Renault Mégane 1.5 dCi EDC vs Seat León 1.6 TDI DSG

El cambio de doble embrague ha sido uno de los motivos por los que las transmisiones automáticas han ido ganando popularidad. Primero fue el DSG del Grupo Volkswagen y ahora Renault le planta cara con su EDC. ¿Qué ventajas aporta cada uno?

Renault Mégane 1.5 dCi EDC vs Seat León 1.6 TDI DSG
Renault Mégane 1.5 dCi EDC vs Seat León 1.6 TDI DSG

Estamos ante dos modelos de referencia dentro del segmento compacto, duros rivales que en este caso van equipados con modernas y eficientes mecánicas turbodiésel capaces de garantizar unos registros de consumo muy bajos. En el caso del Renault Mégane, su propulsor 1.5 dCi cuenta con un nivel de potencia de 110 CV, mientras que el 1.6 TDI del Seat León se conforma con 105 CV. Sin embargo, lo más destacable es que, para la ocasión, ambos están dotados de cambio automático de doble embrague, una característica que desarrolló Porsche en los años 80, destinada a modelos de competición, y que ahora aprovechan cada vez más automóviles de serie, ya que aporta indudables ventajas a la conducción, no sólo en lo que a eficacia se refiere, sino también a confort. Técnicamente el DSG y el EDC guardan alguna similitud, pues en ambos casos los embragues son multidisco en seco, si bien el Seat cuenta con una marcha más: 7. Ahora bien, su funcionamiento está claramente diferenciado por una serie de matices que veremos más adelante. Algo que Renault ha querido dejar claro desde el principio es que las siglas EDC se refieren a "doble embrague eficiente" (Efficient Dual Clutch), de hecho, gracias a esta transmisión se reducen los consumos y las emisiones de CO2 homologadas por la versión manual 1.9 dCi de 105 CV. Pese a que hay 5 CV de diferencia, la cifra de CO2 pasa de 120 a 114 g/km. Todo lo contrario sucede en el Seat León, ya que las variantes manuales del motor 1.6 TDI con 105 CV homologan unas emisiones de CO2 de 99, 109 y 119 g/km, y en el caso de la versión equipada con DSG la cifra se eleva a 123 g/km, de modo que no queda exenta de impuesto de matriculación.

Antes de nada hay que decir que ambos cambios son plenamente satisfactorios y únicamente en maniobras de aparcamiento —sobre todo si son en cuesta— muestran puntos flacos. A veces no se coordinan bien con el asistente de arranque en pendiente y surge alguna brusquedad, otras, resulta difícil dosificar con precisión la arrancada y la aproximación... en definitiva, suele ser necesario algo más de espacio que con un coche manual para llevar a cabo la maniobra. Salvado este punto es cuando se empieza a disfrutar de sus virtudes, es decir, la inmediatez y la suavidad en los cambios de marcha, así como la ausencia de pedal de embrague, junto a la posibilidad de emplearlos en modo automático o manual. Las mayores diferencias entre DSG y EDC se aprecian en modo automático. La gestión del cambio del Renault Mégane suele mantener el motor en torno a 2.000 rpm, sea cual sea el tipo de circunstancia, pues a dicho régimen ya hay buena capacidad de respuesta y un generoso par motor. El Seat León, por su parte, dispone de dos programas, D y S, cada uno de ellos con una personalidad muy marcada. En D se prima sobremanera el ahorro de combustible, con un régimen de giro en conducción suave que va desde las 1.000 a las 1.500 vueltas, por lo que antes de que nos demos cuenta ya estaremos callejeando en 4ª, o circulando en 7ª sin haber llegado todavía a 70 km/h. A tan pocas vueltas, sin embargo, el motor apenas tiene respuesta, por lo que, en cuanto hundimos el pie derecho ligeramente, el DSG automáticamente reduce un par de velocidades para proporcionar la aceleración requerida y, durante ese brevísimo lapso —la inserción se hace directamente, sin pasar por la marcha intermedia—, notaremos una sensación de vacío por la falta de empuje, algo que no se da en el Renault Mégane, ya que su 1.5 dCi nunca llega a caer tanto de vueltas, además cuenta con más bajos. El modo deportivo del DSG es todo lo contrario. Para empezar no deja que el motor baje de 2.000 rpm y sólo cambia a la siguiente marcha superadas las 3.000 vueltas como mínimo, o incluso se adentra en la zona roja si estamos pisando a fondo el pedal derecho. Llega a ser demasiado deportivo y en ocasiones, cuando demandamos aceleración, puede incluso reducir una marcha innecesariamente, en lugar de aprovechar el par motor disponible a menos vueltas. Digamos que no hay punto medio entre D y S, y dicha posición de equilibrio la cubre el EDC de Renault, aunque luego no se adapte igual de bien a otras condiciones más específicas de conducción, como podría ser el caso de una carretera de montaña, donde contar con una marcha más supone una ventaja adicional para el DSG de Seat, ya que su escalonamiento es más cerrado y se adapta mejor a cada tipo de curva. Además, en modo S no pasa a la siguiente marcha cuando dejamos de acelerar para afrontar un giro.

