Uno más. Y, por un lado, ya van cinco: familia numerosa. Pero no te asustes: afortunadamente, no hablo ahora de hijos… porque aquí tantos no entrarían, por mucho que el Ford B-Max trate de romper hoy barreras de acceso en el mundo del automóvil; me refiero primero a los monovolúmenes en Ford. Desde que, a la sombra del pionero Renault Espace, naciera a principios de los 90' en Europa el largo Galaxy, su gama ha estirado siempre hacia abajo. Hasta el punto de, 20 años después, anunciarse por primera vez como fabricante líder en ventas de la categoría… al tiempo que cierra linaje hoy con un pequeño y divertido B-Max que, desarrollado sobre la base del Fiesta, ni llega a los 4,1 m… aunque en marcha parezca crecer.
Y uno más, ahora sí, en casa. Perfil de cliente que buscan unos cada día más extendidos nuevos monovolúmenes utilitarios que, aunque justos como vehículo principal, son fantásticos como segundo coche por su modularidad. De momento acaparan sólo un 15 por ciento de las ventas monovolumen, pero crecerán como interesante alternativa de uso doméstico por corto tamaño, buen espacio y aún contenido precio... si no apuntamos claro al sofisticado equipamiento que puede añadir hoy este B-Max para convertirse casi en berlina de lujo: cuenta con sistemas como el automático anti-colisión o el de llamada de emergencia, además de cámaras de visión. Es el «downsizing» familiar, eso sí, entendido por Ford. Y es que, contra la norma hoy general, en ningún caso lo plantea en modo ahorro o como low cost. Al contrario, iban a por un pequeño monovolumen… único.
Primerizo
Para ello, la gestación del Ford B-Max no ha sido, esta vez, de 9 meses. La hoja de ruta comenzó hace ya 4 años, fecha en la que Ford decidió que las puertas serían, no sólo sello distintivo, sino también su principal argumento de compra. Ensayos, correcciones, uso de aceros al boro 5 veces más resistentes… Conclusión: nada de puertas traseras con apertura en sentido contrario como el Opel Meriva. Aquí había que sumar las siempre más prácticas -y caras- puertas traseras correderas (mejoran la entrada y facilitan mucho los accesos en aparcamientos en batería) con la ausencia interior del pilar central (refuerzos en las puertas realizan su función una vez cerradas), una solución que sólo recordamos en un deportivo Mazda RX-8. Combinación única de puertas que requería, primero, credibilidad. Tanta que Ford hasta nos llevó a comprobar su buena respuesta en el choque lateral, antes de que EuroNCAP le diera también 5 estrellas en seguridad.
Segundo, hora ya de ver su funcionalidad. Sentarse a un Ford B-Max es similar a hacerlo, no ya a un Fiesta, sino a un superior C-Max. Por alta y gran posición de conducción, por diseño y por mejor calidad de material y acabado. Claro que, convencidos delante, las miradas van pronto atrás. Abrimos todas las puertas y, los 1,5 metros libres de vano de acceso (el doble de una puerta convencional de coche) son ejemplares. Se entra facilísimo, y no digamos ya si es con un bebé en brazos. Como si hubiera sido diseñado por una matrona, puedes abrir ángulo y hasta aprovecharte del asiento abatible del copiloto para sentarte y ajustar capazo, sillitas o cinturón. Y, ya en marcha, puedes también mantenerlo bajado si vas sólo con él: excelente para controlarlo, excelente para su visibilidad.
Diáfano, al buen espacio (bueno en altura, de los mejores en distancia trasera para piernas) el Ford B-Max une, por tanto, una gran sensación de desahogo. Es como un loft, pero, obviamente, con limitaciones. El sistema de puertas y refuerzos laterales, por ejemplo, te envuelve atrás como en un baquet, pero limita también mucho la anchura. Y, si bien está concebido perfectamente para dos como sus rivales, también separa el asiento de la puerta, dificultando algo más la salida a personas de peor movilidad: comprobado al viajar con el abuelo. Además, el B-Max no cuenta con fila posterior deslizante que sí montan Citroën C3 Picasso, Opel Meriva o Hyundai ix20: por tamaño, el segmento donde más falta hace para «jugar» con el espacio. Y lo paga, pues a una habitabilidad que puede resultar en ocasiones excesiva, acompaña un maletero justo. Cierto que de impecables formas y con un práctico piso regulable en 2 alturas; pero también con 370 litros reales de carga, algo superiores a los del clásico utilitario pero que representa la menor capacidad del segmento, junto a un Honda Jazz Hybrid condicionado por las baterías. Es lo que tienen los inconformistas.
