Los hay más baratos —como un Kia Carens y un Opel Zafira— o más equipados — Citroën Grand Picasso —, pero este Renault Grand Scénic los barre en prestaciones. Los hay con un comportamiento más parecido al de un turismo —Mazda 5— pero el Renault es más cómodo. Y los hay mejor acabados —VW Touran—, pero más caros. Si hay que resumir cómo es el Renault Grand Scénic no se me ocurre nada más breve y acertado que decir que es mejor que antes y mejor que sus rivales. Es cierto que no ha sido una mejoría espectacular y que hay incluso matices que siguen siendo mejorables, pero Renault ha llevado a cabo una labor de optimización en todos los frentes para garantizar el éxito comercial del Grand Scénic.
Si por fuera ya se nota una profunda actualización estética, por dentro también hay novedades. Para empezar, el salpicadero y la instrumentación cuentan con un nuevo diseño, pero la ergonomía «de consumo» —si se permite la expresión— nos sigue pareciendo mejorable: el volante puede llegar a tapar parte de la información, hay tacómetros que se ven mejor y para activar el regulador/limitador de velocidad todavía hace falta soltar una mano del volante. El nivel de acabado, ajuste y presencia está al nivel de un Mégane, mientras entre la innumerable cantidad de huecos y cajones para dejar objetos de todos los tamaños destaca ahora el reposabrazos central deslizante que aloja otra guantera de considerables proporciones. Los asientos conservan el mullido blando típico de la marca. Algunas espaldas lo agradecerán a largo plazo; personalmente, los prefiero más firmes, si bien el apoyo lumbar es francamente correcto. Los respaldos sujetan bien el cuerpo pero las banquetas no hacen lo mismo con las piernas a pesar de que tienen una buena longitud, sobre todo en las plazas traseras.
Entre las indudables mejoras, una que parece nimia pero que resulta importante: se ha previsto un hueco bajo el piso del maletero para guardar la bandeja cubre equipajes al levantar la tercera fila de asientos. También se han ganado algunos centímetros en habitabilidad. Así, en las tres filas de asientos hay mayor altura disponible —sobre todo en la segunda— y el maletero oscila ahora entre los 225 dm3 con siete plazas —antes 185— y los 680 de máximo con cinco, frente a los 630 del modelo precedente.
Se nota que hay 7 centímetros más de longitud de carrocería y 3,5 de batalla pero, sobre todo, en el interior ha aumentado el margen de maniobra, porque los asientos de la segunda y tercera fila tienen mayor recorrido longitudinal que antes: 17 y 14 cm, respectivamente, frente a los 12 de antes. Como siempre, el acceso a las plazas del «gallinero» es amplio por la facilidad para plegar los asientos de la segunda fila que, por cierto, son extraíbles pero pesan bastante. Los de la tercera son escamoteables y salen o entran con sólo tirar de una cinta roja.
El confort de marcha sigue siendo una de las virtudes del Renault Grand Scénic y no sólo por la suavidad de la suspensión, sino que también la sonoridad se ha reducido. Aunque la amortiguación es claramente blanda en compresión y correcta en extensión, con el bastidor tomado del nuevo Mégane, el comportamiento dinámico tiene que ser forzosamente muy bueno, de los mejores de su clase. Además, la servodirección eléctrica ya no tiene el tacto ‘fofo’ de antes y ha mejorado claramente en cuanto a precisión y rapidez. Aunque al volante se sigue notando que llevamos un monovolumen —en este aspecto un Mazda 5 está más logrado— el Renault Grand Scénic admite ciertas licencias sin que el eje delantero pierda la trayectoria ordenada por el conductor ni el trasero haga un mal gesto.
En este sentido, por cierto, hay que citar que las distancias de frenado frente al dCi 150 han mejorado y el pedal tiene un tacto algo menos sensible pero sigue siendo mejorable. Por cierto, el equilibrio no nos ha convencido completamente, sobre todo al pisar fuerte el freno sobre firme algo irregular por encima de 90 km/h. Sin ser preocupante —la electrónica mantiene las cosas dentro de los límites de la seguridad—, sí que se nota un claro ‘bailoteo’ del tren trasero. Tendremos que verificar en próximas ocasiones si se trata de un problema de nuestra unidad o de algo más serio.
Por lo que respecta al motor, el 2.0 dCi —ahora con 160 CV— sigue siendo una gozada. Empieza a empujar antes de las 1.500 rpm y a 1.800 se nota un claro impulso que perdura hasta llegar a casi 4.000 rpm. Con respecto al anterior Renault Grand Scénic dCi-150, han mejorado las aceleraciones y las recuperaciones, a cambio tan sólo de haber aumentado una décima el consumo. La relación peso potencia se mantiene en 10,6 kg/CV, pero el par máximo es ahora un poco más generoso y los desarrollos, un pelín más cortos. Frente a sus rivales, el resultado es realmente bueno. No en vano, para derrotar con claridad a este Renault Grand Scénichay que irse hasta un VW Touran 2.0 TDi en su versión de 170 CV. De hecho, las prestaciones del Renault Grand ScénicdCi-160 están al nivel de las del Corolla Verso 2.2 D-4D de 177 CV, motor no disponible en el nuevo Verso.
