Aeropuerto de Sevilla: los taxistas tienden a cobrarse la propina

Tras la experiencia de un equipo de Autopista Online en la terminal internacional del aeropuerto de Barajas se decidió poner a prueba la honradez de los taxistas que trabajan en el aeropuerto de Sevilla. Esta vez nos convertimos en un turista alemán dispuesto a recorrer las bellezas de Andalucía y un italiano con ganas de pasarlo bien en la capital andaluza. Los resultados fueron sorprendentes, en general no hubo unos abusos tan importantes como en Madrid, aunque en casi todos los casos el trayecto al aeropuerto era más económico que la vuelta al centro. Todo un misterio.

Llegué al aeropuerto de Sevilla para ver cómo se nos daba la cosa en la capital hispalense con mi bolso de viaje lleno de cojines y poniendo cara de güiri despistado. Soy un joven berlinés que se dispone a visitar las bellezas de Andalucía. Una vez fuera del aeropuerto me encuentro con unos diez taxis en línea que esperan a clientes. Debido al poco tráfico aéreo, soy el único cliente; tomo el primer taxi y me dispongo a repetir la experiencia forzando mi acento alemán, "por favor, Hotel Inglaterra". El taxista asiente y nos dirigimos a la ciudad. Silencio absoluto, me distraigo viendo los adornos religiosos y estoy pendiente de los paneles informativos para ver qué ruta tomamos. El Hotel Inglaterra está en el centro de la ciudad, nosotros nos dirigimos por la variante norte hacia la Isla de la Cartuja, rodeamos toda la ciudad por el norte y aunque el taxímetro no iba muy acelerado sí tenía la impresión de que estábamos dando una pequeña vuelta.

Al pasar al lado del recinto de la Expo 92, le pregunto en un muy rudimentario castellano sobre el recinto. Iniciamos una pequeña charla en la que le digo que vengo de Berlín. Sorpresa, mi interlocutor estuvo 13 años viviendo en Alemania y chapurreaba un mínimo de alemán. A continuación sigue una conversación hispano-germana sobre Rummenige, la Eurocopa, la final ante Argentina en los mundiales, Real Madrid, Championsleague y mucho más. Todo ello en medio del atasco que nos encontramos al cruzar el puente del Cristo de la Expiración.

Visiblemente enojado por la situación del tráfico y el correcto comportamiento de los otros conductores, mi taxista se queja, repitiendo una y otra vez: Alles kaos, keine Polizei. Me hace gracia ese empeño en que la policía ponga orden mientras desembocamos en un gran atasco en la calle Reyes Católicos. El taxímetro se acerca a las 3.000 pesetas y parece que el atasco va para rato. Al final, me para delante del Hotel Becquer y me indica que lo mejor es que siga a pie hasta el hotel Inglaterra, que sólo está a 200 metros y que me va a salir más barato. Me parece lógico, al fin y al cabo sólo llevo cojines en la bolsa y el atasco parece que no tiene una pronta solución. Asiento y me dispongo a pagar. El taxista tapa la luz del sol, que se refleja en el taxímetro, y empieza a pulsar el botón un par de veces para cargar el suplemento de aeropuerto. El precio del trayecto asciende a 3.788 pesetas. Le pido un recibo algo desconcertado por la repentina subida del importe. Me parece algo caro, pero también es cierto que hemos estado bastante tiempo en un atasco, además, me cae bien este taxista, es realmente simpático y parece buena persona.

Es entonces cuando me da el recibo, un burdo papel en el que no aparece ni el número de licencia, ni el NIF del conductor, sólo la fecha, el importe y un garabato como firma. Mis dudas desaparecieron, el taxista que conducía un taxi con la matrícula SE-5165-DB y cuyo número de licencia es 2.095 me había timado. Hice el resto del trayecto andando hasta el Hotel Inglaterra, mi compañero apareció algo más tarde, a él le habían cobrado 5.000 pesetas. Curiosamente, cuando retomamos el camino al aeropuerto, el trayecto nos costó 2.000 pesetas. En otros viajes que realizamos al Hotel Inglaterra y al Hotel Becquer, desde el aeropuerto, nos cobraron entre 2.700 y 3.000 pesetas.