A veces, lo importante no es llegar

Arranca el verano, el mejor momento para viajar por algunas de las carreteras más sorprendentes del mundo: la Ruta 66, que recorre EE.UU. de costa a costa; la Arniko Highway (la autopista hacia el cielo, en el Tíbet); un descenso no apto para cardiacos en Bolivia y un maratón por la Eyre Highway australiana.

Durante siglos, el Tíbet, el país de los lamas, ha estado vetado a los occidentales; ahora, acceder a él tampoco es sencillo, al menos por tierra. La Arniko Highway es la única carretera de acceso a Lhasa, la capital del reino. Parte de Kathmandú (Nepal) y sube a más de 5.200 metros, acariciando las nieves eternas del Himalaya (es considerada la carretera más alta del mundo). La denominación de "Highway" (autopista) es anecdótica, ya que, en alguno de sus tramos, no caben dos camiones y sólo sus 60 primeros kilómetros, hasta Barbarise, están asfaltados. En julio y agosto, las lluvias cortan la carretera con mucha frecuencia y, al llegar a Kodari (la frontera con Nepal), hay que cambiar de coche, porque los vehículos extranjeros no pueden entrar en el Tíbet. Una vez superados estos inconvenientes - más la falta de oxígeno -, el conductor puede disfrutar de una de las visiones del mundo más bellas, con la cima del Everest en el horizonte y un camino jalonado con banderas, en las que los tibetanos escriben sus plegarias para que el aire se las lleve a los dioses.

Grandes barrancos, desiertos de piedra, altiplanicies esteparias, aldeas de barro... Hay que atravesar un sobrecogedor infierno terrenal para acabar en el Potala, el monasterio que habitó el Dalai Lama hasta la ocupación china, un palacio que los lamas consideran la cuna del paraíso espiritual.