Peugeot siempre ha sabido poner los puntos sobre las íes en materia de comportamiento, y más si hablamos de pequeños GTi. Todavía recuerdo con cariño el 206 GTi, ya que se convirtió en uno de mis coches preferidos allá por 1999 después de haberlo conducido por exigentes tramos de montaña durante su presentación. Me encandiló su agilidad, fruto de los 138 CV de su motor 2.0 16v atmosférico y de un bastidor muy reactivo. Te incitaba a dar lo mejor de ti, a buscar sus límites, a cambiar al corte y a poner a prueba sus contundentes frenos antes de cada curva. A su lado, casi todos los demás coches, salvo gloriosas excepciones, se mostraban mucho más torpes y pesados, carentes de emoción. Alcanzó los 180 CV con la versión RC, aunque dejó de convencerme con los años, pues si en carreteras reviradas transmitía una tremenda confianza, en curvas rápidas de autopista la viveza de su trasera no daba tanta tranquilidad en caso de tener que frenar. Después llegó el 207 RC que, a pesar de tener un chasis aún más efectivo y mejor motor, no proporcionaba las mismas sensaciones. Respecto a su antecesor era menos inmediato, menos directo y con una trasera muy sujeta, y más si se comparaba con el Mini Cooper S, algo casi inevitable dado que de este modelo tomaba la mecánica 1.6 THP turboalimentada de 174 CV —igual que en el 208 GTi, pero en este caso con 200 CV—. Como buen fan del Cooper S, su comportamiento nunca acabó de entusiasmarme, y eso que el francés era más rápido frente al crono en nuestro trazado del INTA.
Sin embargo, con el nuevo Peugeot 208 GTi las cosas han retornado a su cauce. No le falta personalidad deportiva ni carácter, y lo mejor es que estos dos ingredientes están administrados en su justa medida. Precisamente es el equilibrio lo que le define. Es como si hubieran puesto al 206 GTi y al 207 RC en una coctelera para tomar lo mejor de cada uno, el motor y el aplomo del 207, junto a las sensaciones del 206, pero todo ello amplificado para dar lugar a un automóvil con mucha más garra... sin llegar a ser extremo. Toda una virtud, ya que su configuración hace que se pueda usar a diario sin sacrificio alguno, con mayor agrado que otros modelos de su segmento y, lo más importante, sin tener que lidiar con unas suspensiones demasiado duras. Son firmes, pero teniendo en cuenta su nivel de potencia podrían haberlo sido mucho más. Insisto, es el equilibrio la nota dominante y esta firmeza amable y no excesiva de la suspensión es la misma que encontramos en la palanca de cambios, dirección y pedales, todos con muy buen tacto.
Nadie diría que bajo el capó hay 200 CV a juzgar por el discreto sonido al arrancarlo, o por su docilidad, refinamiento y capacidad para funcionar a muy pocas vueltas en el tráfico urbano. Pese a sus 1,6 litros es perfectamente solvente desde prácticamente el ralentí, regular en su giro y sin ningún tipo de pereza en su respuesta. Te puedes mover por debajo de 2.000 rpm sin echar de menos más motor y, cuando hay vía libre, queda todo el cuentavueltas por delante. La zona media es de lo más contundente y hace del 208 GTi un coche muy, muy rápido, pero en ningún momento se siente desbocado, ya que la "patada" del turbo es sorprendentemente lineal y progresiva, sin altibajos en su enérgica e inmediata entrega, y al mismo tiempo muy dosificable. Únicamente el rango cercano a la zona roja es algo menos brillante, pero no hace falta estirar tanto el motor.
Respecto al sonido, al habitáculo no llega ninguna nota especialmente evocadora, solamente al levantar bruscamente el pie derecho tras una fuerte aceleración emite una amortiguada explosión a través del escape. Discreto, al igual que su diseño, aunque a mi juicio podrían haber trabajado más su afinación, pues un motor tan soberbio merecería una tonalidad un poco más distintiva.
Comportamiento dinámico
Al llegar a una de mis habituales carreteras de montaña, tras algo más de 70 km por autovía, la aguja del combustible sigue casi igual que cuando salí del garaje, 1/4. Toca repostar, pero no funciona el surtidor y la otra gasolinera más cercana me aleja de mi ruta. Con menos carga será más dinámico, me digo, y me arriesgo a continuar confiando en que los consumos no se disparen en conducción deportiva. Ya desde los primeros kilómetros sale a relucir una fantástica agilidad, debido a una trasera muy direccional que otorga una velocidad de paso por curva "natural" muy alta, sin necesidad de forzar las cosas. A base de gas se puede abrir o cerrar la trayectoria, suficiente entretenimiento para la gran mayoría, junto con el preciso cambio de acertados desarrollos. Si a pesar de todo subes el ritmo, el coche no se descompone, aunque podrás escuchar algún "clic" y sentir leves vibraciones del pedal de freno en frenadas en apoyo, o ver el testigo del control de tracción a la salida de las curvas, que delata al ESP supervisando lo que haces. Si lo desconectas, te quedas a solas con uno de los bastidores más eficaces que he probado últimamente, pero es tan noble que no llega a estresarte más de la cuenta, pese a ser un coche pequeño y bastante vivo.
Hace lo que le pides, entra muy bien en todo tipo de curva gracias al participativo eje trasero, cuyo redondeo puedes incrementar y transformar en un leve y fácil sobreviraje con una simple provocación sobre la dirección, que termina en cuando rozas el acelerador, sin obligarte a manotear con el pequeño volante. Pese a la gran sensación de agilidad y a este redondeo inducido, el pequeño GTi no pierde aplomo y, llegados a situaciones críticas —hay que ir muy rápido para ello—, es el tren delantero el que acaba cediendo, con buen criterio en un modelo de batalla tan corta. ¿Podría haber sido aún más eficaz? Sin duda, pero no mucho más, y a costa de renunciar a su acertada puesta a punto, pues no hay que olvidar que es un coche perfectamente utilizable a diario y gran parte de su atractivo reside en esto. Sería además más exigente en cuanto a nivel de "pilotaje". Quién sabe si habrá una versión RC, aunque muy buena tendrá que ser para batir, al menos en agrado de conducción, a este GTi.
Por cierto, la gasolina duró para acabar el recorrido, sólo hizo falta ser algo conservador con el acelerador en los kilómetros finales para que la media del ordenador de viaje bajase a una cifra de un solo dígito. Por tanto, el único inconveniente que se podía plantear en un automóvil como este, resulta que tampoco lo es.