¿Puede la crisis del coronavirus haber dado el golpe de gracia a la industria del petróleo? Aunque no existe una respuesta cierta a esta pregunta, sí parece claro, tal y como apunta el diario británico The Guardian, que la caída de la demanda de gas y petróleo durante el 2020 no es una simple contrariedad, sino muy posiblemente el principio del fin del petróleo.
La decisión de la petrolera British Petroleum (BP) de rehacer sus pronósticos de precio para los próximos treinta años parece apuntar en esa dirección. Hasta ahora, las estimaciones fijaban el precio del barril en los 75 dólares para los próximos 30 años. Las nuevas proyecciones de BP lo sitúan en los 55 dólares. O lo que es lo mismo, una caída en el precio del negocio de 17.000 millones de dólares. La falta de rentabilidad podría tener además otra consecuencia: muchas de las reservas de petróleo permanecerían en el subsuelo sin explotar.
"La pandemia", afirman desde la compañía, seguramente "acelerará el ritmo de transición hacia una economía y un sistema energético con bajas emisiones de carbono"
Estas declaraciones, realizadas tan solo dos semanas después de que la compañía Shell también se doblegara ante la evidencia de una caída en los ingresos, suponen un reconocimiento explícito de que el proceso de transformación hacia una economía verde es imparable.
Ben van Beurden, director ejecutivo de Shell, declaraba que la pandemia de la COVID-19 podría significar que la compañía mostrase un mayor interés en el futuro cercano por proyectos de energía limpia "que nos sirvan mejor en el futuro".
Tanto BP como Shell han llegado por tanto a la misma conclusión: el mundo ha cambiado tras la pandemia, y ellos están fuera de juego.
Un final antes de lo esperado
Ambas compañías ya reconocen en público que el pico de la demanda mundial de petróleo puede llegar mucho antes de lo esperado como consecuencia de la reducción del uso de los combustibles fósiles durante la pandemia y el mayor impulso de los gobiernos de todo el mundo, presionados por sus propias sociedades, hacia una economía más verde y limpia.
Rystad Energy, una empresa de investigación considera que más de 280 mil millones de barriles de petróleo podrían quedar sin explotar a medida que el apetito mundial por esta fuente de energía alcance su punto máximo dentro de siete años. Otros, sin embargo, creen que el pico se alcanzó el año pasado.

Con ello, el camino hacia una economía verde no está del todo despejado. Para que sea una realidad será necesario que los gobiernos aceleren sus planes de transición ecológica. Y seguramente eso no es algo que lleguemos a ver en estos momentos, justo cuando las principales economías mundiales han recibido el mayor golpe a su estabilidad desde el estallido de la II Guerra Mundial. Industrias como la aviación están aún a décadas de distancia de los avances tecnológicos que les permitirían reducir sus emisiones a la atmósfera.
Aún así, es muy posible que las principales compañías petroleras hayan visto ya claro su destino y enfoquen su gestión y sus capitales hacia la adopción de energías renovables. De hecho, BP ya ha establecido como objetivo la reducción a cero de su huella de carbono para 2050. Aunque una cosa son las palabras y otra muy diferente los años. Tan solo 500 millones de un presupuesto anual de más de 12.000 millones de dólares se destina a esta reconversión hacia las energías verdes.
Esta vez, sin embargo, el aviso que ha supuesto la pandemia mundial junto a otras amenazas ya existentes a la supervivencia del planeta, representan un serio aviso para las petroleras. Y BP y Shell lo saben.
Que las compañías petroleras reconozcan y asuman que su industria se encuentra en la cúspide del declive, y que tienen mucho más que perder que ganar en esta batalla que se libra mundialmente contra el cambio climático, es ya un motivo para la esperanza.