La ceremonia es al mismo tiempo solemne y modesta. En las gradas del estadio Wembley de Londres se apiñan más de 80.000 espectadores, las mujeres llevan trajes de colores, los hombres camisa, algunos se cubren la cabeza con un pañuelo anudado para protegerse del sol. Están sentados sobre almohadillas alquiladas y beben limonada en la jornada más calurosa de los últimos 40 años.
Por la pista del estadio marchan atletas de 59 países, los americanos relajados y seguros de sí mismos con elegantes blazers azules combinados con pantalones y faldas blancos y sombreros también blancos, los indios con chaquetas de color azul claro y turbantes del mismo color, los pakistaníes vestidos de verde. Los hombres británicos han recibido de su Comité Olímpico un uniforme compuesto por chaqueta negra y pantalón blanco que “sienta mal y tiene una corbata que solo llega hasta la mitad del pecho”, criticaba un remero.
Las mujeres atletas británicas habían gastado sus cupones de ropa en chaquetas azules y vestidos blancos y llevaban sus propios zapatos y medias
Habían pasado doce años desde los anteriores Juegos Olímpicos de Verano, organizados en 1936 en Berlín como supuestos “juegos de la paz” por un régimen que pocos años después empujaría al mundo a una guerra devastadora. Y ahora, en este 29 de julio de 1948, vuelven a reunirse más de 4.000 deportistas para seguir el ideal olímpico y medir pacíficamente sus fuerzas.
Comparada con la pomposa puesta en escena berlinesa de los nacionalsocialistas esta ceremonia de inauguración carece por completo de fasto. Va acompañada únicamente por dos breves discursos y un poco de música. Cuando suenan las últimas notas de la fanfarria inaugural unos scouts abren cestas de mimbre desde las que ascienden al cielo 2.500 palomas mensajeras prestadas por criadores de toda Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Luxemburgo.
El antiguo saludo olímpico de los atletas —brazo derecho en alto, ligeramente vuelto hacia fuera— se ha eliminado porque se parece demasiado al saludo hitleriano
Sin embargo, los británicos han conservado el relevo de la antorcha olímpica (estrenado en 1936). 21 salvas anuncian la llegada de la llama, encendida doce días antes en la griega Olimpia, después de haber recorrido la devastada Europa portada por 3.590 corredores.
Una banda de instrumentos de viento y un gran coro entonan “Non Nobis Domine”, el himno de estos XIV Juegos Olímpicos de Verano: una oda con texto del poeta nacional inglés Rudyard Kipling que exhorta a la moderación y al temor de dios.

En Londres nadie se alegra con estos Juegos
No hoopla, please: por favor, nada de bombo. Con estas palabras resume una periodista el ánimo con que los británicos encaran esta celebración. Enseguida estos juegos pasaron a llamarse extraoficialmente los austerity games. Porque para los británicos organizar este acontecimiento deportivo suponía hacer un gran esfuerzo.
Solo entre 1940 y 1941 cayeron sobre Londres unas 14.500 toneladas de bombas durante los ataques aéreos de los alemanes contra la capital británica. Esas bombas destruyeron estaciones de tren, puentes, carreteras, fábricas, iglesias, edificios de oficinas y bloques de viviendas. Además, casi 30.000 personas perdieron la vida y 50.000 resultaron heridas.
Durante los tres años transcurridos desde el fin de la guerra los británicos habían empezado a reconstruir los primeros edificios de los cerca de 220.000 destruidos en Londres y alrededores y habían reparado muchas de las 1,3 millones de construcciones dañadas. Pero seguían faltando viviendas y la maleza empezaba a conquistar las ruinas de la ciudad.
Gran Bretaña estaba prácticamente arruinada, la guerra había destruido la cuarta parte del patrimonio nacional
El país tenía que importar muchas más mercancías de las que vendía al extranjero y la ayuda que Estados Unidos había brindado generosamente a sus aliados británicos durante la guerra había cesado poco después del final de la contienda.
Es cierto que desde mediados de 1948 Londres recibía aportaciones del plan Marshall, el programa de ayuda financiado por Estados Unidos para la reconstrucción de Europa occidental. Pero eso no solucionaba ni de lejos el problema que suponía cubrir los inmensos gastos que generaban la administración del imperio y el estacionamiento de soldados británicos en ultramar. Y más teniendo en cuenta que el gobierno laborista de tendencia izquierdista, elegido por los votantes en julio de 1945, se había propuesto desarrollar un estado de bienestar que protegiera mejor a los británicos en la vejez y frente a la enfermedad y el desempleo.
Para hacer realidad ese programa el gobierno había nacionalizado los ferrocarriles, la aviación civil, la red telefónica y el abastecimiento de gas y electricidad. Al mismo tiempo en Gran Bretaña faltaba dinero para modernizar la industria y ampliar la red de carreteras y ferrocarriles (por otro lado Londres llegó a invertir 100 millones de libras en el desarrollo de su propia bomba atómica).
El invierno extraordinariamente frío de 1946/1947 y la crisis monetaria de agosto de 1947 habían empeorado aún más la situación económica
Así que a muchos británicos las cosas les iban peor que durante la guerra: la ración semanal asignada a los adultos se componía de unos 370 gramos de carne, 170 gramos de mantequilla, 227 gramos de azúcar, un litro de leche y un huevo. El pan y las patatas también estaban racionados temporalmente, al igual que la gasolina y la vestimenta. Resumiendo: casi nadie se alegraba ante la perspectiva de la celebración de los juegos olímpicos...
(Sigue leyendo este reportaje en el número 9 de GEO, ya en tu quiosco)