Prestaciones brillantes
Llegada la hora de la verdad podemos comprobar echando un vistazo a las cifras de prestaciones que las diferencias no son exageradas, pero sí se ponen en evidencia las particularidades de cada uno. La buena motricidad del Alfa, su rápido cambio y las seis marchas le permiten imponerse a los tres en los ejercicios de aceleración y prácticamente empatar con el Volvo en los de adelantamiento y recuperación a pesar de la ventaja de los «turbo» en estas últimas mediciones. El BMW por su parte se ve penalizado por la lentitud del SMG a la hora de subir marchas en las aceleraciones, pero se resarce en las recuperaciones y adelantamiento gracias a una pequeña «trampa», y es que a pesar de su condición de manual, la electrónica se encarga de permitir una función «kick-down» que «barre» a sus rivales en estas mediciones. La puesta a punto del chasis del GTA nos muestra sus cualidades de manera evidente desde los primeros kilómetros. El 156 no descompone su imagen en ningún momento y sobre asfalto liso es casi imbatible. Las firmes suspensiones y los adherentes neumáticos de 225 de sección permiten frenadas «hasta la cocina» que ninguno de sus rivales pueden permitirse hasta ese límite. El tren trasero tiende a ayudar si entramos algo «colados», pero lo hace en la medida justa y no podemos esperar derrapadas gloriosas, porque no se presentan nunca. Incluso provocándole para ello, el GTA «protesta», pasando de ese leve sobreviraje a una actitud neutra y a partir de una velocidad más excesiva a un subviraje mucho más acusado. No se deja. Parece decirnos «así no». Pero si volvemos a una conducción más civilizada, nos regala los sentidos con una eficacia extraordinaria y volvemos a dejar atrás a nuestros compañeros de tramo.
El modelo alemán posee un extraordinario bastidor que en esta ocasión está condicionado por una monta de neumáticos exagerada. Con 225 delante y 255 detrás, la estampa puede quedar preciosa, pero la eficacia y el agrado de conducción pierde muchos enteros. Una lástima porque el BMW tiene un chasis capaz de mostrarse a la altura de el del Alfa, pero sus desproporcionados «zapatos» no le dejan. Menos firme de suspensión, pero suficiente para una conducción decididamente deportiva, el BMW no es tan exigente como el GTA con su conductor. La parte trasera es más «juguetona» y los excesos no se pagan tanto como en el Alfa en pérdida de rapidez. El Volvo se muestra menos deportivo, las blandas suspensiones no le permiten seguir a sus dos rivales en cuanto la carretera empieza a retorcerse y, sobre todo en curvas lentas, el acusado subviraje por una parte y los problemas para transmitir la potencia al suelo por otra, le van dejando atrás indefectiblemente. A su favor está el hecho de que, una vez que volvemos a la autopista o a carreteras menos viradas, el grado de confort que ofrece a sus ocupantes está muy por encima del que son capaces de proporcionar sus rivales.
Desde el punto de vista deportivo el Alfa Romeo es el mejor. Todo. Absolutamente todo; motor, cambio y chasis son un acierto en este campo, por no hablar del sonido del seis cilindros que, a partir de 5.000 vueltas, alcanza tonos de «sinfónico». En el otro extremo está el Volvo S60, rapidísimo, muy confortable, pero con escasas por no decir nulas aptitudes deportivas. El BMW se encuentra un poco en el término medio, siempre a condición de mantener sus neumáticos originales, salvo que estemos dispuestos a sacrificar unas excelentes virtudes del chasis por cuestiones estéticas.
Prestaciones brillantes
Llegada la hora de la verdad podemos comprobar echando un vistazo a las cifras de prestaciones que las diferencias no son exageradas, pero sí se ponen en evidencia las particularidades de cada uno. La buena motricidad del Alfa, su rápido cambio y las seis marchas le permiten imponerse a los tres en los ejercicios de aceleración y prácticamente empatar con el Volvo en los de adelantamiento y recuperación a pesar de la ventaja de los «turbo» en estas últimas mediciones. El BMW por su parte se ve penalizado por la lentitud del SMG a la hora de subir marchas en las aceleraciones, pero se resarce en las recuperaciones y adelantamiento gracias a una pequeña «trampa», y es que a pesar de su condición de manual, la electrónica se encarga de permitir una función «kick-down» que «barre» a sus rivales en estas mediciones. La puesta a punto del chasis del GTA nos muestra sus cualidades de manera evidente desde los primeros kilómetros. El 156 no descompone su imagen en ningún momento y sobre asfalto liso es casi imbatible. Las firmes suspensiones y los adherentes neumáticos de 225 de sección permiten frenadas «hasta la cocina» que ninguno de sus rivales pueden permitirse hasta ese límite. El tren trasero tiende a ayudar si entramos algo «colados», pero lo hace en la medida justa y no podemos esperar derrapadas gloriosas, porque no se presentan nunca. Incluso provocándole para ello, el GTA «protesta», pasando de ese leve sobreviraje a una actitud neutra y a partir de una velocidad más excesiva a un subviraje mucho más acusado. No se deja. Parece decirnos «así no». Pero si volvemos a una conducción más civilizada, nos regala los sentidos con una eficacia extraordinaria y volvemos a dejar atrás a nuestros compañeros de tramo.
