Viaje al centro del Rally París-Dakar

Han caído en sus encantos príncipes y reyes, campeones de Le Mans, nadadores, esquiadores e, incluso, reinas de la belleza. Ha sido amenazado por guerrilleros, terroristas y bandoleros. Ha surcado dunas, ha desfilado ante pirámides y se ha atrevido a avanzar entre campos sembrados de minas. Llega desde los Campos de Marte hasta el Lago Rosa y no hay quien le pare. Es el Rally París-Dakar.

Muchas cosas han cambiado desde que en 1979 el primer "Dakar" salió de París. De los 160 vehículos que compitieron entonces se ha llegado a los 600 participantes, que son acompañados por más de 100 voluntarios, 17 aviones y 8 helicópteros, 100 periodistas y 150 toneladas de comida, toda una gran caravana. Pero, a pesar de todo, el riesgo y la aventura se mantiene en esta XXIII edición como en el primer día. Ideado por Thierry Sabine, el Rally París-Dakar ha arrancado en el nuevo siglo amenazado. El Frente Polisario ha amenazado a la organización con boicotear la carrera y dar por terminada la tregua militar con Marruecos que mantiene desde 1991. Un nuevo reto para una prueba que va más allá de lo deportivo. Hijo de un dentista parisino, Thierry Sabine ideó esta competición mientras se encontraba perdido en el desierto del Ténéré. Participaba en el Abjider-Niza, un rally organizado por Jean Claude Berttrand, y estuvo tres días vagando hasta que le encontró una avioneta al borde de la deshidratación. Desde entonces, recordar a Thierry Sabine y al desierto del Ténéré es obligatorio en cualquier "Dakar". Thierry Sabine participó en cinco París-Dakar. Con su larga barba blanca, era apodado "el Profeta" y su sentido de la orientación era más fiable para los participantes que las mismas brújulas. Murió en un accidente de helicóptero en la edición de 1986, cuando intentaba reagrupar a los participantes en una intensa tormenta de arena. El Ténéré, en Níger, es un enorme desierto de 600 kilómetros en medio de la nada. Los tuaregs lo denominan "el desierto de los desiertos" y es el corazón del rally. Más famoso que el desierto es un árbol solitario en su superficie que los competidores ansiaban ver, porque indicaba que la jornada de descanso de Agades estaba muy cerca. Un conductor borracho arrolló el legendario árbol y, en su lugar, se erigió una escultura metálica que resplandece con los rayos del sol y se ha convertido en un faro en medio del mar de arena