¿Medios de transporte u obras de arte?

La pasada edición de Arco, la Feria del Arte Contemporáneo de Madrid, fue testigo de un acontecimiento poco usual: un coche de serie se presentaba como si de una obra de arte más se tratase. Era el Renault Avantime, la última apuesta de futuro de los diseñadores de la casa francesa. Pese a lo extraño del acto, no es la primera vez que algún vehículo entra en un espacio reservado al arte. El Guggenheim de Bilbao acoge desde hace poco una exposición de motocicletas y, en 1998, el Reina Sofía de Madrid exhibía coches y motos como parte de una muestra dedicada al diseño industrial. ¿Por qué esta constante atracción entre coches y arte?

Esos coches pintados de la colección BMW no son más que una consecuencia lógica de una relación que tiene otra vertiente fundamental. Si importante es el coche como motivo y soporte de la obra de arte, más importante es, si cabe, como obra de arte en sí mismo. Ya desde los primeros tiempos, los ingenieros se dan cuenta de que esa máquina que fabrican es algo más que una máquina. Pierre Theberge, director del museo de Bellas Artes de Montreal, señala que el automóvil fue desde el principio un objeto de arte y diseño, y un producto de la imaginación y la creatividad de inventores, constructores, ingenieros y diseñadores alrededor del mundo. Pero, además de mover la fantasía de los creadores, los coches reflejan el espíritu de su época, algo que está en la mente de los creadores.

Esta última teoría, defendida por Theberge, divide los coches en dos tipos. Unos, simples derivados de los carros de caballos, serían los utilitarios, coches con escaso diseño, más funcionales que bellos. Otros serían los que este estudioso define como revolucionarios, vehículos pensados para marcar una época, para quedarse en el subconsciente colectivo como referentes estéticos.

El coche nace en 1886, con el primer modelo autónomo de Karl Benz, padre de la legendaria marca Mercedes. Apenas tres años después, en 1889, sale a la calle el automóvil denominado "La jamais contente, un modelo belga llamado a inaugurar la era del diseño aerodinámico. Este coche era una especie de proyectil cónico aupado sobre un precario bastidor y unas ruedas. Alcanzó la asombrosa velocidad de 106 kilómetros por hora y se concibió para batir records de velocidad. A fe que lo consiguió, pero pasará a la historia porque sirvió como punto de partida para aplicar a los nacientes automóviles criterios artísticos en su concepción.

A partir de ese momento, los coches se convierten en joyas pensadas por artistas del diseño. Es una época propicia para el lujo y los excesos. Los años 10 y los locos años 20 asisten a un incremento imparable de la burguesía. El dinero de estas capas sociales elevadas permite comprar vehículos carísimos. Son los años en los que se asientan las marcas que hoy identificamos con el lujo: Rolls Royce, Mercedes, Bugatti, la mítica Hispano-Suiza, etc. En los talleres de estas marcas se formaron los hombres que todavía hoy imponen las líneas maestras del diseño. Nombres como los de Enzo Ferrari o "Pinin" Farina empezaron a sonar en las cadenas de montaje de las fábricas de Fiat o Buggatti.

De aquellos años hay que destacar modelos que pueden considerarse sin problemas auténticas obras de arte: el "Golden Submarine", de Henry Miller, el Bugatti Royale, el asombroso Mercedes SSK Trossi, trazado en estilo Art Noveau con sus surrealistas alas de murciélago y su envergadura fuera de toda proporción. ¿Y el Rolls-Royce Silver Phantom? Muchos aficionados aseguran que es, sin lugar a dudas, el coche más bonito jamás construido. Claro que otros muchos señalan al Lamborghini Countach, al Ferrari Testarrossa... La reconciliación es tan difícil como poner de acuerdo a los seguidores de Picasso con los fanáticos del pre-rafaelismo.

Con la conversión del coche en un objeto de arte aparece una nueva forma de coleccionismo artístico, el coleccionismo de vehículos. Auténticos idólatras de sus máquinas, los afortunados poseedores de una de estas maravillas clásicas los miman como un bibliófilo puede mimar un incunable. Y no sólo a las máquinas, sino a todo lo que las rodea o las ornamenta. Un ejemplo típico es la preciada estatuilla que corona los radiadores de los Rolls Royce. Este icono, conocido como Espíritu del Extasis, fue diseñado en 1910 por el escultor Charles Sykes y representa la estatua griega "Victoria de Samotracia". Su sola visión se identifica a escala planetaria con belleza, elegancia, inspiración y creatividad. ¿No es, en gran medida, lo que trata de transmitir el arte?

Esa asociación mental es lo que buscan, más modestamente, las presentaciones de coches en espacios reservados al arte, las exposiciones de vehículos en museos y en los automóviles con nombre de pintor, como el Citröen Picasso. Quieren que los compradores se acerquen a sus productos como si lo hiciesen a obras de arte, con la intención de adquirir algo hermoso que sirva para hacer una buena inversión y, al tiempo, prestigiar a su poseedor.