Hyundai i30 1.6 CRDi vs Renault Mégane 1.6 dCi

Prestaciones, buen comportamiento y agrado de uso se dan la mano con medias de consumo de poco más de 5 l/100 km. ¿Qué más se puede pedir? Todo lo que tiene que tener un buen compacto, está aquí.

Hyundai i30 1.6 CRDi vs Renault Mégane 1.6 dCi
Hyundai i30 1.6 CRDi vs Renault Mégane 1.6 dCi

El segmento compacto es quizá en el que mayor competencia existe por parte de los fabricantes, lo que supone sin duda una ventaja para el consumidor, pues da como resultado productos muy interesantes. Nuestros dos protagonistas son un claro ejemplo de la versatilidad que pueden llegar a ofrecer estos modelos. Por un lado, sus modernos motores no son simples mecánicas de acceso, sino que se sitúan en la parte media-alta de sus respectivas gamas, de modo que aportan un dinamismo más que razonable, pero sin renunciar a unos consumos sorprendentemente bajos. Por otro lado, proporcionan una vida a bordo confortable que los convierte en dos coches con los que resulta fácil convivir a diario.

Con su último lavado de cara, el Renault Mégane ha traído consigo un nuevo 1.6 dCi de 130 CV, que sustituye al anterior 1.9 dCi del mismo rendimiento. Respecto a éste aporta una mayor eficiencia y, como ya hemos comentado en la prueba individual del modelo, una entrega de potencia con un peculiar carácter, ya que su zona baja, algo débil, contrasta con la contundente entrada del turbo y recuerda a motores turbodiesel que en su día eran considerados "deportivos". Su buena capacidad para subir de vueltas una vez que se superan las 1.700-2.000 rpm se traduce en unas prestaciones notables, que unidas al eficaz chasis del Mégane permiten cualquier estilo de conducción, con suficiente solvencia para satisfacer a casi todo tipo de gustos.

El Hyundai i30, en cambio, responde a un enfoque más general, menos orientado a las sensaciones y al dinamismo, pero con un resultado muy convincente. Para empezar, su mecánica es más lineal, con unos bajos similares a los del Mégane, es decir, una respuesta modesta en la zona próxima al ralentí, pero con una entrada del turbo más progresiva y algo más temprana que, a diferencia de su rival, no deja tanto en evidencia este comedido empuje a pocas vueltas porque el contraste no es tan marcado. A esto hay que añadir que su embrague se dosifica mejor, porque es más blando y cuenta con mejor tacto, lo que nos evita prestar demasiada atención o acelerar más de la cuenta cada vez que tenemos que iniciar la marcha, como ocurre en el Renault.

Al final, a pesar de ser un coche menos rápido que su rival, el i30 resulta agradable por su buen equilibrio y suavidad en su entrega. Eso sí, para acercarse al nivel de prestaciones del modelo galo deberemos ser generosos con el acelerador, incluso accionar un botón al final de su recorrido —parecido al "quick-down" de los automáticos— sin el cual no termina de brindarnos toda su potencia y, sobre todo, par motor. Por otro lado, el aislamiento acústico del motor 1.6 CRDI de Hyundai está muy conseguido y disimula bastante bien su origen Diesel. Incluso tiene un sonido digamos atractivo en la zona media del cuentavueltas cuando solicitamos toda su caballería, aunque este no es el único signo que delata el cuidado por los detalles en este modelo. Lástima que el ruido proveniente de los neumáticos sea demasiado elevado, por lo que al final el Mégane resulta más silencioso a alta velocidad, pese a que en su interior se percibe ligeramente más el ruido del motor. En cualquier caso, bastará con elegir un juego distinto de gomas una vez que toque cambiarlas para solucionar esta laguna.

Junto con la personalidad del motor, el comportamiento es el apartado en el que más diferencias se encuentran analizándolos frente a frente. El ritmo que impone en curvas el Mégane es bastante superior gracias a un mayor límite de agarre de su bastidor y a un eje trasero más participativo. Es más ágil y asimila mejor los cambios de apoyo, además su dirección resulta algo más directa y precisa al inicio de los giros. El Hyundai no es tan eficaz y sus reacciones no cuentan con el componente "deportivo" del Mégane, ni son excesivamente inmediatas, pero se muestra correctísimo en todo momento y hace lo que esperas de él, por lo que admite todo tipo de conducción sin resultar aburrido y manteniendo un alto nivel de confort. Es muy neutro y al levantar el acelerador cierra un poco el giro, algo que aporta confianza, a pesar de que el coche apenas informa de lo que ocurre bajo las ruedas. Si intentas ir más allá, el intrusivo ESP corta por lo sano, aunque al menos ayuda a mitigar la deriva del tren delantero cuando nos excedemos, ya que su tarado prima la seguridad para evitar posibles sobresaltos, aunque se puede desconectar, a diferencia del Mégane, en el que se reconecta automáticamente por encima de 50 km/h. Cada uno en su estilo, ambos resultan satisfactorios.

Igual que ocurre en el apartado dinámico, el modelo de Hyundai apuesta por una convincente sencillez para el habitáculo, que no está tan equipado como el de su rival —echamos en falta, por lo menos, faros y limpiaparabrisas automáticos—, pero que sin embargo resulta algo más amplio y práctico, con muchos más huecos para depositar objetos que en el Mégane. También cuenta con una trabajada presentación que poco tiene que envidiar a la de su contrincante, incluso con plásticos blandos para el salpicadero, cosa poco frecuente hasta el momento en los modelos orientales. Y, pese a que el asiento no dispone del reglaje lumbar del francés, la postura al volante es mejor. Es, sin lugar a dudas, un rival muy a tener en cuenta y una buena alternativa capaz de abrirse hueco dentro del segmento compacto.

