Apartados del petróleo de Sadam, los estadounidenses han seguido apoyándose en Arabia Saudí, su principal aliado en la zona del Golfo Pérsico. Sin embargo, el oro negro saudí no es suficiente para saciar todas las necesidades futuras de Estados Unidos. Además, la posibilidad de que la situación política en Arabia se radicalice tras el 11 de septiembre arroja sombras sobre esta relación tan fructífera. Así, para cubrirse las espaldas, Estados Unidos parece haber decidido que lo mejor es quedarse con el crudo iraquí. La idea está en boca de muchísimos especialistas en relaciones internacionales y en las plumas de los editorialistas de la mayor parte de los periódicos del mundo.
Con las inmensas reservas de Irak en su poder, Estados Unidos puede hacer y deshacer en la zona sin miedo a que haya cortes en el suministro energético.
Además, con tanto petróleo en su poder, Estados Unidos podrá mover sus alianzas regionales para hacerse con el control de la Opep, el todopoderoso cártel petrolero que, hasta ahora, ha sido manejado por Arabia Saudí. En cabeza de esta organización, Estados Unidos puede sin problemas bajar los precios del crudo tanto como quiera.
Dominar Irak supondría controlar la región y su petróleo. Un gobierno adicto a Estados Unidos en Bagdag abriría el paso a las petroleras americanas y, de paso, sería un tapón para los radicales islámicos que actúan entre Irán, Afganistán, Pakistán y Arabia Saudí. A largo plazo, algunos observadores ven el inicio de una estrategia para cambiar todos los gobiernos de la zona por otros más amigables.
Frente al militarismo de Estados Unidos se han levantado millones de voces en todo el mundo. Sin embargo, las más importantes son las de los líderes de Alemania, Francia, Rusia y, en menor medida, China. Estos tres últimos estados, miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, amenazaron con vetar el ataque, lo que, a la postre, agotó la vía diplomática y forzó a Bush a declarar la guerra por su cuenta.Pero la oposición de estas naciones no es tan altruista como podría parecer. Son muchos los analistas que coinciden en tacharla de muy interesada. De hecho, si analizamos el mapa petrolero iraquí, nos damos cuenta de que las únicas compañías petrolíferas que tienen realmente una presencia seria en él son las rusas, las chinas y, sobre todo, las francesas. Los tres países tienen explotaciones previstas de incalculable valor y acuerdos más o menos secretos firmados con el gobierno de Sadam. Ni que decir tiene que un cambio de régimen mandaría al traste estos suculentos contratos. En Washington se hicieron fuertes intentos diplomáticos para atraer a Francia y Rusia al bando aliado, incluso hay quien dice que se les prometió el respeto a los contratos.Así, para una gran parte del análisis político internacional, Francia, Rusia y China no quieren la guerra porque ésta pondrá en manos de compañías americanas el futuro de unos pozos que, hasta ahora, se les había prometido. Lo peor para estos socios es que no podrán reclamar nada: la ONU prohíbe negociar con Irak, así que los documentos firmados son papel mojado.
Sólo Alemania parece un poco menos salpicada por estos intereses. Su oposición a la guerra responde a la promesa electoral del canciller Schröder de no secundar un ataque de este tipo. Aquel discurso le puso en bandeja la cancillería y ahora no puede traicionarlo. La situación de Rusia es bastante compleja. Por un lado, no le interesa la guerra, porque perderá sus intereses en Irak. Por otro, una guerra larga y complicada le viene de maravilla, porque desviará el interés de los compradores de petróleo hacia sus oleoductos siberianos, que compiten con dureza por robar cuota de mercado a la Opep. Si los países del cártel se ven salpicados por la guerra y sus líneas de comercio se vuelven inseguras, la gran beneficiada será Rusia, que tiene sus puertos muy lejos del conflicto y puede servir crudo a Europa y Estados Unidos.
Más pintoresco es el caso de España, que sí tiene algún interés petrolero en Irak a través de Repsol y Cepsa y, pese a ello, se ha puesto del lado de los agresores.