Parece que fue ayer, pero ya han pasado 14 años desde que Mini, ya en manos de BMW, reedito su popular utilitario con un éxito sin precedentes; que otras marcas han tratado de imitar como Volkswagen con su Beetle o Fiat con su 500.
Su estética y posibilidades de personalización han sido sus principales ganchos, pero lo cierto es que desde entonces, igual que lo hizo el modelo primigenio en 1959 concebido por Alec issigonis, ha enamorado también por otros aspectos. Como el de su dinamismo, con una conducción que como bien remarca la firma inglesa se asemeja a la de un kart, que apasiona a los que les gusta conducir pero que puede llegar a cansar por su firmeza a los que no dan capital importancia a este aspecto y sí al confort.
En su tercera generación el Mini se vuelve más práctico que nunca —dentro de sus limitaciones— con la clásica carrocería de tres puertas y una de cinco, que por 900 euros adicionales cuenta con una 16 cm más de longitud y una batalla 7 cm mayor; lo que redunda en un habitáculo más espacioso y un maletero que cubica 65 litros más según nuestras mediciones.
El Mini, tan bonito como funcional
En su interior, ajustes y calidad de materiales brillan a gran altura, pero puede haber muchas diferencias de aspecto visual entre unidades básicas y otras muy bien equipadas. No en vano, el equipo de audio de serie presenta en el reloj de la instrumentación central —el velocímetro pasa definitivamente a situarse tras el volante— una pantalla monocromo de cuatro líneas frente a las de color de 6,5” y 8,8” opcionales.
Pese a sus dimensiones exteriores, el Mini acoge muy bien a conductores de gran talla, mientras su ergonomía satisface a un percentil de la población muy amplio; aunque son más cómodos los automáticos que los manuales, pues como en otros BMW el recorrido del pedal de embrague es demasiado amplio. La variante de tres puertas adolece de falta de espacio tanto en sus plazas traseras, con sólo 65 cm para las piernas, como en el maletero, que se puede ampliar, ligeramente con los dos puntos de inclinación de los respaldos traseros, o abatiéndolos por completo. Además, su suelo se puede situar a dos alturas para compartimentar la carga. Con esto, resulta mucho más versátil la carrocería de cinco puertas, que de verdad puede acoger a cuatro adultos. A cinco imposible, pese a que sí esté homologado para ello, a diferencia del 3 puertas. Falta anchura y la plaza central es de dimensiones mínimas, a pesar de ganar 3 cm. Su puerta, con 80 cm, es muy pequeña, pero abre un hueco y en un ángulo que deja espacio para acceder con cierta holgura. Además, su maletero, con 270 litros, sí tiene una buena capacidad.
El Mini, no muy equipado pero con muchas opciones
La relación precio/equipamiento de los Mini de 3 y 5 puertas es bastante desventajosa, con elementos tan necesarios (y baratos) como el Bluetooth, los sensores de luz y lluvia, el control de crucero o los faros antiniebla en la mayoría de casos en la lista de opciones. Eso sí, sus posibilidades, ya sea en los apartados de seguridad, confort o, simplemente, decorativos resultan tan extensas que será muy difícil ver dos unidades iguales. Aquí es donde se desmarca de todos sus rivales, con una amplísima oferta, aunque sea a costa de un suma y sigue en la factura final.
En el primer apartado puede ser interesante recurrir al paquete «Driving Assitant», que por 1.000 euros incluye control de crucero adaptativo por cámara, lector de señales, cambio automático entre luz larga y de cruce y asistente de frenada automática en ciudad entre 15 y 60 km/h. El «Driving Modes» (180 €), con tres programas de uso que modifica la respuesta de acelerador, dirección, cambio y amortiguación, lo vemos más interesante si se combina con la suspensión adaptativa DCC (500 €).
El Mini, con motores de 3 y 4 cilindros
Tanto en Diesel como en gasolina, todos los propulsores disponen de turbocompresor e inyección directa. En los One y Cooper, ya sean Diesel o gasolina, se recurre a una mecánica de tres cilindros en línea que sobresale por su suavidad y contenido nivel de vibraciones, tanto que puede pasar como por un buen cuatro cilindros, sin esas molestas vibraciones al ralentí típicas de esta arquitectura. Algo que sorprende muy gratamente, especialmente en los One D (95 CV) y Cooper D (116 CV), que sobresalen por sus bajísimos consumos y, en el Cooper D, también por una contundente respuesta desde 1.200 rpm. El del Cooper (136 CV) se siente más deportivo que el de la anterior generación, mucho más lleno a cualquier régimen. En los Cooper S (192 CV), John Cooper Works (231 CV) y Cooper SD (170 CV) ya cuenta con motores tetracilíndricos de 2 litros, muy deportivo y rápido en los dos primeros e incansable rodador, y también muy rápido, el segundo. El cambio es manual de 6 velocidades de serie en todas las versiones, con un dispositivo que adapta automáticamente el régimen de giro del motor al de las ruedas para que las reducciones sean más suaves, mientras que en opción, para todos salvo para los One de 75 CV y One D, se ofrece un automático de 6 velocidades que sobresale más por su suavidad que por su rapidez.
El Mini, tan divertido como un kart
Tras su diseño, es lo más valorado por el cliente de Mini. Se trata de un coche de una agilidad suprema y una gran precisión a las órdenes que el conductor envía desde el volante; con una dirección eléctrica de buen tacto y guiado. Su amortiguación es muy firme, no tan seca como en los primeros Mini, pero el confort aún está contemplado en un segundo plano. Por ello, no conviene, en ningún caso, escoger las llantas opcionales de 18” e incluso con las de 16” es con las que pensamos alcanza el mejor compromiso confort/eficacia. Eso sí, pese a tomar los virajes a gran velocidad el Mini siempre gira plano, con balanceos tanto en curva, como al acelerar o frenar muy contenidos. Siempre con un tren delantero muy obediente y un trasero que ayuda a cerrar los virajes si jugamos con la transferencia de masas a base de acelerador. Esta actitud, que gusta a muchos conductores, en ocasiones puede desconcertar a los nóveles, pensando que denota cierto nerviosismo, si bien al límite, que está muy alto y no se coarta bruscamente por las ayudas electrónicas, resulta predecible y fácil de corregir. La mayor batalla en el cinco puertas le otorga un aplomo ligeramente mayor, al tiempo que hace algo más progresivos sus movimientos sin una merma perceptible en cuanto a agilidad.
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