Otra característica que conviene analizar en detalle es la utilización manual de ambas transmisiones. Aquí el Seat resulta más reconfortante, pues los cambios de marcha son aún más inmediatos y suaves, con un funcionamiento impecable. Al mismo tiempo, su palanca selectora es de tacto más preciso y con recorridos más cortos que en su rival. El Mégane está a la altura, que no es poco, sin embargo es algo menos refinado en ciertas situaciones. Por ejemplo, al reducir una marcha mientras mantenemos el pie en el acelerador se produce un ligerísimo tirón que no se aprecia en el León. Lo mismo ocurre en reducciones cuando buscamos la retención del motor al llegar a ritmo vivo a una curva lenta, donde el EDC resulta menos fluido que el DSG, quizá porque hay un mayor salto entre marchas. Antes de llegar al corte de inyección, los dos modelos pasan a la siguiente marcha de forma automática, si bien la aguja del cuentavueltas del León se adentra casi 1.000 vueltas en la zona roja (¡hasta llegar a 5.500 rpm!), algo que también hace cuando apuramos las reducciones. En el Mégane no hay tanto margen de uso, pero también deja reducir prácticamente hasta el inicio de la zona roja, a unas 4.400 vueltas. Ambas mecánicas son muy suaves, refinadas y agradables de utilizar. La ligera ventaja en peso y en potencia por parte del Mégane se deja notar en el apartado de prestaciones, en el que supera a su competidor en todas las mediciones. Su motor tiene algo más de carácter y sube de vueltas con un poco más de energía, aunque las diferencias no son decisivas. El modelo francés gasta algo más en ciudad, no obstante sus registros de consumo están muy igualados. La frenada de emergencia es el único punto en el que el Renault obtiene peores resultados que su oponente, además, dosificar la fuerza de frenado resulta más complicado debido al tacto y poco recorrido del pedal.

Del excelente comportamiento de estos dos modelos ya hemos hablado en ocasiones anteriores. Ambos bastidores permiten un paso por curva muy rápido, aunque la dirección del León informa mejor de lo que ocurre bajo las ruedas y da más confianza cuando el límite de adherencia se aproxima. Su desmultiplicación es menos directa, pero tiene un tacto más natural. En cuanto al tarado de las suspensiones, logran un buen compromiso entre confort y eficacia, pero el Mégane resulta algo más firme y transmite en mayor medida algunos tipos de irregularidades del asfalto. Renault
- Maletero
- Motor agradable
- Equilibrio general

Seat
- 7 marchas
- Rapidez del cambio
- Tacto preciso

Renault
- Dirección artificial
- Climatizador ruidoso
- Maniobras aparcamiento

Seat
- Interior sobrio
- Motor en baja
- Maniobras aparcamiento
Estamos ante dos modelos de referencia dentro del segmento compacto, duros rivales que en este caso van equipados con modernas y eficientes mecánicas turbodiésel capaces de garantizar unos registros de consumo muy bajos. En el caso del Renault Mégane, su propulsor 1.5 dCi cuenta con un nivel de potencia de 110 CV, mientras que el 1.6 TDI del Seat León se conforma con 105 CV. Sin embargo, lo más destacable es que, para la ocasión, ambos están dotados de cambio automático de doble embrague, una característica que desarrolló Porsche en los años 80, destinada a modelos de competición, y que ahora aprovechan cada vez más automóviles de serie, ya que aporta indudables ventajas a la conducción, no sólo en lo que a eficacia se refiere, sino también a confort. Técnicamente el DSG y el EDC guardan alguna similitud, pues en ambos casos los embragues son multidisco en seco, si bien el Seat cuenta con una marcha más: 7. Ahora bien, su funcionamiento está claramente diferenciado por una serie de matices que veremos más adelante. Algo que Renault ha querido dejar claro desde el principio es que las siglas EDC se refieren a "doble embrague eficiente" (Efficient Dual Clutch), de hecho, gracias a esta transmisión se reducen los consumos y las emisiones de CO2 homologadas por la versión manual 1.9 dCi de 105 CV. Pese a que hay 5 CV de diferencia, la cifra de CO2 pasa de 120 a 114 g/km. Todo lo contrario sucede en el Seat León, ya que las variantes manuales del motor 1.6 TDI con 105 CV homologan unas emisiones de CO2 de 99, 109 y 119 g/km, y en el caso de la versión equipada con DSG la cifra se eleva a 123 g/km, de modo que no queda exenta de impuesto de matriculación.

