"Muy bueno tiene que ser el nuevo Clio R.S. para superar a este 208 GTi". Fue lo primero que pensé cuando me bajé del Peugeot hace ya unas semanas, y ahora ha llegado el momento de enfrentarlos cara a cara. Lo cierto es que la fama precede al Clio R.S., y es que la anterior generación demostró contar con el que quizá era el mejor bastidor disponible entre los pequeños deportivos, toda una referencia que ha dejado el listón muy alto.
Si los ves juntos, el Peugeot 208 GTi parece un modelo muy normal. El Renault Clio R.S. es mucho más agresivo estéticamente, y no digamos con su pintura de guerra amarilla. Por otro lado, las pinzas de freno rojas y las llantas negras de este R.S. delatan la presencia del Chasis Cup opcional y evidencian que estamos ante algo aún más serio que la versión convencional, con suspensión un 15% más dura y rebajada 3 milímetros, junto a una dirección más directa. Veamos si es tan "fiero" como lo pintan.
Esta nueva generación de Clio R.S. tiene que lidiar con un motor turbo mucho más rabioso que el anterior atmosférico, de manera que hay mayor demanda de capacidad de tracción, aunque está muy bien gestionada por un eficaz "autoblocante" electrónico. Además se ha logrado más comodidad de suspensiones —no mucha, no te preocupes—, y es entre 50 y 15 kg más pesado que las diversas unidades del anterior Clio R.S. que han pasado por nuestro Centro Técnico. Por tanto, también era un auténtico desafío mejorarse a sí mismo. En prestaciones puras lo hace, y de forma significativa, basta saber que mejora en nada menos que medio segundo el 0 a 100 km/h, según nuestras mediciones. ¿Y en comportamiento?
Cuesta más hacerse a él que a su antecesor —y que al Peugeot—, pero también resulta más eficaz. Salvando las distancias, este Clio es como un mini Mégane R.S., por lo que ya te puedes imaginar el resto. Sacarle todo el partido no es fácil, a pesar del cambio de doble embrague, y su directísima dirección te obliga a hilar muy fino desde el inicio del giro, así como a calcular la trazada con bastante antelación. Todo está aderezado con una trasera deseosa de deslizar, esperando cualquier provocación, aunque para ello hay que superar primero el alto margen de agarre de los neumáticos, mayor aún que en el 208 GTi, y tener el ESP desconectado (modo Race), o al menos seleccionar la tranquilizadora posición intermedia Sport. Al límite informa menos y sus rápidas reacciones obligan a emplearte más a fondo que en el relativamente neutro Peugeot, en el que desconectar el ESP apenas implica mayor nivel de estrés. Exprimiendo sus bastidores al máximo, la mayor dureza del Clio hace que sea extremadamente preciso, sin rebotes de suspensión y con la carrocería muy sujeta, sin que el comportamiento se degrade lo más mínimo con el paso de los kilómetros. Frente a la facilidad del 208, el tren trasero del Clio hace lo que le pides sin contemplaciones —incluso se coloca en las frenadas—, permitiendo hacer auténticas diabluras, pero requiere mayor nivel de pilotaje y concentración. En tramos revirados el 208 es rapidísimo, pero el Clio lo es aún más. No recuerdo otro coche en el que se me hayan taponado los oídos al terminar de bajar mi puerto de montaña preferido...
Vida interior
La verdad es que ya me había acostumbrado al Peugeot, detallista hasta decir basta, y la primera impresión del habitáculo del Renault Clio R.S. me defraudó un poco, quizá por comparación. Sobre todo esa palanca del cambio de doble embrague, blanda, con largos recorridos al usarlo en modo secuencial —por suerte también hay levas—, posiciones poco marcadas y una imperdonable holgura del gatillo para desbloquearla... Demasiado tacto a plástico también en los elevalunas —salvo el del conductor, el único con bajada y subida automática—, por no hablar del accionamiento de los intermitentes, muy duro en la primera fase del recorrido. Con el tiempo te das cuenta de que son cosas poco criticables en un modelo que ofrece sensaciones cercanas a un coche de carreras, en el que se han invertido los principales recursos en bastidor y mecánica, es decir en deportividad, a pesar de que también lo puedas usar para desplazarte de un sitio a otro. En este caso, el mayor problema será la ausencia de discreción y unas suspensiones muy firmes, pero soportables. Por otro lado, el cambio ofrece un funcionamiento sorprendentemente bueno incluso en modo automático, algo que te libera de cierta tensión en ciudad y cuando hay tráfico —no tanto al aparcar—. Rápido, suave, ni un tirón ni mal modo, y si frenas fuerte ha reducido varias marchas antes de que te des cuenta. Incluso cuenta con función "launch control", además de que las siempre rápidas y "petardeantes" transiciones de marcha se adaptan a los modos de uso Sport y Race brindando aún más inmediatez. Totalmente creíble, ya que sólo en un circuito puede mostrar algún punto flaco.
El Peugeot 208 GTi, por su parte, es mejor utilitario para el día a día, de tacto general y suspensiones más amables, y con un interior muy lujoso para tratarse de un segmento B. En definitiva, más racional, también por precio y consumo. Pero si ahora pudiese escaparme a dar una vuelta con uno de los dos, sería con el Clio R.S.