Chrysler PT Cruiser 2.0 Touring

Chrysler recupera la tradición de los coches de época con el PT Cruiser, un vehículo que provocará las más encendidas defensas o que levantará los ataques más furibundos pero que nunca dejará indiferente.

Chrysler PT Cruiser 2.0 Touring
Chrysler PT Cruiser 2.0 Touring

O estás a favor o estás en contra. Con el PT Cruiser ocurre lo mismo que con la moda vanguardista, el arte abstracto o la música "new age": o te gusta o lo odias, no hay término medio. Es como un jugador de fútbol, sobre el que todo el mundo tiene "patente de corso" para opinar sin conocerlo, simplemente basándose en un criterio estético y puramente subjetivo. El modelo de Chrysler es algo más que un coche bonito o feo, es una declaración de intenciones, es el desarrollo de una filosofía comercial basada con la estética y con el recuerdo que entronca directamente con otros modelos del mercado como el Mini o el New Beetle. Y es que el PT Cruiser evoca a un coche de época, a la era dorada de los "hot road", con unos pasos de rueda abultados que se unen, longitudinalmente, a través de unos embellecedores laterales semejantes a los estribos laterales desde donde los gangsters de las películas y de la vida real disparaban sus balas plateadas. Su perfil redondeado deja ver la mayor altura del segundo volumen, respecto al primero, lo cual desempeña un aspecto fundamental a la hora de comentar la versatilidad y habitabilidad del modelo.

El morro es lo que más llama la atención. El capó se va estrechando paulatinamente hasta adoptar una forma casi afilada, mientras que los grupos ópticos quedan integrados en los pasos de rueda delanteros, otorgando al PT Cruiser una estética, por un lado, agresiva y, por el otro, maciza. La parrilla, dividida en dos partes por el parachoques delantero, culmina la imagen sofisticada del coche. La parte trasera mantiene el diseño de formas curvas con una quinta puerta que cae, de manera transversal a la plataforma, desde el punto más alto del techo. En realidad, es un portón trasero huérfano de adornos, si exceptuamos el acertado acabado de la cerradura con la enseña de la marca sobre ella, que da paso al espacio diáfano de un maletero de 345 litros. Una práctica bandeja, con cinco posiciones distintas, permite aumentar la capacidad de carga, aunque restando visión al conductor. Además, la solución de los asientos traseros, primero abatibles y después extraíbles, contribuyen a la creación de un espacio muy funcional. Las recias manillas de las puertas laterales, la sólida carrocería y las anchas ruedas proporcionan una sensación de robustez que, una vez que entramos al interior desaparece por completo. La calidad de los plásticos utilizados en el salpicadero y consola central contrastan con lo apreciado exteriormente. A ello, se añaden ciertos aspectos, como la falta de reloj y el difícil acceso y manejo de algunos mandos, como los elevalunas eléctricos, los botones de la radio o el interruptor del desempañador, que difícilmente tienen explicación. No se entiende cómo estos descuidos u olvidos tan patentes pueden convivir con soluciones de acabado deliberadamente buscadas. Por ejemplo, la sencillez de la palanca de cambios, rematada por un pomo de plástico con clara intención evocadora de vehículos de época, podrá gustar o no, pero es comprensible. La dificultad para manipular la radio no tiene explicación.

Por lo que a cotas de habitabilidad respecta, aquí los ingenieros de Chrysler sí que han hecho un buen trabajo. La elevación de la altura externa hasta los 160 centímetros -el punto culminante está en la zona trasera- y los 4,28 y 1,7 metros de largo y ancho alcanzados tienen su fiel reflejo en el interior, de tal modo que cuatro personas adultas viajarán cómodamente y cinco se las podrían apañar. La falta de confort vendría impuesta por otras variables, ajenas al espacio habitable. El mullido de los asientos en la versión probada, la Touring, aunque no sujetan muy bien, confirman el buen hacer observado en otros modelos del fabricante estadounidense en este apartado. Esta falta de agarre es notablemente más apreciada en curvas y a ritmos "alegres", especialmente en las plazas traseras, cuyos pasajeros pueden llegar a experimentar una sensación de ir suspendidos en el aire.

Lejos de lo que su poderoso y alargado frontal pudiera presagiar, la visibilidad delantera desde el puesto de piloto es aceptable. Es el pequeño cristal posterior y la elevada altura de las plazas los que dificultan la visión trasera, obligando a ser más cuidadoso en la conducción y a recurrir continuamente a los espejos retrovisores, cuyas lentes amplían el campo de visión.

