Que los países nórdicos son un ejemplo de ecologismo era algo que se sabía desde hace tiempo. Su compromiso con el medioambiente y la conservación de la naturaleza, salvo puntuales excepciones, va muy por delante del resto de Europa y posiblemente del mundo. De estas latitudes nos llega el movimiento Fridays for Future, de la niña activista Greta Thunberg, que como un tsunami ecológico levanta olas de indignación ante la inactividad política de nuestros responsables públicos en la lucha contra la crisis climática que ya se empieza a percibir en muchos lugares del mundo.
Dispuestos a que su compromiso no sea flor de un día, sino resultado de un proceso de educación, concienciación y buenas prácticas, Noruega predica con el ejemplo mostrando al resto de países que con educación y unas políticas decididas se pueden alcanzar los objetivos. El pequeño país nórdico presume con razón de una eficacia de reciclaje de envases de plástico del 97%. España es el cuarto productor de envases de plástico de la Unión Europea (UE). Nuestra tasa de reciclaje de envases plásticos varía según las fuentes. Así, la organización ecologista Greenpeace señala en su último informe Reciclar no es suficiente: la gestión de residuos de envases plásticos en España, que la tasa de recuperación y reciclaje ronda el 25,4%, mientras que el Sistema Integrado de Gestión (SIG-Ecoembes) sitúa el porcentaje de reciclaje de envases ligeros, es decir, todos, en el 77,1%. Para ahondar más en las discrepancias, las cifras que ofrece el Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO) sitúan el reciclaje de envases (domésticos, comerciales e industriales) en el 70,34%, cifra que baja hasta el 45,46% cuando se trata solo de envases plásticos.
Las cifras que presentan otros países de nuestro entorno no son muy diferentes. Por tanto, ¿qué hace Noruega que no hagamos nosotros? Para empezar, a través de una organización llamada Infinitum ha creado un sistema, tal y como señala el rotativo británico The Guardian, que consiste en otorgar valor al reciclaje. El sistema se basa en dos premisas: de un lado, la concienciación. El gobierno noruego ha logrado inculcar en su ciudadanía la idea de que solo se compra el producto, y que el packaging, es decir, el envoltorio, se toma prestado y por tanto hay que devolverlo. Cada botella de plástico tiene un impuesto de entre 11 y 26 céntimos de euro. El consumidor puede recuperar ese importe devolviendo la botellas en contenedores o máquinas especialmente preparadas y situadas en determinadas tiendas asociadas.
Por otro lado, Noruega ha establecido un impuesto ambiental a todas las compañías productoras de botellas de plástico. Con una salvedad: si la tasa de recuperación y reciclaje supera el 95%, quedarán exentas de su pago.
La alta tasa de efectividad del modelo noruego ha hecho ya que países como China, India y Australia se interesen en él. En Europa, tan solo Alemania y Lituania, que cuentan con unos sistemas de gestión de residuos similares, parecen alcanzar resultados tan brillantes.
En un contexto en el que se estima que entre 150.000 y 500.000 toneladas de residuos plásticos acaban cada año en los océanos, y con unas perspectivas de ir en aumento, el modelo de éxito noruego, con todas sus implicaciones a favor y en contra, debería al menos hacernos reflexionar.
En esta línea, la organización ecologista Greenpeace ha lanzado la campaña Maldito plástico. El objetivo es dar a conocer quiénes se benefician del actual sistema de gestión de residuos y de un modelo de consumo insostenible. En dicho informe piden a las empresas y a las marcas implicadas que no eludan sus responsabilidades y que dejen de volcar en la ciudadanía responsabilidades que solo a ellos les corresponden.