En un momento en el que Michael Schumacher se pasea por los circuitos de todo el mundo en su F2002, no hay que perder la perspectiva de cómo y gracias a quién surgió Ferrari. Todo comenzó hace más de 104 años… Un 18 de febrero de 1898, nacía en Módena, al norte de Italia, uno de los personajes más influyentes y carismáticos de la historia del automovilismo. Su apellido, en aquellos años, no sugería nada en especial; ahora, sin embargo, Ferrari es sinónimo de deportividad máxima. Enzo pertenecia a una familia de clase media alta que poseía una fundición en su ciudad natal. Desde muy temprano, su vida ya estuvo encaminada hacia el mundo de los cuatro ruedas, a pesar de que sus padres, Alfredo Ferrari y Adalgisa Bisbini, no estaban muy de acuerdo con las aspiraciones del pequeño Enzo.
Mientras que los Ferrari deseaban que su hijo se esforzara en los estudios y se convirtiera en un reputado ingeniero, Enzo ya había trazado un plan de lo que iba a ser su vida. Cantante de ópera, periodista deportivo o piloto de carreras. Él quería ser de mayor una de esas tres cosas. A la primera tuvo que renunciar por su evidente falta de talento, a la segunda nunca le dedicó demasiado interés, pero a la tercera, sí: era la que iba a marcar su vida. Sin embargo, no serían sus inquietudes las que apartaran a Enzo Ferrari de la educación, sino la tragedia. Cuando contaba 18 años, se vio en la obligación de abandonar la escuela a causa del fallecimiento de su padre y de su hermano en la I Guerra Mundial. Poco después de este penoso hecho, él mismo tuvo que alistarse en el Ejército ya que Italia, a la que el conflicto no le iba nada bien, necesitaba soldados y tuvo que recurrir incluso a los más jóvenes. Durante los dos años que pasó sirviendo a su país, tuvo como misión principal la de cuidar y herrar las mulas. Su estancia en filas estuvo a punto de provocarle la muerte a causa de una epidemia de gripe que azotó el Viejo Continente y que originó que fallecieran más italianos que por la propia guerra. Tras la Gran Guerra, Italia estaba sumida en una de las más dramáticas crisis económicas de su historia. Había millones de desempleados, la inflación estaba por las nubes y la lira se encontraba totalmente devaluada. Además de esto, reinaba en el país un sentimiento de desconsuelo ante los resultados del conflicto: ellos habían peleado junto a los Aliados por la promesa de nuevos territorios y solamente habían recibido Trentino y la parte sur del Tirol (Austria). Mucho esfuerzo y vidas para tan poca recompensa.