Pequeño gran Ford
Asimilado el impecable acceso, su buena amplitud y espacio urbano, hora de ponerse en marcha y reconocer que, este Ford B-Max, no es sólo una puerta bonita. Si su peculiar configuración seguía planteando interrogantes, esta vez sobre su rigidez, nada como salir a carretera. No es que esté al nivel del monovolumen convencional… es que es mejor. Incluso sus refuerzos podrían presagiar un aumento de peso… y es más ligero que Hyundai ix20 o Opel Meriva, y casi tanto como Citroën C3 Picasso.
El Ford B-Max cuenta también con una arquitectura básica, con tambores de freno y eje torsional en el tren trasero, pero tiene algo. Tiene, como es hoy habitual en sus modelos, ese tacto tan dinámico de todo Ford, pero aquí, nuevamente, más de C-Max que de Fiesta. Su dirección eléctrica, muy precisa e informativa, me reafirma en que, por fin, se acabó el período de adaptación: ya no echo de menos las asistencias hidráulicas. Y la suspensión, siendo firme y contando con un corto conjunto muelle-amortiguador, absorbe finalmente el bache mejor que más secos Kia Venga, Hyundai ix20 e incluso Opel Meriva.
El Ford B-Max, por tanto, no se conforma con ser un agradable y pequeño familiar, que lo es; esta vez aporta al segmento un extra de emoción en la conducción. Y es que, ayudado por un limitado balanceo de carrocería, una gran instantaneidad de reacciones y unas bien taradas ayudas electrónicas, se desmarca por su buena agilidad. Un monovolumen para madres… pero también para padres.
Diesel de compañía
A pesar de su buen dinamismo, teniendo en cuenta el planteamiento familiar de estos pequeños monovolúmenes no busques aquí excesos de potencia… pero te recomendamos que huyas también de mínimos. Por capacidad de carga/prestaciones/consumos, los Diesel de 90 a 105 CV son, generalmente, la mejor opción… aunque Ford cuenta con dos estupendos gasolina 1.0 Ecoboost de 3 cilindros en 100 y 120 CV, capaces de replantear esquemas. Pero, para esta primera prueba, nos decantamos por la imbatible eficiencia del gasóleo.
Ford ofrece para empezar un nuevo 1.5 TDCi de 75 CV, pero muy limitado y con un consumo homologado sólo 1 décima superior al conocido, y elegido, 1.6 TDCi de PSA/Ford con 95 CV. A él nos subimos. Es el mismo del C3 Picasso y, frente a todos sus rivales, tiene la mayor cilindrada. Muy fino, apenas suena (menos incluso que en un Fiesta), sorprende por su ausencia de vibraciones y cumple desde que arranca, ya con más del 90 por ciento de fuerza desde 1.500 rpm para movernos cómodamente a diario. Sin embargo, a medida que necesitamos «tirar» de él con carga, tenemos la impresión de encontrarlo esta vez algo «agarrotado».
Puede que condicionado por su falta de rodaje (lo cogemos con sólo 400 km), o puede que por una electrónica que guarda fuelle para potenciaciones superiores, desfallece pronto y obliga a estar más ágil con el cambio. Es sólo un aviso para la marcha a plena ocupación, pero nada grave pues este agradable Ford B-Max termina corriendo lo suficiente y gastando poco (estabilizado sobre 6 l/100 km, sin contar con Stop/Start pero sí con alternador inteligente). Para mí, mayor incordio en carretera es contar con un cambio manual de sólo 5 marchas. Se echa de menos una 6ª de desahogo, como sí ofrecen la mayoría de sus rivales. En un coche tan particular, lo admito por compensación de costes, pero no “por ser un coche de orientación ciudadana en el que no hacía falta”, como han justificado sus responsables. Porque si hay un pequeño monovolumen apto para salir a carretera, ese es el Ford B-Max: uno más en la familia… pero nunca uno cualquiera.