Puestos en marcha, lo primero que destaca es la capacidad de absorción de la suspensión que, sobre carretera asfaltada, resulta en exceso blanda si forzamos el ritmo de marcha en curvas medias y lentas. La carrocería nos obsequia con fuertes inclinaciones que no favorecen la comodidad, pero que no se traducen en pérdidas de eficacia, pues la transmisión trabaja con efectividad, sacando el coche de las curvas por inverosímil que sea su posición, vista desde el exterior. Pero más que su comportamiento y estabilidad, el Santa Fe destaca por unos frenos de primer orden, capaces de producir deceleraciones del entorno de 10 m/s2 y sacar de apuros a conductores distraídos. Su resistencia, para los más empecinados en extraer la quintaesencia de este coche, es excelente, pues no hemos notado ninguna pérdida de eficacia en recorridos de montaña donde turismos con muchas más ínfulas han sucumbido ante un enemigo tan inmaterial como el calor. Ya matadas las ganas velocísticas, entramos en un entorno donde lo metódico, cuidadoso y experimentado tiene su principal campo de actuación. Dejar el asfalto supone, para todo conductor, un cambio de mentalidad y en el Santa Fe no es una excepción. Aun así, los caminos pueden ser recorridos con celeridad, pues las suspensiones absorben bien los baches menudos y los frenos actúan con bastante eficacia, aunque los neumáticos incluidos en serie no son los más indicados para un uso en terreno disgregado. Si nos adentramos en corrientes de agua, hay que tener mucha precaución, porque la capacidad de vadeo está muy limitada por la toma de admisión del motor, situada en una posición muy baja. Algo parecido le ocurre a la plancha de protección del cárter y a otros elementos mecánicos, que son los protagonistas de la limitada posibilidad de entrar en espacios de terreno muy roto, pues es fácil golpear los bajos o quedarse empanzados. No sólo ocurre esto, sino que la falta de reductora obliga a abordar los obstáculos de cierta entidad con un mínimo de carrerilla, para evitar el correspondiente calado de motor o esfuerzo extra del embrague, lo que, en muchos casos, o es imposible o enviará al coche a quién sabe dónde.
Llegados al motor, Hyundai ha tomado el camino directo de llamar a la puerta de Detroit Diesel —perteneciente a DaimlerChrysler— para agenciarse un producto imprescindible si se quiere triunfar en el mercado europeo. Nos referimos, naturalmente, a un motor turbodiésel con tecnología de última hornada. Su rendimiento es más que bueno para mover un vehículo del volumen y peso de este Santa Fe. Las aceleraciones son especialmente aceptables, gracias a un factor nada ajeno como son unos desarrollos de transmisión bien elegidos. Esta adjetivación se completa al observar el consumo de combustible, que resulta contenido, autorizando una autonomía bastante destacable. Las recuperaciones y los adelantamientos no mantienen el mismo nivel de las aceleraciones y en ello tiene parte de responsabilidad una cierta pereza del motor para resurgir desde lo más profundo de la banda de utilización. De hecho, no es hasta que llegan las 1.800 rpm cuando el propulsor despierta con un vigor reseñable. Práctico, llamativo y con un precio razonable, el Hyundai Santa Fe entra en el mercado con muchas ganas de molestar a sus rivales. Razones no le faltan.