Dos maneras diferentes de entender un deportivo pequeño, con potencias justas, pero suficientes para tener una base con la que transmitir sensaciones. El Seat, con un espíritu de turismo rápido con ciertos matices deportivos y el Yaris, con un esquema mucho más radical, a la vieja usanza, dando prioridad a la efectividad, a la diversión, a la conducción de escuela y a las prestaciones. El Ibiza emplea un motor 1.6 de 100 CV ya conocido y empleado en otros modelos del Grupo Volkswagen, al que se le han unido unos desarrollos cortos para darle más brío. El Yaris se conforma con 100 centímetros cúbicos menos, con distribución variable, cuatro válvulas por cilindro y encendido por bobina individual, con lo que consigue 6 CV más que el Seat. El Ibiza se muestra más homogéneo y progresivo, con reacciones rápidas, pero siempre de una forma civilizada y para todos los públicos. Se ha instalado un escape que realza esa respuesta, con sonido ronco y grave al ralentí y bajo régimen, para convertirse a un sonido normal a medida que el motor va subiendo de vueltas. Esta sonoridad, nada exagerada, envía a nuestros oídos las sensaciones de que el motor que tenemos ante nosotros cubica mayor cilindrada. Por carretera resulta muy aprovechable, homogéneo y civilizadamente deportivo, con una mejor zona que se encuentra a partir de las 4.000 rpm. En general, proporciona una respuesta magnífica analizado de forma individual. Lo que sucede es que en esta ocasión, enfrentada a la mecánica del Yaris, brilla con menos intensidad. Porque el motor del Yaris, unido a unos desarrollos ultracortos y un peso de menos de 1.000 kilos (135 menos que el Ibiza), da como resultado sensaciones de auténtico deportivo. La respuesta al acelerador es inmediata a cualquier régimen y la aguja del cuentavueltas busca con prisa e insistencia la zona roja, a la que llega con todo el poderío intacto, pero que por puro respeto, que no ganas, invita a subir una marcha. El cambio nos sorprende entonces con recorridos muy cortos, rapidez y bastante precisión y el toque justo de dureza. Las inserciones más rápidas van a acompañadas de un sonido seco como el de golpear una madera con los nudillos, no del todo agradable.Todas estas sensaciones se multiplican por cero —como diría Burt Simpson— en lo que se refiere a la postura de conducción. Alta, muy alta, con posición de silla, volante muy horizontal y con el canto de un hueco para guardar objetos en la trayectoria de la rodilla derecha. La palanca de cambios se encuentra muy baja y la segunda y la cuarta se tienden a insertar empujando desde la parte delantera del pomo y no tirando de la palanca hacia atrás.Al contrario sucede en el Seat, en el que todo resulta metódicamente razonable. La postura es la de un turismo convencional, es decir, más natural, con asientos que recogen mejor el cuerpo y con un mullido más equilibrado. La palanca está en su sitio, pero su tacto se rebela en cuanto se quiere manejar con rapidez, volviéndose pastosa y algo imprecisa. Dos maneras diferentes de entender un deportivo pequeño, con potencias justas, pero suficientes para tener una base con la que transmitir sensaciones. El Seat, con un espíritu de turismo rápido con ciertos matices deportivos y el Yaris, con un esquema mucho más radical, a la vieja usanza, dando prioridad a la efectividad, a la diversión, a la conducción de escuela y a las prestaciones. El Ibiza emplea un motor 1.6 de 100 CV ya conocido y empleado en otros modelos del Grupo Volkswagen, al que se le han unido unos desarrollos cortos para darle más brío. El Yaris se conforma con 100 centímetros cúbicos menos, con distribución variable, cuatro válvulas por cilindro y encendido por bobina individual, con lo que consigue 6 CV más que el Seat. El Ibiza se muestra más homogéneo y progresivo, con reacciones rápidas, pero siempre de una forma civilizada y para todos los públicos. Se ha instalado un escape que realza esa respuesta, con sonido ronco y grave al ralentí y bajo régimen, para convertirse a un sonido normal a medida que el motor va subiendo de vueltas. Esta sonoridad, nada exagerada, envía a nuestros oídos las sensaciones de que el motor que tenemos ante nosotros cubica mayor cilindrada. Por carretera resulta muy aprovechable, homogéneo y civilizadamente deportivo, con una mejor zona que se encuentra a partir de las 4.000 rpm. En general, proporciona una respuesta magnífica analizado de forma individual. Lo que sucede es que en esta ocasión, enfrentada a la mecánica del Yaris, brilla con menos intensidad. Porque el motor del Yaris, unido a unos desarrollos ultracortos y un peso de menos de 1.000 kilos (135 menos que el Ibiza), da como resultado sensaciones de auténtico deportivo. La respuesta al acelerador es inmediata a cualquier régimen y la aguja del cuentavueltas busca con prisa e insistencia la zona roja, a la que llega con todo el poderío intacto, pero que por puro respeto, que no ganas, invita a subir una marcha. El cambio nos sorprende entonces con recorridos muy cortos, rapidez y bastante precisión y el toque justo de dureza. Las inserciones más rápidas van a acompañadas de un sonido seco como el de golpear una madera con los nudillos, no del todo agradable.Todas estas sensaciones se multiplican por cero —como diría Burt Simpson— en lo que se refiere a la postura de conducción. Alta, muy alta, con posición de silla, volante muy horizontal y con el canto de un hueco para guardar objetos en la trayectoria de la rodilla derecha. La palanca de cambios se encuentra muy baja y la segunda y la cuarta se tienden a insertar empujando desde la parte delantera del pomo y no tirando de la palanca hacia atrás.Al contrario sucede en el Seat, en el que todo resulta metódicamente razonable. La postura es la de un turismo convencional, es decir, más natural, con asientos que recogen mejor el cuerpo y con un mullido más equilibrado. La palanca está en su sitio, pero su tacto se rebela en cuanto se quiere manejar con rapidez, volviéndose pastosa y algo imprecisa.
Seat Ibiza 1.6 Sport / Toyota Yaris T Sport
Deportivos del segmento pequeño con distintas filosofías. El Ibiza tiene matices de deportividad, aunque sin extremismos. Y el Yaris es extremo a tope: de deportividad pura, de equipamiento y de sensaciones.
