El petróleo iraquí divide a Occidente

Ser el segundo país del mundo en reservas de petróleo tiene sus pros y sus contras. Si además se trata de Irak, da la impresión de que todo son contras. El castigado país asiático asiste a una encarnizada lucha por el control de su crudo. Estados Unidos parece empeñado en gestionarlo al margen de la ONU, que lo controla desde 1996.

Para muchos analistas ha quedado más que demostrado que la guerra de Irak tuvo como motivación oculta el dominio de los pozos petrolíferos iraquíes. Para Estados Unidos supone una oportunidad de asegurarse una fuente inagotable de petróleo al margen de la Opep y, lo mejor, sin tener que pasar por una alianza con Arabia Saudí, su eterno aliado en el Golfo Pérsico y primer productor del mundo.Acabada la guerra y asegurados los pozos, queda por organizar su explotación y comercialización. Desde luego, hace falta un marco legal para hacerlo, porque Estados Unidos no se los puede quedar sin más.
En este sentido, lo primero que hace falta es apartar a la ONU de los barriles iraquíes y, después, lograr que el gobierno que ocupe el lugar de Sadam ponga en marcha de nuevo la industria. Cuanto más cercano a Estados Unidos sea este gobierno, tanto mejor para los intereses de Washington. De esta cercanía depende que las empresas americanas tengan parte en el reparto del petróleo. Después de la Guerra del Golfo de 1991 las compañías estadounidenses quedaron apartadas de las concesiones de pozos en Irak. Además, desde 1996, con el sistema de Petróleo por Alimentos en marcha, Irak no ha podido disponer libremente de su crudo, que es vendido por la ONU, organismo que gasta el dinero en alimentos y medicinas para los iraquíes.
Este sistema de control fue hábilmente aprovechado por Sadam Hussein, que se buscó aliados dentro del Consejo de Seguridad de la ONU. Ofreció a China, Francia y Rusia jugosos contratos para explotar pozos en Irak una vez levantado el embargo de la ONU. Sin embargo, el régimen de Sadam se desintegró mucho antes del fin del programa Petróleo por Alimentos.

Esos pactos son ahora el eje de todos los problemas. Por un lado, Estados Unidos quiere desmantelar el dominio de la ONU sobre el petróleo de forma que Irak pueda vender libremente. Además, se especula con la posibilidad de que el próximo gobierno iraquí abandone la Opep, con lo que sus oleoductos podrían exportar todo lo que Estados Unidos quisiera. Esta posibilidad arruinaría el mecanismo de control de la Opep sobre los precios, que se hundirían sin remedio. Por supuesto, Estados Unidos no quiere saber nada de los contratos con Francia, Rusia y China, que considera firmados por un gobierno ilegal. Pero estos países se niegan a perder sus acuerdos. Así, proponen alternativas a los planes de Estados Unidos. Todos coinciden en que hay que terminar con el programa de la ONU, pero quieren que se haga poco a poco y que entren otra vez en Irak los inspectores de armas de Naciones Unidas. La idea es que los inspectores certifiquen que Irak no es peligroso, con lo que las tropas estadounidenses ya no tendrían nada que hacer allí y los iraquíes se quedarían solos con su nuevo gobierno.

La batalla diplomática promete ser muy dura. Si Estados Unidos impone sus tesis, el mercado petrolífero cambiará mucho en los próximos años. Posiblemente bajen los precios, lo que beneficiará mucho a los conductores de Occidente. Sin embargo, desmantelaría la Opep, con lo que los países productores de petróleo empezarían a pasarlo muy mal. De esas tensiones sólo pueden salir focos de conflictos y más integrismo.