De los coches que han pasado por nuestra redacción en los últimos años, el Porsche 911 Targa es uno de los que ha despertado más admiración. El diseño de la zona trasera, con el arco de seguridad original, la ausencia de pilar y la amplia y curvada luna, le otorga un aspecto que difícilmente pasa inadvertido. Por si fuera poco, la posibilidad de quitar parte del techo, pero sin que llegue a ser un cabrio propiamente dicho, hace que, incluso los que pensamos que los descapotables son para pasear y que un verdadero deportivo no puede prescindir del techo, sintamos predilección por este especial modelo.
Sin embargo, no todo son ventajas. Los 62 kg extra revelados por nuestra báscula respecto a un Carrera 4S (lo comparamos con este modelo por no disponer de datos de un Cabrio 4S) le hacen ser más lento de lo que cabría esperar frente al crono. Concretamente, 0,35 segundos en el paso de 0 a 100 km/h, que se incrementan hasta 1,5 s en el 0 a 200 km/h. Igual ocurre en las maniobras de adelantamiento, ya que emplea 0,24 s más en pasar de 80 a 120 km/h (siempre con cambio PDK). Aun así sigue siendo un coche rapidísimo, capaz de transmitirnos un alud de sensaciones cada vez que estiramos su mecánica hasta la zona roja, así que, ¿quién no estaría dispuesto a renunciar a unas décimas de segundo a cambio de semejante estética?
Auténtico 911
El Porsche 911 Targa resulta muy rígido estructuralmente, ya que se basa en el Carrera Cabriolet y cuenta con sus mismos refuerzos, de modo que esta variante de carrocería proporciona todo lo que te esperas de un 911. Cuenta de serie con amortiguadores pilotados y sistema Porsche Torque Vectoring (PTV), asociado en los modelos con transmisión PDK a un diferencial trasero autoblocante controlado electrónicamente —totalmente mecánico en el caso de los manuales—. En opción quedan las barras estabilizadoras activas y el paquete Sport Chrono, que incluye, además del botón Sport Plus, soportes activos para el motor.
Como suele ser habitual en un buen deportivo, cuanto más rápida sea la conducción, más virtudes salen a relucir. No obstante, al igual que en todo 911 —quitando los GT3 y Turbo, ahora con ruedas traseras directrices—, a ritmos elevados (y no tan elevados) puede subvirar durante un leve instante si no ahuecas a la entrada de las curvas más cerradas. Hasta que el tren delantero no apoya hay una ligera imprecisión que recuerda a la personalidad de generaciones anteriores del modelo, pero con mucho mayor control y aplomo. Esta peculiaridad hace que tengamos que implicarnos más en la conducción adaptando nuestro estilo, frenando hasta el vértice o al menos dejando de acelerar, o bien esperar a que el eficaz sistema PTV (Porsche Torque Vectoring) actúe sobre el freno de la rueda interior trasera para inducir el giro. En cualquier caso, una vez apoyado la velocidad de paso por curva es pasmosa, así como la capacidad de tracción y lo pronto que puedes volver a dar gas sin que la zaga se descomponga, sobre todo en esta versión de tracción total. Las relativamente progresivas y, al mismo tiempo, predecibles reacciones del tren trasero en caso de forzar la situación y redondear el giro a base de gas a la salida de las curvas, junto con la confianza que proporciona el equipo de frenos, hacen que no tengamos reparos en apurar cada marcha para sentir cómo el brillante motor atmosférico se va llenando a medida que sube de vueltas y nos catapulta hasta la siguiente curva.
Entre 4.000 y casi 8.000 rpm entrega lo mejor de sí, y cada milímetro que la aguja avanza entre esta franja del cuentavueltas va ganando temperamento, de manera incansable y sin vacilar. En modo manual, si no estás atento, es fácil que te sorprenda el corte de inyección, ya que la creciente potencia no decae hasta ese mismo momento. La inmediatez de respuesta, los inagotables frenos, el peculiar comportamiento... todo forma parte de la leyenda 911, que ya desde sus últimas generaciones es utilizable incluso como coche de diario, por confort y por los contenidos consumos que consigue teniendo en cuenta su rendimiento. El cambio PDK de doble embrague es buen aliado en este sentido, ya que logra una precisa y suave dosificación de la potencia en ciudad, incluso aparcando, y nada tiene que envidiar al refinamiento de los mejores automáticos de convertidor de par.
A cielo abierto
A diferencia del Cabriolet, la capota del Targa no se puede accionar con el coche en movimiento. Un complejo mecanismo debe levantar la luna trasera y, aun siendo un cristal muy fino, su peso podría dañar algún resorte en caso de sacudida brusca provocada por un bache. Bajo la luna hay un pequeño hueco para dejar cosas, y al desplazarse hacia atrás también permite el acceso a las bocas de los depósitos de agua y aceite, pero no al motor. Lógicamente, en el Targa no encontramos el ingenioso deflector aerodinámico trasero de accionamiento eléctrico del Cabriolet, que anula las plazas traseras a cambio de un funcionamiento impecable, sino uno mucho más discreto, colocado sobre el parabrisas, que se levanta de manera manual. Reduce posibles turbulencias, sin embargo a partir de 100 km/h el ruido del viento al atravesar el deflector comienza a escucharse demasiado, y llega a ser molesto a ritmos de autopista. Si te dejas llevar por el entusiasmo, a 200 km/h ni siquiera se percibe el sonido del motor. Toca volver a poner la capota.