Las modas pueden coger a contrapié a muchos fabricantes que no han tenido la visión de prever los gustos que la clientela va a demandar en tiempos inmediatos. Citroën es uno de ellos y, en general, ha tardado en comprobar las tendencias afectivas hacia los todocamino y, en un caso particular, a las berlinas con aspecto y orientación hacia el uso en variados terrenos. Ahora trata de compensarlo en toda su gama y, además del anuncio de una nueva versión del reciente C1 —Urban Ride—, ya ha introducido el CrossTourer en su gama grande, derivado del C5 familiar. La evolución sobre éste se centra, en particular, en unos apliques estéticos en las aletas y en las consabidas barras sobre el techo.
En su apartado técnico, las novedades no son extensas, pues posee la suspensión HIdractiva III , capaz de hacer variar la distancia al suelo desde la normal, en dos niveles más elevados, lo que le permite solventar los problemas generados a la hora de sobrepasar obstáculos. La primera de ellas se sitúa 6 centímetros por encima de la altura normal, mientras que la más elevada sube un par de ellos más. Estos dos escalones traen consigo una limitación obligada de velocidad del CrossTourer, a 40 km/h en el nivel intermedio y a 10 km/h en el superior. Ello viene dado, entre otros factores, porque según el tipo de suspensión seleccionado, cuanto más elevado circula, menos capacidad de absorción dispone. Este sistema hidroneumático también hace descender la carrocería cuando el C5 circula a alta velocidad y ve mejorada su eficacia y motricidad en situaciones de mala adherencia gracias a un sistema de control de tracción inteligente, que modula su respuesta en función del agarre disponible.
Comodidad
Esta característica técnica no sólo afecta positivamente a la circulación sobre zonas no asfaltadas, sino que también ayuda a la introducción de carga en el maletero, pues el usuario puede hacer descender la carrocería mediante el mismo mando, situado tras la palanca de cambios, casi en medio de los dos asientos delanteros. Otro elemento que afecta al confort, aunque en otra faceta bien distinta, es la adopción de asientos delanteros con masaje.
Como rival directo hemos situado al Opel Insignia Country Tourer, un modelo que para enfrentarse a situaciones más complicadas que el mero asfalto seco se ve dotado de un sistema de tracción total acoplable. Esto es, que mientras rueda por zonas que no generan pérdidas de motricidad destina al tren delantero el trabajo de impulsar al vehículo. Cuando la adherencia baja y se pierde agarre, un embrague intermedio, situado entre los dos trenes de ruedas, transfiere el par necesario a las ruedas traseras, en función de las exigencias puntuales. Además, entre las propias ruedas traseras se implanta un diferencial autoblocante, que transmite a la rueda con más adherencia el par que se pierde por la otra al girar sin agarre. Este sistema, sin duda, genera unas capacidades de uso y seguridad superiores a las del Citroën a la hora de enfrentarse a superficies deslizantes, como agua, barro, nieve, etc. Si se trata de sobrellevar el paso sobre terrenos irregulares, ahí no puede ayudar al problema principal del Country Tourer, que es la altura libre al suelo —sólo 145 milímetros—, dado que su ligera mayor separación del firme frente a un Insignia Sports Tourer —vamos, la versión familiar pura y dura— viene dada, exclusivamente, por la monta de ruedas, en este caso unas 235/50-18, cuyo flanco más alto le otorga esos escasos milímetros de diferencia. Quizás, en conjunto, el Opel posee una capacidad de utilización superior en todo tiempo y terreno, mientras que el Citroën se enfrenta mejor a zonas de superficie muy irregular o escalones más altos.
Otro tema es entrar en el capítulo del confort de uso. Ambos poseen suspensión de flexibilidad variable, con tres niveles en el Opel y dos en el Citroën. Si buscamos confort, sin duda, la Hidractiva III es imbatible hoy en día, aunque sólo tiene un pero y éste se encuentra en los cortados bruscos, donde la rueda se descuelga con cierta rudeza. El Opel disfruta de tres niveles, donde el primero busca el confort en grado máximo, un intermedio que vale perfectamente para un uso global y un dinámico que potencia no sólo la firmeza de suspensión, sino también otros parámetros mecánicos y de bastidor.
Extremos
La configuración de ambos modelos guarda planteamientos extremos a nivel de equipamiento. En el Citroën, la dotación de serie es muy amplia, incluyendo el sistema de navegación eMyWay, el amplio techo panorámico de cristal o la cámara de marcha atrás como detalles distintivos, dejando exclusivamente las distintas pinturas como elementos opcionales a pagar aparte. Sus asientos deportivos son espectaculares en su presentación y vienen equipados con masaje, aunque el reglaje de su adaptación al usuario es manual. Para nuestro gusto, el respaldo podría ser, todavía, un poco mejor. En el Opel, el conductor disfruta de regulación eléctrica en altura de su asiento, cuyo diseño es, a nuestro juicio, incluso mejor que los del modelo francés. La habitabilidad en ambos modelos es similar, aunque en el C5 hay un poquito más de espacio de forma global. Es en el maletero donde el modelo alemán da un pequeño paso atrás, pues aunque dispone de un hueco de 40 litros de capacidad bajo su piso, en conjunto, la ventaja del Citroën es sensible en un apartado tan importante cuando de carrocerías de corte familiar hablamos.