Cursos de conducción: aprender la Ley de Murphy

Es cierto que ninguna norma se cumple a rajatabla, al volante tampoco. Pero mediante diversos ejercicios podemos llegar a comprender cómo se comporta nuestro vehículo ante situaciones límite.

Ojalá siempre fuéramos en línea recta a una velocidad constante, no nos salieran niños corriendo tras pelotas de fútbol, en las autopistas nunca se produjeran atascos, no existieran los cambios de rasante o reinara el sol y nunca helara, pero, desgraciadamente, eso no es así. Un tal Murphy estipuló que, "si algo puede salir mal, saldrá", pero no hay que escudarse en esta pesimista sentencia: nunca hay que darse por vencido al volante y, lo que es más importante, podemos adelantarnos a esta agorera ley. Como hemos dicho, los cursos de conducción intentan "educar nuestras reacciones", es decir, insisten en ciertos gestos y actitudes al volante para que, ante un imprevisto, se reproduzcan de forma instantánea. Generalmente, se desarrollan en uno o dos días y comprenden una parte teórica y otra práctica. En la primera de ellas, los alumnos reciben información sobre el comportamiento del vehículo en situaciones críticas, la posición de conducción más adecuada y el funcionamiento de los diversos mecanismos que montan los vehículos, ya que el ABS, el EBV, el ASR, el EDS o el ESP no son simplemente unas siglas y su traducción se plasma en la carretera. Eso sí, aunque hacen más seguros los automóviles, ningún dispositivo electrónico puede luchar contra la gravedad.

¿Cómo te comportarías al volante ante una situación arriesgada? Diversos clubs, organismos y marcas intentan "educar nuestras reacciones" para enfrentarnos a los imprevistos de la carretera. Frenar bruscamente en la autopista ante un atasco, controlar el vehículo sobre superficie helada, trazar las curvas de la manera más segura... En la mayoría de los casos, la física es previsible y se puede dominar. Según la Dirección General de Tráfico, ocho de cada diez siniestros son provocados por lo que ellos denominan "fallo humano", es decir, por nuestra imprudencia, nuestra falta de pericia o nuestro desconocimiento del vehículo y de la carretera. Los cursos de conducción no intentan convertirnos en pilotos de competición (hay programas más destinados a una práctica deportiva), ni tampoco pretenden enseñarnos a conducir (tarea de las autoescuelas), sino enfrentarnos a situaciones límite para que comprendamos cómo se comportan los distintos vehículos y por qué.