A veces, lo importante no es llegar

Arranca el verano, el mejor momento para viajar por algunas de las carreteras más sorprendentes del mundo: la Ruta 66, que recorre EE.UU. de costa a costa; la Arniko Highway (la autopista hacia el cielo, en el Tíbet); un descenso no apto para cardiacos en Bolivia y un maratón por la Eyre Highway australiana.

Desde La Paz hasta La Cumbre, su recorrido es muy suave, pero, a partir de este punto (a 4.600 metros de altitud), se inicia el descenso. La carretera es estrecha, encorsetada entre la montaña y el abismo, rodeada de vegetación que oculta el límite de la vía, un camino que los coches han ido ganando a los rebaños de llamas.

En apenas 90 kilómetros, se llega a Coroico, una población a 1.750 metros de altitud. La carretera de los Yungas es una "montaña rusa" perdida en la selva. Se trata de un terreno trepidante que, por si fuera poco, frecuentan camiones cargados de leña en muy mal estado. Esta carretera, además de fomentar las habilidades del conductor, estimula sus supersticiones. Antes de iniciar el viaje, hay que coger trozos de pan para dárselos a los perros del camino, ya que son considerados los representantes de "los achachillas", los espíritus de las montañas. También hay que hacer una particular ofrenda - alcohol - y, ante cada cruz del camino, más vale santiguarse, porque señala el lugar de un accidente. El Gobierno boliviano ha establecido un turno para utilizar la carretera (sólo se puede circular en una dirección por la mañana, mientras que, por la tarde, se abre el sentido contrario), pero es una vía muy transitada, ya que es la única que une la capital y la zona de los Yungas, donde se asienta una importante industria maderera y grandes plantaciones de coca.

Según el Banco de Desarrollo Interamericano, la carretera de los Yungas, que une el altiplano con la zona subtropical de Bolivia, es "la más peligrosa del mundo". En apenas dos horas de trayecto se salva un desnivel de 3.000 metros, una bajada a tumba abierta entre curvas y desfiladeros.