El 8 de mayo de 1982 Gilles Villeneuve, de 32 años, se encontraba en el Circuito de Zolder, donde disputaba la sesión de entrenamientos oficiales para el Gran Premio de Bélgica. Por desgracia, su Ferrari chocó contra el tren trasero del March de Jochen Mass, despegando del suelo y volviendo a caer. Aunque los médicos consiguieron reanimar al canadiense en el trazado, el piloto fue trasladado a un hospital, donde murió horas más tarde.
Villeneuve había llegado a Ferrari en 1977, tras participar en algunas carreras en la máxima categoría de la especialidad, donde comenzaba a perfilarse como una "joven promesa". Enzo Ferrari quedó asombrado con el espectacular pilotaje y la sencillez del canadiense, a quien llegó a considerar como su hijo adoptivo, especialmente después de la muerte de Dino, su propio vástago.
Por su parte, Villeneuve no se acababa de creer su suerte (siempre afirmó que, si alguien le hubiera concedido tres deseos, "el primero hubiera sido ser piloto, el segundo, llegar a la Fórmula Uno y el tercero, conducir para Ferrari"), a pesar de abandonar en las dos primeras carreras disputadas con la escudería del "cavallino rampante".
Sin embargo, en 1979, subió por primera vez a lo más alto del podio, precisamente en Canadá. Fue el primero de los seis triunfos de un piloto que nunca llegó a ser campeón del mundo, pero que llegó a ganarse al público con su conducción arriesgada.
En 1997, su hijo Jacques Villeneuve obtuvo el título mundial, que dedicó a su padre. Ese mismo año, Canadá editó un sello en memoria de su piloto favorito: Gilles.
Veinte años después de su muerte, aún pueden verse pancartas en las curvas de Imola con la leyenda "Gilles Forever" y muchos recuerdan lo que solía repetir: "No creo que llegue a tener un accidente, al menos, no uno serio. Si pensara eso, ¿cómo iba a ser capaz de realizar este trabajo?".