Está claro que en el nuevo Focus lo más notable, a primera vista, es su remozado frontal, más elegante y que nos recuerda, indefectiblemente, como imagen de marca, a Aston Martin. Sin embargo, lo mejor de esta nueva entrega del modelo del óvalo está más escondido, más alejado del primer vistazo. Siguiendo con la vista, en el interior se aprecia con rapidez que la pantalla central ya dispone de un tamaño digno, exactamente 8 pulgadas.
Además, se han cambiado el diseño y tamaño de los mandos situados en el volante, antes poco prácticos. Ahora, están mejor emplazados pero son demasiado pequeños y se posicionan tan juntos que es fácil errar en la presión y, además, exigen demasiada atención con la vista alejada de la carretera. Ya lejos de lo que con los ojos se puede apreciar con facilidad, ahora el Focus recurre a moquetas más gruesas, cristales laterales de mayor grosor y un acentuado aislamiento del compartimento del motor con el inequívoco objetivo de reducir el nivel sonoro que se vive en el habitáculo.
Renovado Focus
Fuera ya de nuestra percepción, el Focus ha visto modificar el tacto percibido en su conducción mediante una serie de actuaciones mecánicas. Se ha aumentado la rigidez del tren delantero, incrementando la resistencia lateral de los bujes en la suspensión, variando el tarado de los amortiguadores y revisando la geometría de suspensión. Esto, unido a un recalibrado de la asistencia eléctrica de la dirección confiere al modelo del óvalo un tacto de berlina media, dejando al conductor un claro regusto a Mondeo. Y no exageramos, porque hemos tenido ambos vehículos casi al mismo tiempo.
En adición, dispone también de un elaborado sistema de conectividad con un avanzado control por voz, lo que permite actuar sobre el audio, la navegación, la climatización y el teléfono móvil. Como oferta más selecta, dispone de un sistema de aparcamiento semiautomático —aún hay que manejar los pedales— en línea y en batería. Ya sólo con estos elementos, las diferencias con el Mégane son más que notables, aunque hay bastantes más en el portfolio de Ford para el Focus. Nuestro veterano francés vive sus últimos meses entre nosotros, quizás aún una docena, pero su lejano lanzamiento impide a esta plataforma la actualización electrónica que, con toda seguridad, incorporará su sustituto.
Muy digno
Aun así, esta versión Limited del Mégane pelea todavía con fuerza. Cierto es que su presentación no puede igualar la calidad visual del Titanium del Focus, pero mantiene un buen tacto. Su equipamiento, aun siendo generoso, tampoco está a la misma altura a pesar de unos precios tan similares, demostrando Ford que la agresividad de su política comercial es más intensa en su renovado compacto. Abundando en este tema, el Focus dispone de una opción muy interesante a coste cero —vamos que viene de serie—, que son sus grupos ópticos bi-xenón adaptativos, garantes de una visión nocturna de excelente eficacia.
En la conducción, sólo hemos encontrado un pero en lo relativo al confort del Ford. Los respaldos delanteros generan una presión excesiva sobre la parte alta de la espalda aunque, como no nos casamos de repetir, cada cuerpo se comporta de forma distinta frente a una configuración de asientos. Sin embargo, en los asientos delanteros del Mégane nuestra anatomía se adapta a la perfección y no encontramos molestia alguna. La habitabilidad es muy pareja entre ambos, con una ventaja para el Renault en cota de altura trasera y mejor espacio ahí para las piernas de los ocupantes en el Ford. Como en la mayoría de este tipo de berlinas, la homologación para cinco plazas es más teórica que real, a no ser que los tres usuarios de la banqueta trasera sean personas de cuerpo enjuto. La ventaja principal del Renault fabricado en Palencia está en el maletero, con 50 litros adicionales, que siempre vienen bien en este tipo de coches familiares.
Dos galos
En este enfrentamiento entre francés y alemán-estadounidense, hay un traidor. Se trata del motor incorporado en este Focus, de origen PSA, o sea, francés de pura cepa. Con potencias muy similares, casi idénticas, las aceleraciones reflejan esta igualdad casi a la décima. Sin embargo, cuando de recuperar o de adelantar se trata, los desarrollos más largos de transmisión en el Mégane se dejan notar, y claramente, por lo que el Focus se demuestra más ágil en las dos marchas superiores. Esta decisión técnica no se traduce en ventajas drásticas a la hora de consumir combustible, capítulo en el que ambos se mueven a excelente nivel. Modelos de este porte y peso —el Focus se va hasta más allá de los 1.300 kilogramos con el depósito lleno—, con cifras de gasto que, incluso, rebajan los 5 l/100 km en una utilización mixta, entre ciudad y carretera, demuestran hasta donde se está llegando en materia de optimización en el consumo, sin necesidad de excentricidades tecnológicas ni materiales fuera de lo común. Pese a esta similitud en el gasto de combustible, la diferencia del tamaño del depósito, a favor del Renault, hace que su autonomía sea sensiblemente mayor, casi 150 km, que siempre vienen bien cuando de terminar un viaje largo se trata sin realizar una molesta parada extra.
El bastidor del Focus siempre ha estado entre los mejores de su categoría desde la aparición de este modelo, y su pugna con el Golf por el liderato en este campo ha sugerido discusiones entre expertos y aficionados durante unos cuantos años. En su nueva definición, el Focus todavía añade un ingrediente más al calor de este enfrentamiento, el Enhanced Transitional Stability, que anticipa la actuación del control de estabilidad para eliminar, incluso, ese susto que nos altera el ritmo cardíaco cuando «nos tragamos una curva». Se trata de mantener las más altas capacidades dinámicas sin alterar la tranquilidad de la conducción. El Mégane nos ofrece una arquitectura más clásica pero también efectiva, con eje torsional detrás, y además muy bien puesta a punto. Ambos pueden con cualquier trazado rebuscado de carretera, pero el Focus lo digiere con más elegancia. En un análisis global, el Focus juega bien sus bazas de modernidad tecnológica y excelente arquitectura para mostrarse superior al voluntarioso y siempre agradecido Mégane.