Por una vez, lo más sustancial de un coche no está escondido. El Seat Tango se contempla con tanta satisfacción que sus entrañas dejan de tener trascendencia. Una vez conocida su razón de ser, aglutinar buena parte de los recursos estéticos que Seat utilizará en sus nuevos modelos tras el lanzamiento de próximo Ibiza, el desinterés por sus intríngulis mecánicos tiene todavía una mayor razón de ser.
Es en el caparazón donde están las ideas que van a materializarse en los próximos Seat. Los faros desnudos tras una cubierta transparente, que en el Tango se mueven al compás de la dirección. La parrilla, con una gran S como anagrama inequívoco de que pertenece a la nueva era de Seat. La línea lateral, denotando un estrés estilístico, con la tensión como fuente de inspiración. Y la zaga, con pilotos independientes bajo la cubierta plástica, como el restyling del Arosa ya ha avanzado.
Tras el Tango hay un esfuerzo por demostrar una capacidad que Seat nunca ha tenido oportunidad de liberar. Y el resultado no puede ser más satisfactorio. Sin embargo, ese mismo salto hacia adelante puede ser el que impida que el Tango llegue a convertirse en algo tangible en la calle. Sus propios responsables podrían pensar que el mercado no está maduro para aceptar un vehículo de este carisma bajo una firma que no es la habitual entre los deportivos más afamados. Primero hay que realizar nuevas berlinas, crear modelos con improntas específicas —ahí el Salsa tendrá su oportunidad—, acostumbrar al gran público a girar la cabeza cuando pase un Seat. Después, ya llegarán los roadsters.
Sin embargo, el despliegue que Seat ha realizado en el Tango le ha llevado a completar un vehículo capaz de rodar y muy cercano a lo que podría ser un modelo fabricado en serie. Sus originalidades lo obligarían a entrar en el catálogo de fabricación de Seat Sport, pues su entrada en la línea de Martorell no sería factible, pese a que ésta es una de las más flexibles del mundo, con catorce modelos distintos fabricados.
Muchos coches concepto, de vistosa planta dejan un decepcionante sabor de boca si logramos conducirlos. El Tango no es uno de ellos. Ya sólo la aproximación a él nos deja sorprendidos por el buen remate de todos sus detalles. Instalarse a sus mandos es relativamente fácil, sobre todo si lo comparamos con un Lotus Elise o un Opel Speedster. El volante, junto con el tablero de instrumentos, y los pedales se regulan para adaptar la posición de conducción. Pese a su reducido tamaño —3,68 metros de longitud y 2,20 de batalla— el espacio es generoso y nunca aparece sensación de agobio. Todas las palancas y mandos funcionan a la perfección, con excelente tacto, y buena disposición.
En movimiento, destaca su excelente agarre —no hay que olvidarse que es un Ibiza Cupra recortado en su plataforma—, su suave y rápida caja de cambios de seis marchas y su motor de 180 CV sobrealimentado. La pista de pruebas, que no permitía demasiados excesos y la obligada presencia del ejemplar único en una inmediata reunión del presidente de la marca, nos incitaron a una exquisita prudencia. Aún así, estaba claro que las capacidades estaban ahí y que si algún día se convirtiera en realidad, el Tango sería un magnífico y precioso vehículo deportivo.