja fue formulada por el físico italiano Enrico Fermi en 1950. Hasta ahora sin mucho éxito. A lo sumo, todo lo que se ha conseguido es ofrecer algunas explicaciones. Explicaciones que varían según a quién se haga la pregunta.
¿Estamos solos en el universo?
Sin embargo, en 2018, el físico teórico Alexander Berezin, de la Universidad Nacional de Investigación de Tecnología Electrónica (MIET), en Rusia, presentó su propia explicación de por qué aparentemente estamos solos en el Universo. Su solución se resume en la propuesta "primero en entrar, último en salir". A simple vista, la solución de Berezin lejos de ofrecer una respuesta complicaba aún más el panorama.
O eso se creía. Porque según el documento de Berezin, aún a la espera de ser revisado por otros científicos, la paradoja de Farmi tiene una "solución trivial, que no requiere suposiciones controvertidas", pero puede resultar "difícil de aceptar, ya que predice un futuro para nuestra propia civilización".
La solución de Berezin es una ofrece una perspectiva bastante aterradora para la paradoja de Fermi
El problema de la paradoja de Fermin según Berezin no es tanto si existe o no vida extraterrestre, sino que la definición de vida extraterrestre que plantea es muy limitada.
"La naturaleza específica de las civilizaciones que surgen al nivel interestelar no debería importar", afirma. "Podrían [ser] organismos biológicos como nosotros, IA deshonestas que se rebelaron contra sus creadores o mentes distribuidas a escala planetaria como las descritas por Stanislaw Lem en Solaris ".
¿Qué quiere decir esto? Pues que a efectos de resolver la paradoja, Berezin considera que el único parámetro que en realidad debería preocuparnos a la hora de definir la vida extraterrestre es en qué umbral físico podemos observarla.
"La única variable que podemos medir objetivamente es la probabilidad de que la vida se vuelva detectable desde el espacio exterior dentro de un cierto rango desde la Tierra", explica Berezin.
Para simplificar, Berezin lo define como "parámetro A". Es decir, si una civilización extraterrestre no alcanza de algún modo el parámetro A, ya sea mediante el desarrollo de viajes estelares, ya mediante comunicaciones a través del espacio, la civilización puede existir, pero nunca nos ayudará a resolver la paradoja porque no sabremos de ella.
Un escenario sombrío
La solución real de "Primero en entrar, último en salir" ofrecida por Berezin nos propone es un escenario sombrío.
Porque ¿qué pasaría si la primera vida que alcanza la capacidad de viajar interestelarmente erradica toda competencia para impulsar su propia expansión? Para Berezin esto no significa necesariamente que una civilización extraterrestre altamente desarrollada elimine conscientemente otras formas de vida, pero tal vez "simplemente no se darán cuenta, de la misma manera que un equipo de construcción demuele un hormiguero para construir bienes raíces porque carecen de incentivo para protegerlo".
Para Berecin los humanos somos los primeros en llegar a la etapa interestelar. Y, muy probablemente, seremos los últimos en partir
¿Somos entonces los humanos hormigas? ¿Radica el hecho de no haber encontrado civilizaciones alienígenas en el hecho de que no hemos visto nuestra propia existencia destruida por ellas?
Pues no. Sencillamente porque puede que no seamos nosotros las hormigas, sino los futuros destructores de las civilizaciones que con tanto ahínco buscamos en los útimos tiempos. De ser así, ¿que supondrá esto para nuestro futuro? Berezin lo tiene claro. "La única explicación es la invocación del principio antrópico. Somos los primeros en llegar a la etapa interestelar. Y, muy probablemente, seremos los últimos en partir".
Berezin aduce que esta destrucción potencial no necesitaría ser intencionalmente diseñada u orquestada, sino que podría desarrollarse como un sistema sin restricciones, más grande que los intentos de cualquier individuo para controlarlo. "Una IA deshonesta puede potencialmente poblar todo el supercúmulo con copias de sí mismo, convirtiendo cada sistema solar en una supercomputadora, y no tiene sentido preguntar por qué haría eso", afirma.
La solución de Berezin es una ofrece una perspectiva bastante aterradora para la paradoja de Fermi. Básicamente, podríamos ser los ganadores de una carrera mortal en la que ni siquiera sabíamos que estábamos compitiendo. O como lo expresó Andrew Masterson en Cosmos , "somos la resolución de la paradoja manifestada".
Berezin admite que le encantaría estar equivocado. Y por el bien de todos así lo espera. Mientras salimos de duda, quizá podamos contentarnos pensando que hay muchos otros científicos con puntos de vista más optimistas sobre las posibilidades contactar con otras civilizaciones.
Fuente: ScienceAlert
Referencia: Cornell University. arXiv.org