Pesimismo y reproche. Así podría definirse el duro fin de semana de negociaciones que han tenido los implicados en el caso Seat: sindicatos, Generalitat y Gobierno central. Andreas Schleef -presidente de automovilística- es un hueso duro de roer.
El presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, le ha recordado que, hace tan sólo un año, el entonces dirigente de Seat y ahora presidente del grupo Volkswagen (Bernd Pischetsrieder) reiteró que la capacidad productiva de Martorell se mantendría intacta; una promesa que ha quedado en nada tras el anuncio de que Seat enviará un 10 por ciento de la producción del Ibiza a Bratislava (Eslovaquia).
Tampoco ha servido la mediación de Josep Piqué -ministro de Ciencia y Tecnología-. Como ya aseguró Schleef hace once días, la decisión es "irrevocable", aunque Piqué le ha contestado que el grupo Volkswagen tiene la "obligación" de "definir con absoluta claridad cuáles son sus planes de futuro para las plantas que tiene en España".
Schleef -un jurista alemán que ha desarrollado gran parte de su larga carrera profesional en los departamentos de Recursos Humanos- muestra una tozudez un poco chocante con su carácter, aunque, eso sí, se van conociendo las razones ocultas del directivo alemán: justo dos días antes del anuncio de Seat, la Unión Europea permitía que el Gobierno eslovaco comience a aplicar una exención fiscal de hasta el 30 por ciento para las inversiones de las empresas del automóvil.
La caja de Pandora se ha abierto y los expertos temen que los países del Este absorban parte de nuestra producción industrial. Este temor también es compartido por el mismo Jordi Pujol, quien ha señalado que la decisión de Seat sea sólo el inicio de una serie de inversiones que Cataluña perderá hacia Eslovaquia, Hungría o República Checa.
Por eso, el presidente de la Generalitat ha anunciado que impulsará un grupo de trabajo entre la administración, los sindicatos y las patronales de la automoción, para "tener capacidad de reacción" ante situaciones como las vividas en Seat.
Bratislava, un filón al pie de los Cárpatos
Mientras que España y otros países comunitarios se encuentran con las manos atadas a la hora de conceder ayudas económicas a las multinacionales, Eslovaquia acaba de recibir un cheque en blanco de la Unión Europea: podrá otorgar exenciones fiscales por valor de un 30 por ciento de las inversiones de las empresas automovilísticas en nuestro país.
Si a estas ayudas les sumamos las condiciones laborales del país, Eslovaquia se convierte en todo un filón para los fabricantes de coches. El salario medio de un trabajador de la factoría de Volkswagen en Bratislava es de 26.000 coronas (619 euros, algo más de cien mil de las antiguas pesetas). Este dinero -muy por debajo de los salarios europeos- es todo un chollo en un país que sufre una tasa de desempleo del 19 por ciento.
Además, Bratislava se encuentra más cerca de los principales mercados de la marca que la fábrica de Martorell. Así, el goteo de productos VW a dicha planta ha sido constante desde 1993, año en que dejó de ser una fábrica exclusiva de Skoda. Primero fue el Passat, luego el Golf, más tarde el Polo (en lo que se consideró una especie de castigo a la planta navarra de Landaben) y ahora le ha llegado el turno a los modelos de Seat.
No sólo se encargará de montar los productos estrella del grupo, sino que también recibirá alguno de los más exclusivos: así, Bratislava fue seleccionada como fabricante del Touareg, el nuevo vehículo todo terreno de Volkswagen.