Máximo Fernández Sendín tiene 54 años y una larga experiencia en el mercado de la electrónica. Lleva más de tres décadas dedicado al mundo empresarial en Oviedo, su ciudad natal, pero ahora cree que por fin ha llegado su oportunidad. Ha inventado la bombilla multifilamento, un original sistema de iluminación que ha despertado ya el interés de compañías británicas y asiáticas. En España, en cambio, las principales empresas del sector miran para otro lado. Y eso que ha demostrado cómo funciona su invento hasta en Televisión Española…No es el único. Como él, hay decenas de ingeniosos españoles que, cada año, idean nuevos proyectos para tratar de mejorar el rendimiento de un vehículo, reforzar su seguridad o, simplemente, para ampliar su comodidad. No se consideran genios, pero exigen un poco de respeto: aseguran que nadie los escucha y que no reciben subvenciones. Todo el trabajo corre a cuenta de su ilusión y de su bolsillo, pero este último, desgraciadamente, los obliga muchas veces a abandonar sus ideas en el baúl de los recuerdos.Dedicarse de lleno al excitante mundo de la invención no es fácil. Que se lo digan, por ejemplo, al mismísimo Leonardo Da Vinci, que hace cinco siglos ya ideó un curioso boceto de automóvil, calificado como “pura fantasía" por los grandes nombres de la ciencia del momento. Ahora, medio milenio más tarde, dos jóvenes científicos han logrado llevar a la práctica dicho vehículo, que bien podría haber revolucionado su época. Lo mismo podemos decir de grandes creaciones como el airbag o el cinturón de seguridad, que fueron centro de airadas críticas en sus orígenes. Aun así, no nos confundamos. Experiencias como éstas no significan que toda idea tenga que llevarse a la práctica. Muchas de ellas no pasan de ser curiosidades y otras, de provocar alguna que otra carcajada. Los propios inventores lo saben y, por ello, sólo piden un poco de atención y que sus proyectos se libren de todas las trabas que sufren. Consideran que es de justicia.Las dificultades que encuentra este colectivo para el desarrollo de sus labores no son consecuencia de la falta de inversión, sino de la ausencia de confianza. Por sorprendente que parezca, la automoción se mueve a un ritmo frenético y ya es el sector español que más invierte en innovación, por delante de la industria aeroespacial, la sanidad o la informática. De hecho, sólo en 2003 se dedicaron a este concepto más de 1.800 millones de euros. Muy pocas partidas, sin embargo, llegan a Máximo o a cualquiera de sus colegas. La investigación independiente ni siquiera suele obtener financiación para explotar proyectos tangibles. Su situación contrasta con la de los grandes centros de estudios que, hasta sin resultados, copan prácticamente todas las subvenciones emitidas en la industria. A la cabeza se encuentran el nuevo Centro Tecnológico de Automoción de Galicia (COAG), el IDIADA o la Fundación Instituto Tecnológico para la Seguridad del Automóvil (FITSA). Si quieres conocer más detalles sobre el trabajo que se desarrolla en estos centros, pincha en el enlace que te ofrecemos más abajo.Pero el problema es aún más complejo: la investigación independiente no sólo no recibe ayudas para la elaboración de sus proyectos, sino que incluso necesita invertir de su bolsillo para preservar la autoría de sus propios inventos. Con ello, se obtiene lo que se conoce como patente, un derecho que tiene que renovarse cada año durante, por lo menos, dos décadas. Y no es nada barato: en cada ejercicio, se incrementa la cuantía, que incluso puede alcanzar más de 500 euros. Todo lo que hay que saber sobre las patentes lo puedes encontrar en el enlace a la Oficina Española de Patentes y Marcas. Y, por supuesto, no podía faltar el lado oscuro de la ciencia. Compra de patentes, presiones, trabas administrativas… No hay pruebas, pero sí la sospecha de que muchas empresas interesadas torpedean buena parte de los inventos. En el punto de mira se encuentran, por ejemplo, compañías de la industria de componentes, que suministran todo tipo de elementos a los grandes fabricantes, y las petroleras, a quienes interesa que la automoción siga dependiendo del crudo. El problema es, como siempre, demostrarlo.“Ingrato": es el adjetivo que mejor califica el trabajo de nuestros imaginativos personajes. Rara vez obtienen recompensa por tanto esfuerzo. Incluso salvando los obstáculos ya mencionados, luego queda plasmar la idea en realidad, una tarea muy complicada hasta para los que nacieron con aureola de estrella.El ejemplo más claro lo protagonizó el Segway, un revolucionario vehículo urbano del futuro similar a un patinete. Los expertos pronosticaron que cambiaría el mundo, y nada más lejos de la realidad: en sus primeros meses de comercialización, 9.000 personas resultaron heridas por circular con él por las aceras a gran velocidad. Además, muchos de sus conductores sufrieron graves daños al caerse del aparato. Y es que, circulases a la velocidad que circulases (podía alcanzar más de 20 km/h), el patinete se paraba instantáneamente al quedarse sin batería. ¡Menudo peligro!Otros inventos “gaseosa" son el automóvil con cuatro ruedas en forma de rombo, del que decían que incrementaría la seguridad, o el coche sin volante, un invento por el que llegó a interesarse hasta la propia Mitsubishi. Ya nadie se acuerda de ellos… y eso que eran ideas “galácticas". ¿Os imagináis del resto?
Inventores por vocación
Luces que no se funden, parasoles para neumáticos, elevadores para dobles aparcamientos… Los inventores españoles no descansan. En una industria cada vez más automatizada, todavía hoy sobreviven imaginativos creadores. No son famosos ingenieros, ni contrastados diseñadores, pero sueñan con formar parte algún día de la gran historia del automóvil. Ilusión no les falta.