Los hay más baratos —como un Kia Carens y un Opel Zafira— o más equipados — Citroën Grand Picasso —, pero este Renault Grand Scénic los barre en prestaciones. Los hay con un comportamiento más parecido al de un turismo —Mazda 5— pero el Renault es más cómodo. Y los hay mejor acabados —VW Touran—, pero más caros. Si hay que resumir cómo es el Renault Grand Scénic no se me ocurre nada más breve y acertado que decir que es mejor que antes y mejor que sus rivales. Es cierto que no ha sido una mejoría espectacular y que hay incluso matices que siguen siendo mejorables, pero Renault ha llevado a cabo una labor de optimización en todos los frentes para garantizar el éxito comercial del Grand Scénic.
Si por fuera ya se nota una profunda actualización estética, por dentro también hay novedades. Para empezar, el salpicadero y la instrumentación cuentan con un nuevo diseño, pero la ergonomía «de consumo» —si se permite la expresión— nos sigue pareciendo mejorable: el volante puede llegar a tapar parte de la información, hay tacómetros que se ven mejor y para activar el regulador/limitador de velocidad todavía hace falta soltar una mano del volante. El nivel de acabado, ajuste y presencia está al nivel de un Mégane, mientras entre la innumerable cantidad de huecos y cajones para dejar objetos de todos los tamaños destaca ahora el reposabrazos central deslizante que aloja otra guantera de considerables proporciones. Los asientos conservan el mullido blando típico de la marca. Algunas espaldas lo agradecerán a largo plazo; personalmente, los prefiero más firmes, si bien el apoyo lumbar es francamente correcto. Los respaldos sujetan bien el cuerpo pero las banquetas no hacen lo mismo con las piernas a pesar de que tienen una buena longitud, sobre todo en las plazas traseras.
Entre las indudables mejoras, una que parece nimia pero que resulta importante: se ha previsto un hueco bajo el piso del maletero para guardar la bandeja cubre equipajes al levantar la tercera fila de asientos. También se han ganado algunos centímetros en habitabilidad. Así, en las tres filas de asientos hay mayor altura disponible —sobre todo en la segunda— y el maletero oscila ahora entre los 225 dm3 con siete plazas —antes 185— y los 680 de máximo con cinco, frente a los 630 del modelo precedente.
Se nota que hay 7 centímetros más de longitud de carrocería y 3,5 de batalla pero, sobre todo, en el interior ha aumentado el margen de maniobra, porque los asientos de la segunda y tercera fila tienen mayor recorrido longitudinal que antes: 17 y 14 cm, respectivamente, frente a los 12 de antes. Como siempre, el acceso a las plazas del «gallinero» es amplio por la facilidad para plegar los asientos de la segunda fila que, por cierto, son extraíbles pero pesan bastante. Los de la tercera son escamoteables y salen o entran con sólo tirar de una cinta roja.
El confort de marcha sigue siendo una de las virtudes del Renault Grand Scénic y no sólo por la suavidad de la suspensión, sino que también la sonoridad se ha reducido. Aunque la amortiguación es claramente blanda en compresión y correcta en extensión, con el bastidor tomado del nuevo Mégane, el comportamiento dinámico tiene que ser forzosamente muy bueno, de los mejores de su clase. Además, la servodirección eléctrica ya no tiene el tacto ‘fofo’ de antes y ha mejorado claramente en cuanto a precisión y rapidez. Aunque al volante se sigue notando que llevamos un monovolumen —en este aspecto un Mazda 5 está más logrado— el Renault Grand Scénic admite ciertas licencias sin que el eje delantero pierda la trayectoria ordenada por el conductor ni el trasero haga un mal gesto.
En este sentido, por cierto, hay que citar que las distancias de frenado frente al dCi 150 han mejorado y el pedal tiene un tacto algo menos sensible pero sigue siendo mejorable. Por cierto, el equilibrio no nos ha convencido completamente, sobre todo al pisar fuerte el freno sobre firme algo irregular por encima de 90 km/h. Sin ser preocupante —la electrónica mantiene las cosas dentro de los límites de la seguridad—, sí que se nota un claro ‘bailoteo’ del tren trasero. Tendremos que verificar en próximas ocasiones si se trata de un problema de nuestra unidad o de algo más serio.
Por lo que respecta al motor, el 2.0 dCi —ahora con 160 CV— sigue siendo una gozada. Empieza a empujar antes de las 1.500 rpm y a 1.800 se nota un claro impulso que perdura hasta llegar a casi 4.000 rpm. Con respecto al anterior Renault Grand Scénic dCi-150, han mejorado las aceleraciones y las recuperaciones, a cambio tan sólo de haber aumentado una décima el consumo. La relación peso potencia se mantiene en 10,6 kg/CV, pero el par máximo es ahora un poco más generoso y los desarrollos, un pelín más cortos. Frente a sus rivales, el resultado es realmente bueno. No en vano, para derrotar con claridad a este Renault Grand Scénichay que irse hasta un VW Touran 2.0 TDi en su versión de 170 CV. De hecho, las prestaciones del Renault Grand ScénicdCi-160 están al nivel de las del Corolla Verso 2.2 D-4D de 177 CV, motor no disponible en el nuevo Verso.