Ford Thunderbird

Nacida allá por 1954, la leyenda del Thunderbird vivió ininterrumpidamente hasta 1997, momento en que su hálito vital desapareció. El nuevo Thunderbird, recién aparecido, trata de recrear aquellos apasionantes modelos en un entorno mucho más competitivo.

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Thunderbird, el pájaro invisible que con sus alas trae la tormenta y el agua al desierto yermo, vuelve a volar con energía tratando de ganar el corazón nostálgico de miles de norteamericanos. Para nosotros, europeos, el ave mitológica y su saga automovilística son objeto de menor culto, pues su vivificadora actividad no era tan seguida por estos lares.

Del primigenio biplaza deportivo, la historia de Thunderbird prosiguió con descapotables, sedanes y múltiples estilos de carrocería, hasta un total de 42 evoluciones a lo largo de su primera etapa de vida. El heredero recién nacido elige la forma de un biplaza descapotable, que acoge buena parte de los guiños estéticos del original, incluyendo un techo de lona, ahora extensible eléctricamente y que se recoge tras los asientos de forma poco estética, pues es necesaria la nada fácil instalación de un cubrecapota para alejar de la vista el esqueleto metálico. Como en cuestiones estéticas no solemos entrar, únicamente mencionar las limpias líneas que caracterizan la carrocería, con ciertos toques de garra como la cegada toma de aire sobre el capó, la gran parrilla dominante en el frontal o las mínimas branquias elevadas casi al borde de la línea de cintura. Ésta es descendente, lo que lleva hasta una zaga muy estilizada, generadora de un sucinto maletero, que no llega a los 200 dm3 pese a la longitud del coche, unos nada recortados 4,74 metros.

El Thunderbird es un modelo creado y pensado para Estados Unidos, al menos esa ha sido nuestra impresión y que debe tenerse en cuenta cada vez que se toma su volante. Su motor de ocho cilindros en V, 4 litros y 280 CV ya nos muestra este indicio. Su funcionamiento es de lo mejor que encontramos en este modelo y asegura siempre un empuje nítido y capaz, pese a que otros elementos del coche no le acompañen en su nivel de eficacia. La fuerza es transmitida a las ruedas traseras, con la inclusión de un control de tracción para evitar sustos por la aplicación distraída de los casi 40 kgm de par que entrega su imponente V8.

Lamentablemente, el funcionamiento de este sistema va bastante más allá de lo denominado intrusivo, cortando el aporte de fuerza del motor mucho más allá de lo imprescindible en el tiempo, generando un parón del coche exagerado. Como no podía ser de otra manera en un modelo norteamericano, el cambio es automático, y de cinco relaciones. Bien. Su funcionamiento es suave —bien—, pero poco más. La gestión electrónica parece de las primeras generaciones y si lo utilizamos manualmente para reducir marchas, con el objetivo de ayudar a los frenos, ha de tenerse cuidado, en particular, al llegar a segunda, pues si enclavamos esta relación, la tardanza a actuar es exasperante y la brusquedad con que lo hace tiende a bloquear las ruedas traseras. En fin, mejor ni tocarlo, como deben tener muy claro allende el Atlántico.

¿Ayudar a los frenos? ¿Con discos ventilados en las cuatro ruedas y de 300 milímetros de diámetro en las delanteras? Pues sí. Parece mentira, pero este magnífico equipo a primera vista no aguanta un trato medianamente exigente. A la tercera o cuarta frenada intensa, nos avisa con más que perceptibles vibraciones que no vamos por el buen camino, de forma que, ralentizar es el verbo a conjugar cuando se nos altera un poco el ritmo cardíaco.

¿Y para viajar? Bueno, nunca —excepto en las road movies de Hollywood— un descapotable ha sido el vehículo indicado para largos viajes y más con este exiguo maletero. Pero hay que reconocer que si un capítulo destaca en este T-bird, como les gusta a los entendidos estadounidenses llamar amigablemente a los Thunderbird, es el confort de marcha. Su habitáculo es amplio para dos plazas y los asientos ofertan una combinación de buenas formas y mullido acogedor, que proporciona una comodidad poco habitual en este tipo de coches. La posición al volante es más que buena y el soso salpicadero acompaña con una actuación racional de los mandos más habituales. Sobre la carretera, destaca la suavísima amortiguación, que potencia el confort —podríamos encaramar a este Thunderbird al podio de los descapotables más confortables— pero limita sus posibilidades. De hecho, sus maneras sobre zonas onduladas pueden llevar a personas no habitualmente sensibles a saborear la amarga frontera del mareo si el ritmo de marcha sobrepasa la velocidad contenida. Esta suavidad viene bien al monocasco, que pese a sobrepasar las 1,7 toneladas de peso, muestra unas vibraciones acusadas, particularmente en la zona del marco del parabrisas, cuando el firme de la carretera no es del todo liso.

Al final de nuestra toma de contacto, si algo nos quedó claro es que este Ford Thunderbird está desarrollado para un entorno muy específico, que correspondería con las normas y hábitos de los moradores del norte de América, su amor por el paseo motorizado —u obligación policial, según se vea— y el bronceado a bordo del automóvil. Si llega a nuestras tierras, teniendo en cuenta como se conciben los cabriolets en este continente, tendría que experimentar una profunda remodelación para competir con ellos. Sin duda, los sueños son muy diferentes a ambos lados del Atlántico.