El modelo alemán posee un extraordinario bastidor que en esta ocasión está condicionado por una monta de neumáticos exagerada. Con 225 delante y 255 detrás, la estampa puede quedar preciosa, pero la eficacia y el agrado de conducción pierde muchos enteros. Una lástima porque el BMW tiene un chasis capaz de mostrarse a la altura de el del Alfa, pero sus desproporcionados «zapatos» no le dejan. Menos firme de suspensión, pero suficiente para una conducción decididamente deportiva, el BMW no es tan exigente como el GTA con su conductor. La parte trasera es más «juguetona» y los excesos no se pagan tanto como en el Alfa en pérdida de rapidez. El Volvo se muestra menos deportivo, las blandas suspensiones no le permiten seguir a sus dos rivales en cuanto la carretera empieza a retorcerse y, sobre todo en curvas lentas, el acusado subviraje por una parte y los problemas para transmitir la potencia al suelo por otra, le van dejando atrás indefectiblemente. A su favor está el hecho de que, una vez que volvemos a la autopista o a carreteras menos viradas, el grado de confort que ofrece a sus ocupantes está muy por encima del que son capaces de proporcionar sus rivales.
Desde el punto de vista deportivo el Alfa Romeo es el mejor. Todo. Absolutamente todo; motor, cambio y chasis son un acierto en este campo, por no hablar del sonido del seis cilindros que, a partir de 5.000 vueltas, alcanza tonos de «sinfónico». En el otro extremo está el Volvo S60, rapidísimo, muy confortable, pero con escasas por no decir nulas aptitudes deportivas. El BMW se encuentra un poco en el término medio, siempre a condición de mantener sus neumáticos originales, salvo que estemos dispuestos a sacrificar unas excelentes virtudes del chasis por cuestiones estéticas.
Prestaciones brillantes
Llegada la hora de la verdad podemos comprobar echando un vistazo a las cifras de prestaciones que las diferencias no son exageradas, pero sí se ponen en evidencia las particularidades de cada uno. La buena motricidad del Alfa, su rápido cambio y las seis marchas le permiten imponerse a los tres en los ejercicios de aceleración y prácticamente empatar con el Volvo en los de adelantamiento y recuperación a pesar de la ventaja de los «turbo» en estas últimas mediciones. El BMW por su parte se ve penalizado por la lentitud del SMG a la hora de subir marchas en las aceleraciones, pero se resarce en las recuperaciones y adelantamiento gracias a una pequeña «trampa», y es que a pesar de su condición de manual, la electrónica se encarga de permitir una función «kick-down» que «barre» a sus rivales en estas mediciones. La puesta a punto del chasis del GTA nos muestra sus cualidades de manera evidente desde los primeros kilómetros. El 156 no descompone su imagen en ningún momento y sobre asfalto liso es casi imbatible. Las firmes suspensiones y los adherentes neumáticos de 225 de sección permiten frenadas «hasta la cocina» que ninguno de sus rivales pueden permitirse hasta ese límite. El tren trasero tiende a ayudar si entramos algo «colados», pero lo hace en la medida justa y no podemos esperar derrapadas gloriosas, porque no se presentan nunca. Incluso provocándole para ello, el GTA «protesta», pasando de ese leve sobreviraje a una actitud neutra y a partir de una velocidad más excesiva a un subviraje mucho más acusado. No se deja. Parece decirnos «así no». Pero si volvemos a una conducción más civilizada, nos regala los sentidos con una eficacia extraordinaria y volvemos a dejar atrás a nuestros compañeros de tramo.
El modelo alemán posee un extraordinario bastidor que en esta ocasión está condicionado por una monta de neumáticos exagerada. Con 225 delante y 255 detrás, la estampa puede quedar preciosa, pero la eficacia y el agrado de conducción pierde muchos enteros. Una lástima porque el BMW tiene un chasis capaz de mostrarse a la altura de el del Alfa, pero sus desproporcionados «zapatos» no le dejan. Menos firme de suspensión, pero suficiente para una conducción decididamente deportiva, el BMW no es tan exigente como el GTA con su conductor. La parte trasera es más «juguetona» y los excesos no se pagan tanto como en el Alfa en pérdida de rapidez. El Volvo se muestra menos deportivo, las blandas suspensiones no le permiten seguir a sus dos rivales en cuanto la carretera empieza a retorcerse y, sobre todo en curvas lentas, el acusado subviraje por una parte y los problemas para transmitir la potencia al suelo por otra, le van dejando atrás indefectiblemente. A su favor está el hecho de que, una vez que volvemos a la autopista o a carreteras menos viradas, el grado de confort que ofrece a sus ocupantes está muy por encima del que son capaces de proporcionar sus rivales.
Desde el punto de vista deportivo el Alfa Romeo es el mejor. Todo. Absolutamente todo; motor, cambio y chasis son un acierto en este campo, por no hablar del sonido del seis cilindros que, a partir de 5.000 vueltas, alcanza tonos de «sinfónico». En el otro extremo está el Volvo S60, rapidísimo, muy confortable, pero con escasas por no decir nulas aptitudes deportivas. El BMW se encuentra un poco en el término medio, siempre a condición de mantener sus neumáticos originales, salvo que estemos dispuestos a sacrificar unas excelentes virtudes del chasis por cuestiones estéticas.