Comparativa: Citroën Xsara Picasso 1.8 / Mazda Premacy 1.8

Estas dos versiones representan una excelente alternativa a las versiones turbodiésel, tan en boga actualmente y cuyas ventajas en cuanto a economía de consumo son cada vez más reducidas, a tenor del proporcional incremento de precios del gasóleo.

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Resulta verdaderamente difícil destacar algún aspecto de estos modelos como sobresaliente. No menos complicado es expresar alguna crítica tajante sobre algún elemento que resulte especialmente deficiente. Esta particularidad los convierte en automóviles «grises» si queremos, lo cual, para determinado tipo de automóvil, no deja de ser un piropo. Un habitáculo amplio y modulable, una mecánica que permite mantener cruceros elevados en carretera y un diseño estético sumamente personal son el denominador común del Picasso y del Premacy, lo que, a fin de cuentas, los define como dos automóviles en los que se ha buscado -y conseguido- ofrecer un grado de practicidad excepcional y las mínimas complicaciones técnicas posibles. Más futurista por sus formas exteriores, el Picasso resulta más llamativo que su rival, cuyos contornos son más tradicionales. Sin embargo, esa ventaja estética del Citroën tiene un pequeño inconveniente. La amplia superficie acristalada frontal y la acusada inclinación del parabrisas hacen que los rayos solares se dejen sentir con más incidencia de la aconsejable en épocas veraniegas. El aire acondicionado, incluido en el equipamiento de serie, se encarga de mantener una buena temperatura interior, pero le cuesta algunos minutos más que a su rival refrescar a los ocupantes. Al margen de eso, el interior del Picasso es suficientemente cómodo. En este aspecto hay que destacar la postura de conducción, muy parecida a la de un turismo y a la que contribuye positivamente la posición de la palanca de cambios, muy cerca del volante y muy sencilla de accionar. En el Mazda, la postura es distinta, aunque tampoco presenta demasiadas complicaciones. Como en el Picasso, volante y banqueta son regulables en altura, lo que favorece unas rápidas maniobras para adaptarnos. En este caso la palanca de cambios no queda tan cerca, aunque ello tampoco representa un lastre significativo. Tan sólo puede reprocharse unos recorridos algo largos, que no favorecen los cambios de marcha rápidos, pero que en un automóvil de estas características, tampoco resulta criticable. La potencia nominal de los motores favorece al Picasso, que anuncia 2 CV más que el Mazda. Sin embargo, a la hora de pasar por el banco de rodillos la realidad ha sido distinta. El Citroën ha firmado 117 CV mientras que el Premacy se ha ido hasta los 127 CV. Los 100 cm3 de diferencia en cilindrada a favor del modelo japonés se han dejado notar en esta ocasión. Así las cosas, las prestaciones se inclinan a favor del Premacy que vence con cierta holgura en las cifras de aceleración, aunque presenta una mayor igualdad en las de adelantamiento. La explicación está en el rendimiento del motor, más homogéneo en el Citroën y con una respuesta más uniforme a bajo régimen, lo que le permite ganar terreno a su rival cuando ambos se mueven entre las 2.000 y las 3.000 vueltas. El Mazda presenta una respuesta más firme a partir de las 4.000 vueltas y se mueve con soltura por encima de las 6.000 rpm lo que resulta muy útil ante situaciones delicadas de adelantamiento. Si en las prestaciones algunas cifras permiten al Citroën defenderse, no podemos decir lo mismo en consumos. Aquí, el Picasso se muestra claramente más sediento que el Premacy y además por unas diferencias poco justificables. Casi dos litros más cada cien kilómetros en los recorridos interurbanos y un litro y medio en ciudad ponen en evidencia al Picasso. La quinta más larga le penaliza al tener que «tirar de cuarta» en muchas ocasiones para mantener el ritmo. Como en el resto de apartados pocas diferencias se pueden establecer a la hora de analizar el comportamiento. Ambos presentan una actitud subviradora que se muestra más acusada en el Premacy, cuyo tren posterior apenas conseguimos que se insinúe. El Picasso resulta mucho más ágil en este aspecto. Más receptivo a los cambios de apoyo en conducción rápida resulta más neutro y fácil de inscribir en la curva. Los dos tienen en común una suspensión bien equilibrada y que no se descompone en zonas bacheadas, manteniendo una razonable firmeza y sobre todo un excelente grado de absorción. Los frenos cumplen bien con su cometido, aunque no son un prodigio de potencia. Ninguno ha conseguido bajar de los 80 m. Tampoco es para destacar la resistencia al calentamiento, aunque también en ambos casos las pérdidas de eficacia se producen de manera muy progresiva. Hasta en el precio las diferencias entre ambos son escasas. Además basta echar un vistazo a los respectivos equipamientos para comprobar como se ha puesto especial cuidado en que los posibles compradores no deban gastar dinero extra en opciones. Aquí destacaríamos al Picasso que, aunque sea basándose en opciones, puede disponer de una dotación más completa que el Premacy. Como decíamos al principio, nuestros dos protagonistas presentan una excelente alternativa para los más reacios a las mecánicas Diesel. Las ventajas más significativas frente a estos se centran en una mayor suavidad de funcionamiento, una mayor velocidad punta y un precio de salida inferior. Cuestión de echar cuentas.

