Llevábamos tiempo dando vueltas a cómo ejecutarlo. Y aunque la teoría pueda parecer sencilla, la ejecución siempre está sujeta a ciertos caprichos del azar. El mal tiempo, una carretera cortada en el último momento, una fiesta local no calculada… pueden trastocar el trabajo de meses. Afortunadamente, en este nuestro bautismo en tales lides, la faena ha transcurrido como habíamos planeado. Hasta la previsible lluvia que amenazó durante toda la semana nos dio una tregua.
Aun así, la última palabra la tienen los cuarenta participantes de Motor Clásico Rally 2019, quienes confiaron en un programa diseñado con único fin: disfrutar de los coches, de la conducción y del viaje. Y, por supuesto, de la compañía de unos y otros.
Pese al madrugón que suponía estar a las ocho de la mañana en Boadilla del Monte (Madrid), en la plaza entre el palacio del Infante don Luis y la fuente de los Tres Caños de Ventura Rodríguez, todos acudieron puntuales. Incluso el zaragozano Javier Lamban. A las cuatro de la mañana salió de la capital maña al volante de su Alpine A110 1400, llegó a la hora acordada, se hizo los 200 km de la ruta y a las 21:50 horas envió un mensaje y una foto con el Alpine aparcado en el garaje… en Zaragoza.
La terna reunió Triumph, Mercedes-Benz, Lancia, Toyota, MG, Mini, Alfa Romeo y modelos tan dispares entre sí como un Chevrolet Bel Air Convertible del 55, un Ferrari 330 GT y un Volvo 122. Seat y Seat Históricos apoyaron esta puesta de largo y acudieron con cinco coches: 124 Sport 1600 Coupé, 850 Coupé, 1500 Familiar, 132 2000 y 131 1800 CLX. También Porsche aportó un animado grupo de 911, 944 y 928.
Cada uno pudo rodar a su ritmo –aunque a la postre lo hicieron en grupos- y superar los cinco puertos que incluía la ruta diseñada por la sierra del Guadarrama. Los históricos tramos de Galapagar, Navacerrada, Cotos, Rascafría, La Morcuera –literalmente invadida por recolectores de setas…-, Canencia y Navafría apenas dieron tregua a pilotos y máquinas. Y quien más y quien menos acabaron animándose a avivar el ritmo y arrastraron a otros.
La Granja de San Ildefonso (Segovia) era la meta y allí no faltó ninguno, en tiempo y forma. Quedaba la visita a la Real Fábrica de Cristales y, cómo no, los típicos judiones de la zona. Por nuestra parte, la semilla está plantada, ahora sólo queda regarla periódicamente.
