Representan los dos extremos de la balanza, o al menos eso pretenden. Por un lado, la sofisticación y deportividad del recién llegado Mazda3 en carrocería de 4 puertas, y por otro, lo que debería ser un "aburrido" y racional Skoda Octavia —no hablamos aquí del RS—, más convencional en todo, pero al que no se le puede poner ni una pega en su última edición. No obstante, razón y emoción están más cerca de lo que podría parecer, porque los dos tienen mucho que ofrecer, no sólo como versátiles productos de calidad, sino también en lo que a dinámica de marcha se refiere. ¿Dónde acaban las virtudes de uno y empiezan las del otro?
La primera impresión al subir al Skoda Octavia no le hace justicia. Demasiada sencillez para un coche en el que, si cierras los ojos, te creerás a bordo de una berlina de lujo por la calidad de rodadura, silencio de marcha y tacto general que transmite. Embrague, freno, cambio... todo está tarado de forma precisa, con un refinamiento y accionamiento impecables, más de Audi que de coche generalista. Y lo mismo ocurre con la postura de conducción, ya que en pocos instantes te sientes cómodo. No acaban ahí sus buenos argumentos, pues con esta mecánica se logra una gran suavidad, aderezada con una contundente respuesta desde algo más allá del ralentí. Utilizable a muy pocas vueltas y sin desfallecer en toda la banda de utilización, acabas por acelerar más de la cuenta sólo por darte el gustazo de sentir tanto par disponible y tan buenas maneras.
Propulsores de referencia
Pero si hablamos de motor, el biturbo del Mazda resulta todavía más especial. En este caso, incluso por debajo de 1.000 rpm tiene reservas para acelerar con bastante solvencia y sin un mal modo, casi como un eléctrico. Posiblemente sea uno de los Diesel con más fuerza a tan bajo régimen, y te puedes mover perfectamente siempre por debajo de 2.000 vueltas con increíble desenvoltura. Y si quieres, estira hasta bien pasadas las 5.000 rpm, pero para ello hay que superar una zona media algo menos brillante, o mejor dicho, no tan emocionante y demasiado lineal, con menos garra que su contrincante. Los más de 7 litros de media que había dejado el anterior conductor en el ordenador del Mazda son prueba de sus bondades, y demuestran que en ocasiones es difícil resistirse, quizá por incredulidad, a exprimir una y otra vez esas primeras 2.000 rpm. Cuidando las formas acabarás bajando de los 6 litros sin esfuerzo, incluso en ciudad, gracias en parte a un Stop/Start impecable y muy rápido, que no transmite ni una vibración al arrancar o al parar el motor. Más perceptible y no tan inmediato en la puesta en marcha resulta el Stop/Start del Skoda, a buen seguro menos evolucionado, aunque no funciona nada mal.
Volviendo al motor, el Skyactiv-D 2.2 cuenta también con grandes dosis de refinamiento, incluso en frío, sin embargo, en líneas generales está peor filtrado que el 2.0 TDI del Skoda y transmite un tacto más mecánico, al igual que ocurre con el cambio. Pedales, intermitentes y hasta la palanca que regula el respaldo (es una precisa rueda en el Skoda), no cuentan con la solidez ni el agradable accionamiento de su rival checo. Entonces, ¿qué otros argumentos de peso, además de su avanzada motorización, pone sobre la mesa el modelo nipón?
Cuando llegan las curvas
Con un nombre como SportSedan, no es difícil deducir que la deportividad es una de sus premisas. Ya en el día a día se nota una suspensión algo más firme, sin llegar a resultar incómoda, y sobre todo una dirección más rápida que la del Octavia, gobernada con un volante bastante más pequeño. Requiere más atención al salir de zonas urbanas y circular a mayor velocidad, aunque no deja de ser un coche con mucho aplomo. Esta sensación de dinamismo que recibimos prácticamente al iniciar la marcha crece a medida que nuestro estilo de conducción se va tornando más exigente, y se transforma en un comportamiento de lo más deportivo para tratarse de un modelo de tracción delantera. Una permisiva electrónica, combinada con un ágil tren trasero, hace que se pueda hilar curva tras curva a un ritmo muy elevado, y que podamos "complicarnos" con algún que otro sobreviraje controlado, muy al estilo del primer Mazda6 pero con mayor seguridad, a poco que lo provoquemos. La reactiva trasera está dispuesta a regalarnos diversión, incluso se coloca en fuertes frenadas en apoyo para encarar la curva, aunque también exige cierto nivel al conductor.
Frente al Mazda, el Skoda no te deja jugar tanto con su trasera para modificar la trayectoria, ni te deleita con amplios deslizamientos de su tren posterior, pero a cambio resulta mucho más fácil de conducir. Se siente rápido y ligero, con un tren delantero más preciso que el de su rival, mucha inmediatez de reacciones a nuestras órdenes y una dirección más asistida pero menos influenciada por las aceleraciones —la del SportSedan a veces tiene un retorno algo artificial, o da un leve tirón—. Su eficacia es altísima y al final acabas rodando más rápido que con el Mazda, porque da más confianza. Y con la mayor medida de neumáticos equipados por esta unidad, cuenta con una velocidad de paso por curva muy semejante, si no superior. Quizá no es tan deportivo, pero está muy lejos de ser el coche aburguesado que cabría esperar.
Al final, cada uno ofrece cualidades de lo más convincentes, si bien hay algo verdaderamente ponderable que distancia al Mazda de su rival: su impresionante equipamiento de serie. A igualdad de acabado (superior en ambos) cuenta con elementos tan interesantes como Head-Up Display, apertura de puertas y arranque sin llave, faros bi-xenón, control de ángulo ciego o asistente de frenada en ciudad, todo ello de serie. Aun así, cuesta decantarse por uno u otro, aunque la elección será acertada con los dos.