Coches y ciudad, amor y odio

A lo largo del siglo XX, las ciudades han crecido sin control, a lo ancho, a lo largo y a lo alto. Esta expansión se ha sustentado en el crecimiento del automóvil como medio de transporte. Ahora empiezan a verse los límites a este proceso. Hay que replantearse la relación entre el coche y la ciudad, entre la automoción y el urbanismo.

Coches y ciudad, amor y odio
Coches y ciudad, amor y odio

A la hora de buscar respuesta a los problemas de convivencia entre máquinas, humanos y ciudades, es forzoso implicar al menos a cuatro grandes grupos de afectados: arquitectos y urbanistas, fabricantes de coches y los propios usuarios.

Desde el punto de vista de los urbanistas, Norman Foster concibe la ciudad del futuro como un lugar súpercomunicado, lleno de conexiones. En realidad, eso es la ciudad: un espacio de conexión, de unión, pensado para compartir. El arquitecto británico explica que todo aquello que venga a mejorar esta capacidad de conexión será bienvenido. En este sentido, Foster apuesta por los túneles, los puentes, las galerías subterráneas… Todo para mejorar la movilidad de los habitantes. “La esperanza puede estar en el renacimiento del transporte público, en la reinvención del automóvil (más pequeño y ecológico) y en aumentar la densidad y la riqueza de las distintas actividades humanas", señala Foster. Desde la industria se recoge el guante. Juan Miguel Antoñanzas deja claro que la automoción va por delante de la arquitectura a la hora de rebajar el grado de agresión que los vehículos suponen para el entorno. Y parece que tiene razón: hoy por hoy, los coches son más pequeños, seguros y limpios que nunca. Se trabaja en energías alternativas, se fomenta el empleo de la electricidad, de los motores híbridos, del hidrógeno... Es cierto que ninguna otra industria se esfuerza tanto por hacer que sus productos sean respetuosos con el hombre y con su medio.
Vicente Verdú propone una idea que todavía va más allá. Habla del diseño actual de los coches, inspirado en la gota de agua, en la forma del útero materno. Es una asimilación del coche a ese estado fetal de protección, de acogimiento. El vehículo como lugar de refugio en un entorno a menudo hostil, como es la ciudad. Sobre todo si ésta no se ha diseñado pensando en los coches.Al final, parece que la pelota está más del lado de los urbanistas que de los fabricantes de coches, que van mucho más rápido en la tarea de tender puentes en esta relación. Pero todavía queda mucho camino para lograr un entendimiento perfecto.Las otras partes implicadas, administraciones y ciudadanos, también tienen su peculiar tensión a la hora de salvar las diferencias que arquitectos y fabricantes no acaban de cerrar.Como de alguna manera tienen que solucionarlo, las autoridades suelen tirar por la calle de en medio y proponen salidas que, generalmente, son “anticoche". Así, apelando a la paciencia de los conductores, proliferan los experimentos de cierre de calles, peajes para acceder a los centros urbanos, prohibiciones a la circulación de todo terrenos, parquímetros, multas contra el ruido, el exceso de contaminación... Da la impresión de que el coche siempre sea el enemigo.Sin embargo, los automovilistas, sufridores de la falta de apoyo urbanístico y de las soluciones drásticas de las autoridades, tiran de imaginación para crear sus propias vías de escape. Así, se dan fenómenos como el coche compartido, los intercambios de plazas de aparcamiento, la participación en iniciativas como el Día sin Coches, la apuesta personal por la motocicleta o la bicicleta... Siempre parece que carga el automovilista con la parte más pesada de este diálogo ciudad-vehículo.Hay muchas iniciativas que ya funcionan en diversos lugares del mundo. Te recordamos a continuación algunos de los más llamativos.

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Como dice Rafael Moneo, “algo hay que hacer". El debate está abierto y no es nada fácil encontrar soluciones. Lo que queda claro es que todos tenemos que poner algo de nuestra parte para mejorar esta relación imposible pero insustituible.