O estás a favor o estás en contra. Con el PT Cruiser ocurre lo mismo que con la moda vanguardista, el arte abstracto o la música "new age": o te gusta o lo odias, no hay término medio. Es como un jugador de fútbol, sobre el que todo el mundo tiene "patente de corso" para opinar sin conocerlo, simplemente basándose en un criterio estético y puramente subjetivo. El modelo de Chrysler es algo más que un coche bonito o feo, es una declaración de intenciones, es el desarrollo de una filosofía comercial basada con la estética y con el recuerdo que entronca directamente con otros modelos del mercado como el Mini o el New Beetle. Y es que el PT Cruiser evoca a un coche de época, a la era dorada de los "hot road", con unos pasos de rueda abultados que se unen, longitudinalmente, a través de unos embellecedores laterales semejantes a los estribos laterales desde donde los gangsters de las películas y de la vida real disparaban sus balas plateadas. Su perfil redondeado deja ver la mayor altura del segundo volumen, respecto al primero, lo cual desempeña un aspecto fundamental a la hora de comentar la versatilidad y habitabilidad del modelo.

El morro es lo que más llama la atención. El capó se va estrechando paulatinamente hasta adoptar una forma casi afilada, mientras que los grupos ópticos quedan integrados en los pasos de rueda delanteros, otorgando al PT Cruiser una estética, por un lado, agresiva y, por el otro, maciza. La parrilla, dividida en dos partes por el parachoques delantero, culmina la imagen sofisticada del coche. La parte trasera mantiene el diseño de formas curvas con una quinta puerta que cae, de manera transversal a la plataforma, desde el punto más alto del techo. En realidad, es un portón trasero huérfano de adornos, si exceptuamos el acertado acabado de la cerradura con la enseña de la marca sobre ella, que da paso al espacio diáfano de un maletero de 345 litros. Una práctica bandeja, con cinco posiciones distintas, permite aumentar la capacidad de carga, aunque restando visión al conductor. Además, la solución de los asientos traseros, primero abatibles y después extraíbles, contribuyen a la creación de un espacio muy funcional. Las recias manillas de las puertas laterales, la sólida carrocería y las anchas ruedas proporcionan una sensación de robustez que, una vez que entramos al interior desaparece por completo. La calidad de los plásticos utilizados en el salpicadero y consola central contrastan con lo apreciado exteriormente. A ello, se añaden ciertos aspectos, como la falta de reloj y el difícil acceso y manejo de algunos mandos, como los elevalunas eléctricos, los botones de la radio o el interruptor del desempañador, que difícilmente tienen explicación. No se entiende cómo estos descuidos u olvidos tan patentes pueden convivir con soluciones de acabado deliberadamente buscadas. Por ejemplo, la sencillez de la palanca de cambios, rematada por un pomo de plástico con clara intención evocadora de vehículos de época, podrá gustar o no, pero es comprensible. La dificultad para manipular la radio no tiene explicación.

Por lo que a cotas de habitabilidad respecta, aquí los ingenieros de Chrysler sí que han hecho un buen trabajo. La elevación de la altura externa hasta los 160 centímetros -el punto culminante está en la zona trasera- y los 4,28 y 1,7 metros de largo y ancho alcanzados tienen su fiel reflejo en el interior, de tal modo que cuatro personas adultas viajarán cómodamente y cinco se las podrían apañar. La falta de confort vendría impuesta por otras variables, ajenas al espacio habitable. El mullido de los asientos en la versión probada, la Touring, aunque no sujetan muy bien, confirman el buen hacer observado en otros modelos del fabricante estadounidense en este apartado. Esta falta de agarre es notablemente más apreciada en curvas y a ritmos "alegres", especialmente en las plazas traseras, cuyos pasajeros pueden llegar a experimentar una sensación de ir suspendidos en el aire.

Lejos de lo que su poderoso y alargado frontal pudiera presagiar, la visibilidad delantera desde el puesto de piloto es aceptable. Es el pequeño cristal posterior y la elevada altura de las plazas los que dificultan la visión trasera, obligando a ser más cuidadoso en la conducción y a recurrir continuamente a los espejos retrovisores, cuyas lentes amplían el campo de visión.