Opel Speedster

Pocos coches del mercado proporcionan tanto placer de conducción como este Speedster. Tantas sensaciones —y tan puras— como inconvenientes objetivos. Todos ellos olvidados cuando se pulsa el botón de arranque en el salpicadero.

Opel Speedster
Opel Speedster

El Opel Speedster es un coche al que hay que entregarse en cuerpo y alma. En cuerpo para permitir que nos lo maltrate en algunos sentidos. Y en alma, porque sólo los que tengan auténtica alma de competición y sepan destilar la conducción hasta el estado puro podrán entender y perdonar todos los inconvenientes que supone un coche de este tipo. Y decimos inconvenientes porque no es lo mismo inconveniente que defecto. El inconveniente es algo que va con el espíritu y la razón del coche, y el Speedster está cargado de ellos por ser lo que es. Los defectos son todas aquellas cosas que, pudiendo estar bien, está mal, que también tiene, pero menos. El coche es muy bajo y es atractivo, con aspecto de ultradeportivo. Sólo levanta del suelo 1,11 metros, mientras que, por ejemplo, un Z3 lo hace hasta 1,29 y un A3 hasta 1,43. Se abre con la llave en una sencilla cerradura: no hay cierre centralizado. Lo siguiente que se pregunta uno al abrir la puerta es ¿y ahora cómo entro yo ahí?. Allí abajo se puede ver un asiento tipo baquet, pero, entre la altura general, el techo y el ancho larguero longitudinal, la entrada no se presenta fácil. Y no lo es. Pero tampoco resulta tan complicada como creíamos a priori. Salir es más difícil. Hay que tener pericia y cierta flexibilidad, salvo que apliquemos la técnica de las carreras de los años 60, sentándonos precisamente en el cajón lateral que parecía dificultarlo todo. Una vez que nos hemos dejado caer en el "agujero", nos encontramos un mundo diferente a cualquier coche. Un volante Momo de mínimo tamaño, pedales y palanca de aluminio y poco más. Revestimientos escasos y algunos que incluso sobran. Nuestro asiento casi toca el del acompañante y sólo se regula la distancia y el apoyo lumbar. Que nadie se queje al volante, porque el de la derecha ni se mueve. A pesar de todo, la postura es correcta y no resulta tan claustrofóbico como intuíamos al verlo aparcado. Lo que no comprendemos es por qué los plásticos empleados están tan mal rematados. Al coche no se le pueden exigir más guarnecidos, ni lujo, ni equipamiento, ni aislantes; pero al menos ese mínimo necesario tiene que estar terminado de una forma correcta y bien ajustado. Y éste va ser, junto con un precio elevado, el único defecto que podemos calificar como tal. Llegó el momento. Giramos la llave y no arranca. ¿Qué pasa? Que hay que pulsar el botón situado en el centro del salpicadero para que el motor se deje oír con claridad. No se trata de un sonido especialmente atractivo, pero viene de atrás y eso ya resulta excitante.