La propuesta que está sobre la mesa en la UE es clara: todos los coches de nueva fabricación deberán disponer de limitadores de velocidad, fijándose ésta en 70 millas por hora, lo que se traduce en menos de 115 km/h. Esta tecnología operaría con, o bien mediante satélites que comunicarían los límites en los automóviles de forma automática, o bien mediante cámaras inteligentes capaces de leer las señales. Si ese límite es rebasado, el conductor sería avisado y, de no adecuar la velocidad, el propio coche activaría los frenos para hacer lo propio.
Las dudas ante la tan revolucionaria idea que han tenido en Europa llegan por sí solas. La primera que nos surge tiene que ver con los límites de velocidad en sí: esta medida obligaría a todos los miembros comunitarios a unificar los mismos a los impuestos en el Reino Unido, es decir 70 millas. Una cruzada que ya se ha visto imposible, ya que cada país tiene una legislación diferente en materia de Tráfico, ya sea en velocidad, límite de alcohol etc. ¿Estarían dispuestos los estados miembros a sentarse y decidir un límite común? Lo dudamos existiendo países como Alemania con carreteras sin restricción de velocidad.
Lo siguiente que cabe preguntarse es si el enfoque de atacar la velocidad máxima es la clave para evitar muertes en carretera. El problema es que, al igual que ocurre con la DGT y sus campañas de control de velocidad, se tiende a confundir velocidad excesiva y velocidad inadecuada cuando están lejos de ser lo mismo. De hecho, si analizamos las cifras de muertes causadas por exceso de velocidad en España éstas llegan sólo al 1,3 por ciento, mientras que las de velocidad inadecuada suponen el 12 por ciento. En función a estos datos, la conclusión es clara: la velocidad excesiva como causa de siniestralidad es casi marginal.
Por último, otro claro fallo de la propuesta es el enfoque: imponer el criterio del coche, es decir la máquina, sobre el del conductor. No siempre los límites de velocidad se adecúan a la situación, sólo sería así si en toda la red de carreteras europeas se ubicaran señales de velocidad variable. Además, si se limita de forma automática la velocidad en un coche, sería imposible, por ejemplo, realizar un adelantamiento de forma segura. Algo que no va de la mano precisamente con el objetivo de la medida que no es otro que evitar la siniestralidad.
Teniendo en cuenta todo esto, se concluye que lo que desde la UE llaman adaptación inteligente de velocidad no sólo dista mucho de ser no ser viable, sino también de ser efectivo. El principal escollo que se encuentra es el común acuerdo entre los miembros, por lo que es más probable que la propuesta se quede en el tintero. O al menos es lo que dicta la lógica, veremos si es así realmente.