¿Qué opinas de esta noticia? Debate en los foros con otros aficionados al mundo del motor.

El segmento compacto es quizá en el que mayor competencia existe por parte de los fabricantes, lo que supone sin duda una ventaja para el consumidor, pues da como resultado productos muy interesantes. Nuestros dos protagonistas son un claro ejemplo de la versatilidad que pueden llegar a ofrecer estos modelos. Por un lado, sus modernos motores no son simples mecánicas de acceso, sino que se sitúan en la parte media-alta de sus respectivas gamas, de modo que aportan un dinamismo más que razonable, pero sin renunciar a unos consumos sorprendentemente bajos. Por otro lado, proporcionan una vida a bordo confortable que los convierte en dos coches con los que resulta fácil convivir a diario.

Con su último lavado de cara, el Renault Mégane ha traído consigo un nuevo 1.6 dCi de 130 CV, que sustituye al anterior 1.9 dCi del mismo rendimiento. Respecto a éste aporta una mayor eficiencia y, como ya hemos comentado en la prueba individual del modelo, una entrega de potencia con un peculiar carácter, ya que su zona baja, algo débil, contrasta con la contundente entrada del turbo y recuerda a motores turbodiesel que en su día eran considerados "deportivos". Su buena capacidad para subir de vueltas una vez que se superan las 1.700-2.000 rpm se traduce en unas prestaciones notables, que unidas al eficaz chasis del Mégane permiten cualquier estilo de conducción, con suficiente solvencia para satisfacer a casi todo tipo de gustos.

El Hyundai i30, en cambio, responde a un enfoque más general, menos orientado a las sensaciones y al dinamismo, pero con un resultado muy convincente. Para empezar, su mecánica es más lineal, con unos bajos similares a los del Mégane, es decir, una respuesta modesta en la zona próxima al ralentí, pero con una entrada del turbo más progresiva y algo más temprana que, a diferencia de su rival, no deja tanto en evidencia este comedido empuje a pocas vueltas porque el contraste no es tan marcado. A esto hay que añadir que su embrague se dosifica mejor, porque es más blando y cuenta con mejor tacto, lo que nos evita prestar demasiada atención o acelerar más de la cuenta cada vez que tenemos que iniciar la marcha, como ocurre en el Renault.

Al final, a pesar de ser un coche menos rápido que su rival, el i30 resulta agradable por su buen equilibrio y suavidad en su entrega. Eso sí, para acercarse al nivel de prestaciones del modelo galo deberemos ser generosos con el acelerador, incluso accionar un botón al final de su recorrido —parecido al "quick-down" de los automáticos— sin el cual no termina de brindarnos toda su potencia y, sobre todo, par motor. Por otro lado, el aislamiento acústico del motor 1.6 CRDI de Hyundai está muy conseguido y disimula bastante bien su origen Diesel. Incluso tiene un sonido digamos atractivo en la zona media del cuentavueltas cuando solicitamos toda su caballería, aunque este no es el único signo que delata el cuidado por los detalles en este modelo. Lástima que el ruido proveniente de los neumáticos sea demasiado elevado, por lo que al final el Mégane resulta más silencioso a alta velocidad, pese a que en su interior se percibe ligeramente más el ruido del motor. En cualquier caso, bastará con elegir un juego distinto de gomas una vez que toque cambiarlas para solucionar esta laguna.

Junto con la personalidad del motor, el comportamiento es el apartado en el que más diferencias se encuentran analizándolos frente a frente. El ritmo que impone en curvas el Mégane es bastante superior gracias a un mayor límite de agarre de su bastidor y a un eje trasero más participativo. Es más ágil y asimila mejor los cambios de apoyo, además su dirección resulta algo más directa y precisa al inicio de los giros. El Hyundai no es tan eficaz y sus reacciones no cuentan con el componente "deportivo" del Mégane, ni son excesivamente inmediatas, pero se muestra correctísimo en todo momento y hace lo que esperas de él, por lo que admite todo tipo de conducción sin resultar aburrido y manteniendo un alto nivel de confort. Es muy neutro y al levantar el acelerador cierra un poco el giro, algo que aporta confianza, a pesar de que el coche apenas informa de lo que ocurre bajo las ruedas. Si intentas ir más allá, el intrusivo ESP corta por lo sano, aunque al menos ayuda a mitigar la deriva del tren delantero cuando nos excedemos, ya que su tarado prima la seguridad para evitar posibles sobresaltos, aunque se puede desconectar, a diferencia del Mégane, en el que se reconecta automáticamente por encima de 50 km/h. Cada uno en su estilo, ambos resultan satisfactorios.

Igual que ocurre en el apartado dinámico, el modelo de Hyundai apuesta por una convincente sencillez para el habitáculo, que no está tan equipado como el de su rival —echamos en falta, por lo menos, faros y limpiaparabrisas automáticos—, pero que sin embargo resulta algo más amplio y práctico, con muchos más huecos para depositar objetos que en el Mégane. También cuenta con una trabajada presentación que poco tiene que envidiar a la de su contrincante, incluso con plásticos blandos para el salpicadero, cosa poco frecuente hasta el momento en los modelos orientales. Y, pese a que el asiento no dispone del reglaje lumbar del francés, la postura al volante es mejor. Es, sin lugar a dudas, un rival muy a tener en cuenta y una buena alternativa capaz de abrirse hueco dentro del segmento compacto.

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