Pegaso Z-102 y 103, sueños de un tiempo oscuro

Salvo excepciones, la automoción española del siglo XX no alcanzó las cotas de refinamiento y esplendor que vivió la industria en países como Italia, Gran Bretaña o Alemania. Sin embargo, hubo hitos que asombraron al mundo. Los impresionantes automóviles Pegaso de Competición, construidos en los años 50, son buena muestra del potencial de nuestros ingenieros. El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona rinde homenaje a un tiempo de ilusiones perdidas.

Nacido en Madrid el 15 de marzo de 1897, Wifredo Pelayo Francisco de Borja era descendiente de marinos. Siempre mostró siempre interés por la cartografía, la astronomía y los temas histórico-geográficos, pero por encima de todo, le obsesionó la mecánica. Se licenció en ingeniería industrial y en 1918 investigó con un combustible alternativo a la gasolina para motoresde combustión interna, el carburol. En 1920, se une al industrial Pérez de Olaguer con el propósito de construir motores de gasolina para usos diferentes. De esta relación también nacerían los automóviles Ricart-Pérez. Pero su primera gran oportunidad llega cuando en 1936 ingresaba de colaborador en Alfa Romeo. En sus años como director de proyectos de la marca italiana creó mecánicas y vehículos de competición innovadores: desde motores de 28 cilindros para la aviación hasta motores Diesel de 6 y 12 cilindros en V de dos tiempos, sin olvidar los laureados monoplazas tipo 162 de 16 cilindros en V o los tipo 512 de 12 cilindros horizontales.

Todos ellos dejaban entrever la genialidad de Ricart. Al acabar la II Guerra Mundial, regresa a España y es nombrado responsable técnico del Centro de Estudios Técnicos de Automoción (CETA) y de la Empresa Nacional de Autocamiones (ENASA). La metodología implantada para fabricar los automóviles Pegaso, amén de los revolucionarios diseños de estos coches, le llevó a ser considerado el máximo exponente del progreso industrial de la España de postguerra. Los autobuses y camiones que formaron la base industrial de ENASA eran auténticos prodigios. Bastidores indestructibles, carrocerías muy ligeras fabricadas en aluminio, motores eternos... Muchos de aquellos camiones todavía recorren las carreteras españolas, otros, ruedan por el mundo desafiando al tiempo.
Fuente: Motor Clásico

Se llamaron Z-102 y Z-103. Su padre, Wilfredo Ricart, fue el ingeniero español más destacado del siglo. De su sueño, fabricar automóviles españoles que compitiesen con los italianos, quedan un puñado de coches y un montón de planos, fotografías, proyectos suspendidos...Si acaso, algún herrumbroso trofeo deportivo.Aquella memoria, "Memoria de un Espejismo", se da cita estos días en los salones del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, CCCB. De la mano de Francesc Torres, comisario de la Exposición, 11 bellísimos Pegaso de Sport y Competición salen del olvido para enseñar a las nuevas generaciones cómo pudo haber sido la industria del motor si España no hubiera vivido lo que vivió en la parte central del siglo XX. Torres, empeñado en recuperar aquella memoria histórica, ha querido reunir lo más selecto del trabajo que Ricart hizo en España . Aquel creador de máquinas, forjado en los talleres de Ferrari y Alfa Romeo, concibió para Pegaso unos coches que, por innovadores, nacieron muertos. Estaban completamente fuera de lugar. En una España que casi olía a gasógeno, aquellos vehículos se pensaron como arma de propaganda. El viejo régimen quería vender la excelencia de los camiones que fabricaba Pegaso y qué mejor escaparate de promoción que unos prototipos de belleza y potencia similares a los que exhibían Renault, Citroën, Alfa Romeo, Bugatti..."La exposición no esconde una cierta frustración", dice Torres, "pues los Pegaso, que podrían haber constituido la base de una gran marca europea de élite como fueron los Hispano Suiza, se quedaron en una fugaz quimera que existió por milagro".