Resulta verdaderamente difícil destacar algún aspecto de estos modelos como sobresaliente. No menos complicado es expresar alguna crítica tajante sobre algún elemento que resulte especialmente deficiente. Esta particularidad los convierte en automóviles «grises» si queremos, lo cual, para determinado tipo de automóvil, no deja de ser un piropo. Un habitáculo amplio y modulable, una mecánica que permite mantener cruceros elevados en carretera y un diseño estético sumamente personal son el denominador común del Picasso y del Premacy, lo que, a fin de cuentas, los define como dos automóviles en los que se ha buscado -y conseguido- ofrecer un grado de practicidad excepcional y las mínimas complicaciones técnicas posibles. Más futurista por sus formas exteriores, el Picasso resulta más llamativo que su rival, cuyos contornos son más tradicionales. Sin embargo, esa ventaja estética del Citroën tiene un pequeño inconveniente. La amplia superficie acristalada frontal y la acusada inclinación del parabrisas hacen que los rayos solares se dejen sentir con más incidencia de la aconsejable en épocas veraniegas. El aire acondicionado, incluido en el equipamiento de serie, se encarga de mantener una buena temperatura interior, pero le cuesta algunos minutos más que a su rival refrescar a los ocupantes. Al margen de eso, el interior del Picasso es suficientemente cómodo. En este aspecto hay que destacar la postura de conducción, muy parecida a la de un turismo y a la que contribuye positivamente la posición de la palanca de cambios, muy cerca del volante y muy sencilla de accionar. En el Mazda, la postura es distinta, aunque tampoco presenta demasiadas complicaciones. Como en el Picasso, volante y banqueta son regulables en altura, lo que favorece unas rápidas maniobras para adaptarnos. En este caso la palanca de cambios no queda tan cerca, aunque ello tampoco representa un lastre significativo. Tan sólo puede reprocharse unos recorridos algo largos, que no favorecen los cambios de marcha rápidos, pero que en un automóvil de estas características, tampoco resulta criticable. La potencia nominal de los motores favorece al Picasso, que anuncia 2 CV más que el Mazda. Sin embargo, a la hora de pasar por el banco de rodillos la realidad ha sido distinta. El Citroën ha firmado 117 CV mientras que el Premacy se ha ido hasta los 127 CV. Los 100 cm3 de diferencia en cilindrada a favor del modelo japonés se han dejado notar en esta ocasión. Así las cosas, las prestaciones se inclinan a favor del Premacy que vence con cierta holgura en las cifras de aceleración, aunque presenta una mayor igualdad en las de adelantamiento. La explicación está en el rendimiento del motor, más homogéneo en el Citroën y con una respuesta más uniforme a bajo régimen, lo que le permite ganar terreno a su rival cuando ambos se mueven entre las 2.000 y las 3.000 vueltas. El Mazda presenta una respuesta más firme a partir de las 4.000 vueltas y se mueve con soltura por encima de las 6.000 rpm lo que resulta muy útil ante situaciones delicadas de adelantamiento. Si en las prestaciones algunas cifras permiten al Citroën defenderse, no podemos decir lo mismo en consumos. Aquí, el Picasso se muestra claramente más sediento que el Premacy y además por unas diferencias poco justificables. Casi dos litros más cada cien kilómetros en los recorridos interurbanos y un litro y medio en ciudad ponen en evidencia al Picasso. La quinta más larga le penaliza al tener que «tirar de cuarta» en muchas ocasiones para mantener el ritmo. Como en el resto de apartados pocas diferencias se pueden establecer a la hora de analizar el comportamiento. Ambos presentan una actitud subviradora que se muestra más acusada en el Premacy, cuyo tren posterior apenas conseguimos que se insinúe. El Picasso resulta mucho más ágil en este aspecto. Más receptivo a los cambios de apoyo en conducción rápida resulta más neutro y fácil de inscribir en la curva. Los dos tienen en común una suspensión bien equilibrada y que no se descompone en zonas bacheadas, manteniendo una razonable firmeza y sobre todo un excelente grado de absorción. Los frenos cumplen bien con su cometido, aunque no son un prodigio de potencia. Ninguno ha conseguido bajar de los 80 m. Tampoco es para destacar la resistencia al calentamiento, aunque también en ambos casos las pérdidas de eficacia se producen de manera muy progresiva. Hasta en el precio las diferencias entre ambos son escasas. Además basta echar un vistazo a los respectivos equipamientos para comprobar como se ha puesto especial cuidado en que los posibles compradores no deban gastar dinero extra en opciones. Aquí destacaríamos al Picasso que, aunque sea basándose en opciones, puede disponer de una dotación más completa que el Premacy. Como decíamos al principio, nuestros dos protagonistas presentan una excelente alternativa para los más reacios a las mecánicas Diesel. Las ventajas más significativas frente a estos se centran en una mayor suavidad de funcionamiento, una mayor velocidad punta y un precio de salida inferior. Cuestión de echar cuentas.