Nos hemos quedado sin palabras. Es difícil expresar lo que ahí subido se siente. Quizás, lo más parecido a convertirnos en hombre bala. O incluso en eventual protagonista de dibujos animados como “Los autos locos”… aunque dudamos que Pierre Nodoyuna tuviera tanto valor fuera de la ficción. Una aventura de riesgo de la que, eso sí, una vez montas no quieres bajar. Y tampoco prácticamente puedes, porque entre el escape escupiendo nubes de algo más que C02 que ocultan por completo la pista, y la rueda a temperatura de infierno, no hay donde apoyarse para saltar desde sus dos plazas interiores. Por no hablar de que “quemas” algo más que adrenalina: también mucho combustible (
Miseria en todo caso comparado con la experiencia de sentirse uno, aunque sólo sea por un día, formando parte de
Imagínense que, ya en esa época, su conducta le valió al Fiat SB4 el apelativo de Mefistofele, espíritu del mal en la obra de Fausto. Un sobrenombre que ya nunca abandonaría después. Ruido, humo, explosiones… casi 90 años más tarde poco ha cambiado. Rescatado ahora del Centro Histórico de Fiat, la nostalgia nos lleva esta vez a una recta del circuito de Balocco (en Italia), donde el grupo italiano pone hoy a punto sus automóviles. Lejos queda aquella ciudad francesa de Arpajon y la plana carretera de
Así que con mucho ingenio y restos de chapa de un autobús londinense accidentado, el propio piloto Ernest Eldridge prolongaba la estructura del bólido hasta los
Como hoy, donde sólo un posible fallo de arranque puede acabar con nuestra ilusión de enfilar la recta de
Piloto e ingeniero mecánico, tenía todo el talento del mundo, pero también todo el valor para vivir al límite. ¿O era un temerario? Ernest Eldridge, el británico que pasó a la Historia de Fiat por batir el récord de velocidad, no tenía reparos en conducir cualquier auto… inconducible. Tras participar en la I Guerra Mundial, en 1922 compró el Fiat Mefistofele para reconstruirlo y alcanzar la gloria. Y lo consiguió, aunque antes anularan su primer intento en Arpajon por no disponer de marcha atrás. Cuentan que Ernest llevó entonces el bólido a un herrero de la ciudad, quien, siguiendo instrucciones suyas, implementó sin tocar el cambio un artilugio para hacerlo retroceder. Hoy no queda rastro de ello, y nadie en Fiat sabe cómo se las arregló para la homologación final. Sin casco, ni gafas de aviador, ganó más carreras salvajes (incluso en bólidos sin frenos) hasta que en un accidente en pista se fracturó el cráneo y perdió un ojo. No así las ganas, ya que aun tuerto y con parche negro jamás abandonaría la competición. Hoy las causas de su muerte no están claras, pero se habla de que en 1935 una banal colisión en Londres termina con su vida de alto riesgo.
Gases, explosiones, rugidos. Un reactor por fin en marcha. Toca cerrar rápido el compartimento motor ajustándolo con correas de cuero, y empujar desde la zaga. “¡Ras, ras!”, con transmisión por doble cadena, la primera no entra… hasta
Llegó la hora: salto, acomodo y, sin esperarlo, el Fiat Mefistofele con nosotros ya dentro sale como un misil. Hay que tener en cuenta que sus 320 CV de potencia se entregan en un régimen de giro mínimo (el corte, a 1.800 rpm), con un brutal par máximo instantáneo. Sin casco y sin sujeción (no tiene cinturones), sólo podemos agarrarnos a los perfiles cortantes de acero y al escape envuelto en fibras de amianto (tejido incombustible… y tóxico) que, sin embargo, pronto comienza a calentarse. Primera, segunda, tercera: tiene 4 marchas. Velocidad, ensordecedor sonido, aceite salpicado en la cara, vibraciones de un motor que parece cobrar vida y que nos trae a la memoria a John Duff, propietario originario del Fiat Mefistofele en 1922 accidentado al saltar un cilindro en plena carrera… ¡Ay, si me viera mi madre!
Como en una lanzadera, cierro los ojos para intentar no decirle a Michele, el experimentado conductor de Fiat, que afloje. Veo entonces allí mismo a Ernest Eldridge en 1924 con sus gafas de miope observando como la aguja del velocímetro superaba los
Abro entonces ya los ojos casi avergonzado. De 1924 vuelvo a 2011 y, pasado el susto inicial, a casi
La pregunta no puede ser otra: ¿Cómo consigue dominarlo tan bien Michele? “Tienes que hacer tú, lo que esta máquina sabes que no va a hacer jamás por ti”. Y no sólo anticipando cualquier movimiento de una mole de tracción trasera y casi 2 toneladas de peso completamente descompensadas diseñada para conducir (y mal) sólo en recta, sino también con tentativas de unos frenos traseros (no existen en el Fiat Mefistofele frenos delanteros) que actúan sobre el diferencial y no las ruedas: ajuste progresivo con mucho y fino tacto y, una vez estabilizado, máxima detención.
Giro y regreso, ahora sí evadido y disfrutando como nunca imaginé. Viaje corto, pero muy intenso. Se acabó. Hora nuevamente de empujar al Fiat Mefistofele a la grúa que lo devolverá al Museo, donde Fiat lo introdujo en 1969 cuando su presidente, Giovanni Agnelli, lo compró (por una incalculable suma de dinero y dos Fiat 125) a los herederos de Ernest Eldridge. A mí, el despegue en la pista de Balocco me ha costado una camisa y un vaquero que debo tirar por las manchas de aceite. Pero, al menos, podré contar a mis nietos que un día subí en un diablo. Y seguro que, por repetida, terminarán aborreciendo la historia.