Opel Astra 2.0 DTi Caravan / Renault Mégane Break 1.9 dTi

Las variantes familiares de Astra y Mégane cuentan con dos respectivas versiones turbodiésel de inyección directa e idéntica potencia. Sin duda, las más indicadas para aprovechar las mayores posibilidades de carga que ofrecen sus carrocerías de tipo break.

Opel Astra 2.0 DTi Caravan / Renault Mégane Break 1.9 dTi
Opel Astra 2.0 DTi Caravan / Renault Mégane Break 1.9 dTi

Algo más corto de carrocería y con una distancia entre ejes ligeramente superior —2,61 metros frente a 2,58—, el Astra ofrece una mayor eficacia en términos absolutos al rodar por esos tramos virados. Su dirección es algo más precisa, en parte por su mayor cantidad de goma en contacto con el suelo —lleva neumáticos de 195/60 por 185/60 el Mégane— y por contar con menos vueltas de volante. Ello le permite un mejor control a la entrada de las curvas y una mayor rapidez y efectividad para moverse en este terreno. Si por calidad de rodadura sale mejor parado el Mégane, por efectividad y comportamiento gana el Astra, pues tiene unas suspensiones algo más firmes y un par de centímetros más en el ancho de vías. Más diferencias presentan los motores, aunque ambos rinden 100 CV. Más moderno de concepción el del Astra, en su interior esconde, además de la ya habitual inyección directa, un sistema de admisión variable y una culata de cuatro válvulas por cilindro, lo que le lleva a ofrecer un funcionamiento más «redondo». El Mégane, a la espera del motor dCi «common-rail», se conforma en el dTi con la inyección directa. En términos absolutos de prestaciones o más bien de rendimiento, no hay excesivas diferencias. Aceleran de forma muy parecida y ofrecen un consumo casi calcado, aunque el Astra se desmarca por una mayor facilidad para recuperar de 80 a 120 km/h, sobre todo en quinta, pues emplea dos segundos menos que el Mégane. Sus mejores valores de par —252 Nm medidos en banco a 2.500 rpm frente a los 213 a 3.010 rpm del Mégane— son suficientes para explicar esa ventaja que consigue en las recuperaciones y que se traduce en una mejor capacidad de realizar adelantamientos. Además, estira hasta regímenes elevados de forma mucho más sencilla, gracias a su culata multiválvula, que le permite superar las 4.000 rpm sin decaer en el rendimiento; todo ello con mayor suavidad de funcionamiento y menor rumorosidad, dejando al motor dTi algo desfasado. Afortunadamente, el Mégane recibirá en breve el motor dCi que mejora en refinamiento al ya casi veterano dTi: es más suave, vibra mucho menos y tiene un rendimiento superior. Una lucha un tanto desigual ésta de los motores en la que, de momento, sale favorecido el Astra. Algo más corto de carrocería y con una distancia entre ejes ligeramente superior —2,61 metros frente a 2,58—, el Astra ofrece una mayor eficacia en términos absolutos al rodar por esos tramos virados. Su dirección es algo más precisa, en parte por su mayor cantidad de goma en contacto con el suelo —lleva neumáticos de 195/60 por 185/60 el Mégane— y por contar con menos vueltas de volante. Ello le permite un mejor control a la entrada de las curvas y una mayor rapidez y efectividad para moverse en este terreno. Si por calidad de rodadura sale mejor parado el Mégane, por efectividad y comportamiento gana el Astra, pues tiene unas suspensiones algo más firmes y un par de centímetros más en el ancho de vías. Más diferencias presentan los motores, aunque ambos rinden 100 CV. Más moderno de concepción el del Astra, en su interior esconde, además de la ya habitual inyección directa, un sistema de admisión variable y una culata de cuatro válvulas por cilindro, lo que le lleva a ofrecer un funcionamiento más «redondo». El Mégane, a la espera del motor dCi «common-rail», se conforma en el dTi con la inyección directa. En términos absolutos de prestaciones o más bien de rendimiento, no hay excesivas diferencias. Aceleran de forma muy parecida y ofrecen un consumo casi calcado, aunque el Astra se desmarca por una mayor facilidad para recuperar de 80 a 120 km/h, sobre todo en quinta, pues emplea dos segundos menos que el Mégane. Sus mejores valores de par —252 Nm medidos en banco a 2.500 rpm frente a los 213 a 3.010 rpm del Mégane— son suficientes para explicar esa ventaja que consigue en las recuperaciones y que se traduce en una mejor capacidad de realizar adelantamientos. Además, estira hasta regímenes elevados de forma mucho más sencilla, gracias a su culata multiválvula, que le permite superar las 4.000 rpm sin decaer en el rendimiento; todo ello con mayor suavidad de funcionamiento y menor rumorosidad, dejando al motor dTi algo desfasado. Afortunadamente, el Mégane recibirá en breve el motor dCi que mejora en refinamiento al ya casi veterano dTi: es más suave, vibra mucho menos y tiene un rendimiento superior. Una lucha un tanto desigual ésta de los motores en la que, de momento, sale favorecido el Astra.