Si el Mini marcó moda por estética, también consiguió dejar huella por sus soluciones mecánicas, unos mecanismos que ya han quedado completamente superados. Ahora, tiene el privilegio de ser el primer BMW de tracción delantera y eso se nota.
Nada más arrancar se muestra bravo, pero nos da la impresión de que a medida que sube de vueltas se suaviza. En marchas largas, su comportamiento nos ha gustado menos que cuando lo llevamos en cortas, por lo que siempre estuvimos tirando del cambio, que es muy rápido y de recorridos cortos.
Monta el mismo sistema de suspensión que se usa en la Serie 3 de BMW - McPherson en el tren anterior y multibrazo en el posterior -, pero en el Mini se ha endurecido y, a veces, cuando el asfalto está un poco dañado, da la impresión de que traquetea. En el otro lado de la balanza, se encuentra una estabilidad muy buena, que invita a tomar las curvas con soltura. Con respecto al Cooper, no lleva estabilizadora trasera, aunque vira igual de plano y se nota casi igual de duro.
Tiene aplomo, lo que no significa que se muestre pesado; al contrario. Aunque supera la tonelada, mientras que sus rivales más directos rondan los 800 kilos, el Mini consigue sacar mucho jugo a sus 90 CV (más de 95,5 CV según nuestro banco de pruebas). O, al menos, transmite unas sensaciones más cercanas a un pequeño deportivo (salvando las distancias) que a un utilitario.
El Mini consiguió hacerse con tres victorias del mítico rally de Montecarlo y, a sus mandos, uno se puede sentir el rey de la pista. El conductor, como ya hemos dicho, va sentado muy abajo, al igual que en un kart de carreras, pero encontrar una buena postura de conducción es bastante sencillo gracias a la regulación en altura e inclinación de la banqueta (el reglaje lumbar no se incluye) .
Eso sí, el volante sólo varía en altura, no en profundidad. El cuentarrevoluciones va unido a la columna de dirección, por lo que, si una vez sentados correctamente no vemos la esfera del reloj, ya nos podemos olvidar, porque, cada vez que cabiemos la posición del volante, también se moverá este reloj.
Por lo demás, todo está a mano y, sobre todo, a la vista: el velocímetro corona el salpicadero, un buen método para que todos los pasajeros nos enmienden si nos pasamos con el acelerador. Aunque la luna trasera es muy pequeña, la visibilidad es muy buena gracias al tamaño de los espejos retrovisores. El cambio y la dirección son precisos, aunque su volante tiene demasiada holgura (2 vueltas y media entre topes), por lo que maniobrar no es tan sencillo como se puede presuponer de un coche de su tamaño.