Antes de nada hay que decir que ambos cambios son plenamente satisfactorios y únicamente en maniobras de aparcamiento —sobre todo si son en cuesta— muestran puntos flacos. A veces no se coordinan bien con el asistente de arranque en pendiente y surge alguna brusquedad, otras, resulta difícil dosificar con precisión la arrancada y la aproximación... en definitiva, suele ser necesario algo más de espacio que con un coche manual para llevar a cabo la maniobra. Salvado este punto es cuando se empieza a disfrutar de sus virtudes, es decir, la inmediatez y la suavidad en los cambios de marcha, así como la ausencia de pedal de embrague, junto a la posibilidad de emplearlos en modo automático o manual. Las mayores diferencias entre DSG y EDC se aprecian en modo automático. La gestión del cambio del Renault Mégane suele mantener el motor en torno a 2.000 rpm, sea cual sea el tipo de circunstancia, pues a dicho régimen ya hay buena capacidad de respuesta y un generoso par motor. El Seat León, por su parte, dispone de dos programas, D y S, cada uno de ellos con una personalidad muy marcada. En D se prima sobremanera el ahorro de combustible, con un régimen de giro en conducción suave que va desde las 1.000 a las 1.500 vueltas, por lo que antes de que nos demos cuenta ya estaremos callejeando en 4ª, o circulando en 7ª sin haber llegado todavía a 70 km/h. A tan pocas vueltas, sin embargo, el motor apenas tiene respuesta, por lo que, en cuanto hundimos el pie derecho ligeramente, el DSG automáticamente reduce un par de velocidades para proporcionar la aceleración requerida y, durante ese brevísimo lapso —la inserción se hace directamente, sin pasar por la marcha intermedia—, notaremos una sensación de vacío por la falta de empuje, algo que no se da en el Renault Mégane, ya que su 1.5 dCi nunca llega a caer tanto de vueltas, además cuenta con más bajos. El modo deportivo del DSG es todo lo contrario. Para empezar no deja que el motor baje de 2.000 rpm y sólo cambia a la siguiente marcha superadas las 3.000 vueltas como mínimo, o incluso se adentra en la zona roja si estamos pisando a fondo el pedal derecho. Llega a ser demasiado deportivo y en ocasiones, cuando demandamos aceleración, puede incluso reducir una marcha innecesariamente, en lugar de aprovechar el par motor disponible a menos vueltas. Digamos que no hay punto medio entre D y S, y dicha posición de equilibrio la cubre el EDC de Renault, aunque luego no se adapte igual de bien a otras condiciones más específicas de conducción, como podría ser el caso de una carretera de montaña, donde contar con una marcha más supone una ventaja adicional para el DSG de Seat, ya que su escalonamiento es más cerrado y se adapta mejor a cada tipo de curva. Además, en modo S no pasa a la siguiente marcha cuando dejamos de acelerar para afrontar un giro.

Otra característica que conviene analizar en detalle es la utilización manual de ambas transmisiones. Aquí el Seat resulta más reconfortante, pues los cambios de marcha son aún más inmediatos y suaves, con un funcionamiento impecable. Al mismo tiempo, su palanca selectora es de tacto más preciso y con recorridos más cortos que en su rival. El Mégane está a la altura, que no es poco, sin embargo es algo menos refinado en ciertas situaciones. Por ejemplo, al reducir una marcha mientras mantenemos el pie en el acelerador se produce un ligerísimo tirón que no se aprecia en el León. Lo mismo ocurre en reducciones cuando buscamos la retención del motor al llegar a ritmo vivo a una curva lenta, donde el EDC resulta menos fluido que el DSG, quizá porque hay un mayor salto entre marchas. Antes de llegar al corte de inyección, los dos modelos pasan a la siguiente marcha de forma automática, si bien la aguja del cuentavueltas del León se adentra casi 1.000 vueltas en la zona roja (¡hasta llegar a 5.500 rpm!), algo que también hace cuando apuramos las reducciones. En el Mégane no hay tanto margen de uso, pero también deja reducir prácticamente hasta el inicio de la zona roja, a unas 4.400 vueltas. Ambas mecánicas son muy suaves, refinadas y agradables de utilizar. La ligera ventaja en peso y en potencia por parte del Mégane se deja notar en el apartado de prestaciones, en el que supera a su competidor en todas las mediciones. Su motor tiene algo más de carácter y sube de vueltas con un poco más de energía, aunque las diferencias no son decisivas. El modelo francés gasta algo más en ciudad, no obstante sus registros de consumo están muy igualados. La frenada de emergencia es el único punto en el que el Renault obtiene peores resultados que su oponente, además, dosificar la fuerza de frenado resulta más complicado debido al tacto y poco recorrido del pedal.

Del excelente comportamiento de estos dos modelos ya hemos hablado en ocasiones anteriores. Ambos bastidores permiten un paso por curva muy rápido, aunque la dirección del León informa mejor de lo que ocurre bajo las ruedas y da más confianza cuando el límite de adherencia se aproxima. Su desmultiplicación es menos directa, pero tiene un tacto más natural. En cuanto al tarado de las suspensiones, logran un buen compromiso entre confort y eficacia, pero el Mégane resulta algo más firme y transmite en mayor medida algunos tipos de irregularidades del asfalto. Renault
- Maletero
- Motor agradable
- Equilibrio general

Seat
- 7 marchas
- Rapidez del cambio
- Tacto preciso

Renault
- Dirección artificial
- Climatizador ruidoso
- Maniobras aparcamiento

Seat
- Interior sobrio
- Motor en baja
- Maniobras aparcamiento