No hace demasiado tiempo que fui testigo de un accidente de tráfico. Fue en una carretera secundaria, limitada a 70 km/h por señal de tráfico y en la que despistarse, por poco que sea, te puede dar un buen susto. La chica conducía un Peugeot 206 de color negro, que vi como abandonaba el asfalto para dar varias vueltas de campana y lanzar despedida a su ocupante que, como era de esperar tras ver los hechos, conducía sin cinturón.
Dos coches que iban por delante del mío a cierta distancia, se apartaron al generoso arcén y su ocupantes cruzaron la carretera (la chica accidentada venía desde la dirección contraria) rápidamente, (y aquí viene el primer error) dejando el coche con el contacto puesto y abierto.
Mi compañero y yo apenas tardamos unos segundos en llegar, mientras observábamos como una chica estaba hablando con la accidentada y otro señor, algo más mayor, se movía de un lado a otro, nervioso y sin saber qué hacer. Ni siquiera habían llamado a emergencias y ninguno de los dos llevaba el chaleco reflectante puesto, ni se veían con la intención de sacar los triángulos de emergencia; un conjunto de errores que pueden resultar fatales, más en zonas de poca visibilidad como aquella. Evidentemente, llevamos a cabo todas estas maniobras entre dos personas, mientras otra llamaba al teléfono de emergencias para informar de la situación.
La chica que había sufrido el accidente, sorprendentemente estaba consciente y podía mover bien los brazos y las piernas; tan sólo se quejaba de un dolor en el codo. Parecía increíble esto, ya que había salido literalmente ‘volando’ a más de 50 metros de distancia de dónde se encontraba el coche. Seguramente, aquel día volvió a nacer y tengo mis dudas de lo que le habría pasado si no llega a salir del coche y se queda dentro dándose golpes con todo lo que había en el habitáculo. Éste, por cierto, lleno de papeles y objetos sueltos varios, que ya sabemos que en los accidentes se vuelven especialmente peligrosos. Según la chica, se había despistado un momento mirando el móvil, que yacía junto al coche totalmente destrozado.
Otro de los errores, a mi parecer, es que esta persona no sabía qué grupo sanguíneo era, lo que, de haber sido un accidente más grave, podría haber complicado las cosas aún más, o al menos ralentizado el trabajo de los médicos. Nunca está de más llevarlo apuntado en algún papel en la cartera o incluso portando el carnet de donante.
Poco antes de la llegada de la Guardia Civil y de la ambulancia, observé cómo un vehículo con cinco individuos se paraba delante de los tres coches que habíamos dejado en el arcén. Con algo de disimulo, buscaron nuestras miradas para ver si alguien estaba pendiente de su actuación y, acto seguido, se empezaron a acercar a nuestros coches en busca, seguramente, de algo que pudieran roban. De ahí el error de dejar el contacto puesto o el coche abierto. Y digo que seguramente querían robarnos, porque cuando salí corriendo hacia ellos se subieron a su coche y salieron disparados. Matrícula apuntada y otro dato más que aportar a las autoridades.
Al final, todo en un susto, la ambulancia llegó, se llevó a la chica -que no parecía estar grave-, al menos después de lo que le había pasado.
La próxima vez que te subas al coche, ponte el cinturón y, si tienes que auxiliar a alguien en un accidente, recuerda no cometer los fallos anteriores.
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