En los años cincuenta del siglo pasado, las formas de los automóviles experimentaron en los Estados Unidos una auténtica revolución estilística que influyó en los diseños del resto del mundo. Fue entonces cuando los coches abandonaron las aletas sobre las ruedas en plan Citroën 2CV, los capós fueron haciéndose cada vez más planos y el brillo de los cromados aportaba luminosidad en los rincones más insospechados de las carrocerías.Esta tendencia, que ya se fue gestando a finales de los años treinta en General Motors a través de la marca Buick, tuvo al Studebaker Champion de 1947, diseñado por Raymond Loewy, como punto de partida en el que se inspiraron la mayoría de los automóviles de la década siguiente. Ford Motor Company, que hasta entonces había mantenido una postura bastante más conservadora en su posición de segundo constructor -por detrás de General Motors-, optó por presentar en 1949 el modelo Custom Tudor, ya sin aletas, con parachoques integrados en la carrocería, capó de una sola pieza en lugar de las dos aperturas laterales y una vistosa calandra cromada de estilo aeronáutico, muy en la línea revolucionaria del mencionado Studebaker, pero cuando ya no lo era tanto.Sin embargo, hubo que esperar a principios de los años cincuenta, con Henry Ford II a la cabeza de la firma y el fichaje de un buen grupo de ejecutivos de General Motors, para asistir al resurgimiento de una compañía Ford renovada y con deseos de superación. En septiembre de 1954 apareció la primera muestra del esfuerzo de los nuevos gestores con el modelo Thunderbird, un descapotable biplaza destinado a frenar las importaciones de deportivos europeos, así como a parar los pies a su competidor, presentado un año antes: el Chevrolet Corvette. En el estilo del Thunderbird destacan su escasa altura y un parabrisas panorámico de una sola pieza, elementos que contribuyen a modernizar la imagen de una marca que, con toda la popularidad que se quiera, se había ganado a pulso la fama de marca con diseños aburridos y algo anticuados. En cualquier caso, la jugada maestra llegó dos meses más tarde, cuando el gigante Ford presentaba a la prensa una nueva y extensa gama, compuesta por quince modelos de tres series, Mainline, Customline y Fairlane, en orden ascendente de equipamiento y lujo. De hecho, gracias a esta gama Ford recuperó en 1955 sus soñados niveles de producción de 1923, cuando el Ford T estaba en pleno éxito, y consiguió fabricar nada menos que 1.451.157 unidades, cifra que cuesta entender si recordamos que en nuestro país se construyeron, ese mismo año, poco más de 15.000 ejemplares entre el Renault 4/4 y el Seat 1400. Estos nuevos modelos adoptan algunos de los elementos de diseño más característicos del Thunderbird, como son los faros de visera superior, la calandra algo retrasada con respecto al capó, el parabrisas panorámico y los pilotos traseros circulares en el extremo de las aletas. El apelativo Fairlane, el de las versiones de mayor lujo, hace referencia a la finca de Detroit en que residía la familia Ford, distinguiéndose del resto de la gama por la pintura bicolor de serie y la franja cromada que parte desde detrás de la visera de los faros, desciende y se ensancha en las puertas delanteras, hace un quiebro en la vertical del derivabrisas y deja una fina estela horizontal que se prolonga hasta el final de la carrocería.A su vez, en los Fairlane se podía elegir entre seis diferentes tipos de carrocería: Club Sedan (dos puertas), Victoria (dos puertas sin montante central), Crown Victoria (dos puertas con techo transparente), Town Sedan (cuatro puertas) y Sunliner (cabriolet). Y aquí no acaban las posibilidades de elección, ya que dentro de esta gama el cliente tenía a su disposición los motores de nuevo diseño presentados con la gama de 1954 y subidos de potencia de cara al nuevo año: uno de seis cilindros supercuadrado con 3,7 litros de cilindrada y 120 CV, o bien el V8 de nueva creación, con capacidades de 4,5 ó 4,8 litros y potencias entre 162 y 198 CV. Este último propulsor, que sustituyó al famoso V8 aparecido en el ya lejano 1932, también se caracteriza por su carrera corta y proporciona lo que la publicidad de Ford define como Trigger Torque, algo así como un contundente par motor que se dispara casi desde el ralentí y que permite tener una respuesta inmediata ante cualquier situación del tráfico.Siguiendo con las alternativas que se le planteaban al comprador de un Ford Fairlane, también podía optar entre tres tipos diferentes de cajas de cambio. En primer lugar estaba la de tipo convencional, con tres velocidades y accionamiento manual, que era complementada con otra denominada Overdrive y otra automática de dos velocidades, la Ford-O-Matic suministrada por Borg-Warner. El ejemplar probado incorpora la caja Overdrive, con tres velocidades y una cuarta relación que se puede accionar automáticamente a partir de 45 km/h y que se desconecta al descender por debajo de los 35 km/h. A este respecto es curioso ver cómo presentaba Ford esta opción, con mensajes del estilo de "Ahorre 15 centavos por cada dólar gastado en gasolina", "Vaya a 80 km/h con el consumo de ir a 60" o "Con la cuarta velocidad automática, su conducción será más relajada, suave y confortable".
Ford Fairlane Sunliner de 1955
La marca del óvalo azul presentaba en 1955 el modelo Fairlane, un cabriolet de precio contenido pero con la presencia espectacular, la potencia de sobra y los detalles a la última moda propios de automóviles bastante más costosos. ¿Les apetece dar un paseo con nosotros?
